En mis años de clausura monástica el Rafa Arnaiz era solo un beato. Un niño simple que solo deseaba amar en un amor que lo consumía. No escribió mucha cosa pero sus «florecillas» tienen la reminiscencia de Francisco de Asís y de Teresa del niño Jesús.
Ya lo conocía con anterioridad pero en esos años lo conocí mucho más y se convirtió en uno de mis amigos espirituales, esos tan necesarios en esta tierra.
He tenido la suerte, ya santo, de visitar su monasterio hace pocos años (que hice mío), su tumba y rezar junto a él.
Hoy celebro su vida y agradezco a Dios la luz que transmite.
Gracias Rafa Arnáiz. Nos vemos en poco.
«Nació en Burgos, España, el 9 de abril de 1911.
«¡Solo Dios llena el alma…, y la llena toda!», decía.
«Honrando a la Virgen, amaremos más a Jesús; poniéndonos bajo su manto, comprenderemos mejor la misericordia divina».
Era elegante, sensible. También caprichoso y tendente a la vanidad. Poseía una brillante inteligencia, con predominio de la intuición, que le permitió sobresalir en los estudios aunque no los cuidara debidamente.
Su ilusión por entregarse a Dios a través de una vida penitente y contemplativa era más fuerte que todo. «La verdadera felicidad se encuentra en Dios y solamente en Dios». No contaba con la presencia repentina de la diabetes, temible entonces por sus funestas consecuencias, que le obligó a abandonar la Trapa en tres ocasiones. Comprendió el sentido purificador del dolor: «Cuando me veo otra vez en el mundo, enfermo, separado del monasterio, y en la situación en que me encuentro… veo que me era necesario, que la lección que estoy aprendiendo es muy útil, pues mi corazón está muy apegado a las criaturas, y Dios quiere que lo desate para entregárselo a Él solo»
«Déjate hacer; sufre, pero sufre amándole, amándole mucho a través de la oscuridad, a pesar de la tempestad que parece el Señor te ha puesto, a pesar de no verle, ama el madero desnudo de la cruz […]. Llora, llora todo lo que puedas y sufre, pero a los pies de la cruz, y sufre amando a Dios ¡qué felicidad!… Cómo te quiere Dios, ya lo verás algún día muy cercano».
Su rica vida interior le había permitido conocer la estrecha simbiosis espiritual que existe entre el dolor y el gozo, experiencia que halla quien busca a Dios con purísimo corazón: «Muchas veces he pensado que el mayor consuelo es no tener ninguno; lo he pensado y lo he experimentado […]. Alguna vez he sentido en mi corazón pequeños latidos de amor a Dios… Ansias de Él y desprecio del mundo y de mí mismo. Alguna vez he sentido el consuelo enorme e inmenso de verme solo y abandonado en los brazos de Dios. Soledad con Dios. Nadie que no lo haya experimentado, lo puede saber, y yo no lo sé explicar. Pero solo sé decir que es un consuelo que solo se experimenta en el sufrir…, y en el sufrir solo… y con Dios, está la verdadera alegría».
«Es un nada desear más que sufrir. Es un ansia muy grande de vivir y morir ignorado de los hombres y del mundo entero… Es un deseo grande de todo lo que es voluntad de Dios… Es no querer nada fuera de Él… Es querer y no querer. No sé, no me sé explicar… solo Dios me entiende…».
«Todo va cambiando en mi alma. Lo que antes me hacía sufrir…, ahora me es indiferente; en cambio, voy encontrando los repliegues en mi corazón que estaban escondidos, y que ahora salen a la luz […]. Lo que antes me humillaba, ahora casi me causa risa. Ya no me importa mi situación de Oblato […]. Veo que el último lugar es el mejor de todos; me alegro de no ser nada ni nadie, estoy encantado con mi enfermedad que me da motivos para padecer físicamente y moralmente…».
«Mi centro es Jesús, es su cruz».
«He sido un gran pecador… Perdóname, Señor, lo que digo… Yo, Señor, nada quiero, nada me importa… solo Tú… No me hagas caso, Señor… soy un niño caprichoso. Pero Tú tienes la culpa, mi Dios…¡si no me quisieras tanto!».
De él quedan magistrales trazos en sus escritos, prolongación post mortem de su fecunda actividad apostólica. En ellos se detecta la finura y profundidad de esta alma delicada. «Solamente en el silencio se puede vivir, pero no en el silencio de palabras y de obras…, no; es otra cosa muy difícil de explicar… Es el silencio del que quiere mucho, mucho, y no sabe qué decir, ni qué pensar, ni qué desear, ni qué hacer… Solo Dios allá adentro, muy calladito, esperando, esperando, no sé…, es muy bueno el Señor».
Murió a consecuencia de un coma diabético el 26 de abril de 1938. Tenía 27 años. Sus restos yacen en el cementerio del monasterio cisterciense de estricta observancia de San Isidro de Dueñas. El 19 de agosto de 1989 Juan Pablo II, en la Jornada mundial de la juventud, lo propuso como modelo para los jóvenes. El 27 de septiembre de 1992 lo beatificó. Y Benedicto XVI lo canonizó el 11 de octubre de 2009.»
Fuente: https://es.zenit.org/articles/san-rafael-arnaiz-baron-26-de-abril-4/