Un Padre extraordinario tenía dos hijos. El hijo menor era un juerguista, vacío y superficial. No sabía lo que era el esfuerzo para ganarse el pan. Abandonó a su familia con su parte de la herencia. Tras gran crisis volvió con el Padre, que le acogió sin reservas, lleno de alegría. Si el pequeño no tenía cabeza, el mayor no tenía corazón. Duro, sin entrañas, sin amor hacia su hermano, tampoco quería a su padre ni quería a Dios. Un gran corazón el del Padre, con abrazos y besos fáciles. Lleno de compasión, misericordia y sobre todo de amor a sus hijos.