Enséñame Señor a mirarme con tus ojos. Los míos en ocasiones me desvirtúan, me arruinan, me convierten en mi peor enemigo. Perdón por no mirarme con tus ojos, por mi tibieza, por no decantarme con claridad y decisión, porque si me mirara con tus ojos, aparecería el frío y el calor, desaparecería la tibieza y no tendría motivo para entregarme a dinámicas que destruyen la obra grandiosa de tu amor.