El papel de la mujer en la Iglesia

Cuando:
23 de marzo de 2019 a las 18:30 – 20:30 Europe/Madrid Zona Horaria
2019-03-23T18:30:00+01:00
2019-03-23T20:30:00+01:00

Esta sesión de formación tiene lugar el 23 de marzo de 2019 de 19:30h a 21:30h en Barbieri 18. Esta presentación a cargo de Mar Fernández y Margarita Benedicto pretende simplemente ser una oportunidad para que en CRISMHOM empecemos a reflexionar sobre el papel de las mujeres en la Iglesia Católica, a la que ambas pertenecemos, que es una de las que presenta más resistencias al cambio dentro de las iglesias cristianas. Tras la presentación, tendrá lugar un diálogo y debate para compartir las cuestiones y comentarios de los asistentes. Están disponibles los registros de AUDIO y VÍDEO de esta charla.

Margarita Benedicto. Ginecóloga y madre de familia. Ocupa la vicepresidencia y coordina el grupo de Familias de CRISMHOM.
 
María del Mar Fernández. Forma parte del proyecto “El Amigo que Escucha” de CRISMHOM. Es persona cordial, inquieta, apasionada, crítica, honesta, cariñosa, amante de la naturaleza y de los animales, responsable, comprometida. Fue educada por mujeres y entre mujeres, por lo que tiene muy claro que no existe «la mujer», sino «las mujeres», diversas y de todo tipo. Creyente: con temor y temblor, desde el abandono y en la oscuridad, con confianza y agradecimiento. Gracias fundamentalmente a su madre, y a las hijas de la caridad, con las que se educó durante el post-concilio y que, mientras simplificaban la cofia y se subían la falda del hábito,  le enseñaron que la fe va ligada a la opción por los pobres y la justicia social. Una fe transmitida por mujeres con capacidad de pensar, de enseñar, de liderar, de servir, de compartir y de dar la vida en seguimiento de Jesús.
 
 
 
 

 

EL  PAPEL  DE  LA  MUJER  EN  LA  IGLESIA

 

“Y creó Dios al ser humano a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó” Gn 1, 27

 

“Ya no hay distinción entre judío y gentil, entre esclavo o libre, entre varón o mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”Gal 3,28

 

“Porque cuando resuciten, ni ellos ni ellas se casarán, sino que serán como ángeles en el cielo”Mt 22, 30

 

Con estas citas hemos querido crear un pórtico para el tema que vamos a discutir esta tarde. No son citas cualesquiera, sino que todas ellas tienen una fuerte resonancia en lo que se refiere a la esencial vocación del ser humano, que es sí, un ser sexuado, pero cuya dignidad y cuyo destino como hijos e hijas de Dios está muy por encima de la biología.

La primera de ellas, en el Génesis, nos habla de la creación del ser humano por Dios, según la tradición sacerdotal: Dios crea al ser humano a su imagen. Lo esencial y radical es lo humano  que se da por entero en cada uno sin que la diferenciación sexual, venga añadir  o quitar nada de esa esencia emparentada con Dios.

En la carta a los Gálatas, Pablo establece con gran contundencia que la fe en Cristo nos convierte a todos en iguales en él. Lo que es válido entre judíos y gentiles (motivo de la carta) lo es también entre hombres y mujeres. Este programa de igualdad radical, ha sido incumplido en la Iglesia (y por supuesto en todas las sociedades) desde los inicios e incluso por el propio Pablo, que en otros  escritos, a mi juicio menos inspirados por el Espíritu y más sometidos en cambio a los usos y costumbres de la sociedad en la que vivía, establece fuertes restricciones a la participación de las mujeres en la vida eclesial.

La tercera cita, sacada del evangelio de Mateo, puede resultar más sorprendente, pero para mí ha sido siempre muy reveladora, al establecer que la condición sexuada no es propia del cuerpo espiritual del que también nos habla San Pablo. Como mujer, siempre me ha parecido que se intentaban magnificar y ensanchar las diferencias entre los hombres y las mujeres, como si hubiera algo de radical o abismal en ellas. Es posible que en nuestra auténtica vida de resucitados, ese pequeño detalle, carezca de la menor importancia.

Tras este pórtico, vamos a continuar nuestro tema dando unas pinceladas histórico-bíblicas, para finalmente centrarnos en la obra del Espíritu, que nos invita a interpretar los signos de los tiempos, que hoy gritan desde todas partes la esencial igualdad de hombres y mujeres y la importancia de la visión femenina para el conocimiento del mundo y para afrontar los múltiples problemas de la sociedad humana y de nuestro pobre planeta Tierra. Esa misma necesidad que tiene la Iglesia de la participación en pie de igualdad de las mujeres creyentes.

  • Jesús y las mujeres

Con todas las dificultades que existen para establecer lo que es histórico y lo que no lo es en los cuatro evangelios canónicos, lo que es claro es que los cuatro, con diferentes grados y matices, nos presentan a un Jesús que tiene una relación con las mujeres muy diferente a la que se daba entre varones y mujeres en la Palestina del siglo I.

Allí la mujer era un personaje absolutamente subordinado, que dependía para todo de un varón, padre, hermanos, marido y finalmente hijos varones  y que por esa misma subordinación podía caer muy fácilmente en situaciones de marginalidad, pobreza o impureza: así las mujeres estériles, las viudas sin hijos varones, las repudiadas…

a- Todos los evangelistas refieren que seguían a Jesús muchas mujeres, de las que ofrecen algunos nombres. Lucas las ubica en Galilea, durante el ministerio público de Jesús. Los demás las citan como testigos de la crucifixión y la sepultura.

b- Los cuatro evangelistas son unánimes en que la primera noticia de la resurrección del Señor la reciben las mujeres: por medio de ángeles, por la aparición del propio Resucitado y en el cuarto evangelio se aparece a María Magdalena

c- Todos los evangelistas refieren curaciones de mujeres enfermas a las que Jesús alaba por su fe.

d- En concreto en evangelio de Lucas, que parece dirigirse a una comunidad en la que las mujeres tenían una gran importancia:

  • Más relatos de curaciones de mujeres.
  • El relato de la mujer pecadora, modelo de discípula.
  • Parábolas en las que la protagonista es una mujer.
  • El elogio de la viuda (también está en Marcos ) que echa monedas en el Templo.

e- Juan por su parte incluye relatos en los que la relación de Jesús con las mujeres reflejan una gran libertad: la samaritana y la adúltera.

 

  • María Magdalena

Es una de las pocas mujeres de la que se habla con su nombre en los evangelios. Lucas habla de ella como de una discípula que le seguía por los caminos y de la que había expulsado siete demonios. Se la nombra siempre también al pie de la cruz y en los relatos de la resurrección.

Además en Juan es la primera discípula a la que se aparece Jesús resucitado, en una escena de gran ternura y emotividad. Jesús la envía (primer apóstol) a anunciar la resurrección a sus hermanos.

A lo largo de la historia del cristianismo, la figura de María Magdalena se ha tergiversado, fundiéndola y confundiéndola con la mujer pecadora y María la de Betania.

En la literatura gnóstica de los siglos II y III, en distintos evangelios apócrifos y sobre todo en el llamado Evangelio de María, María Magdalena es presentada como una discípula aventajada de Jesús, su preferida, la que mejor comprende sus enseñanzas esotéricas (gnosis). También refiere la rivalidad con los demás discípulos, sobre todo con Pedro.

Parece claro que se trata de una figura de una gran relevancia para las primeras comunidades cristianas.

 

  • Las mujeres en la Iglesia primitiva

De la lectura de los Hechos de los Apóstoles y de las cartas de Pablo, se deduce que las mujeres tuvieron un gran protagonismo en la propagación del Evangelio y que fueron muchas las que participaban activamente en la vida de las primeras comunidades. Aparecen nombres de mujeres como discípulas (Tabita, Lidia), diaconisas (Febe), apóstoles (Priscila). También había mujeres que habían recibido el don de profecía y de lenguas.

Durante el siglo II siguen apareciendo las mujeres con las mismas funciones. Además muchas de ellas sufrieron valientemente el martirio al lado de sus hermanos varones. Hay también constancia de un ministerio ordenado de las mujeres como diaconisas (o diáconas), sobre todo con las funciones de bautizar a las mujeres, de la catequesis de mujeres así como funciones de caridad y servicio (a viudas etc…)

Poco a poco, a medida que la Iglesia se va institucionalizando y jerarquizando en los siglos III y IV, van desapareciendo sus funciones más importantes, sobre todo las litúrgicas, aunque el diaconado femenino persistió con sus funciones devaluadas en las iglesias de Oriente hasta el siglo VIII.

Es llamativo a ese respecto cómo, para desacreditar a los movimientos considerados heréticos, uno de los argumentos más empleados  fue el papel destacado de las mujeres- real o inventado- que se les atribuía en esas sectas, lo cual dice mucho de la concepción que se tenía de las mujeres en esas sociedades y de cómo se fue imponiendo la mentalidad del “siglo” por encima de las enseñanzas de igualdad y dignidad emanadas del Evangelio.

Max Weber, filósofo alemán del siglo XIX, en su Sociología de la religión analizó los niveles de discriminación y exclusión que sufren las mujeres en diferentes comunidades religiosas, no solo las cristianas. Afirmó que las mujeres han formado parte activa al inicio de los movimientos religiosos carismáticos, pero que han perdido paulatinamente el protagonismo al ritmo que se institucionalizaba dicho movimiento, y dijo que, solo en muy contadas ocasiones han pervivido los movimientos emancipatorios más allá de la primera fase de formación de una comunidad religiosa.

El Pablo histórico fue un adelantado de su tiempo en relación con las mujeres. Pero sucede que todo movimiento humano que nace, también el religioso, en un momento dado necesita organizarse. No puede estar permanentemente en efervescencia y, en ese proceso de organizarse y asentarse, lo que sucedió con el legado de Pablo es que las mujeres llegaron a ser “peligrosamente” poderosas. Precisamente las primeras críticas que se hicieron desde el exterior a las comunidades cristianas fueron atacando a sus mujeres, porque se habían «salido de madre» y estaban fuera de control. Y en la segunda y tercera generación de cristianos, ¿qué pasó? Pues que pensaron que si querían seguir extendiendo el evangelio iban a tener que bajar algo el tono. Y en esas tomas de decisión salieron perdiendo las mujeres, porque ellas fueron las que tuvieron que demostrar que las comunidades cristianas no eran un peligro para el imperio romano, que eran “mujeres de su casa”, que cumplían con sus obligaciones y no eran un disolvente social. Podemos decir que Jesús y Pablo fueron hombres que se salieron de las convenciones de su época y que dieron a las mujeres un protagonismo que ellas no tuvieron en la sociedad de su tiempo.

 

  • El imaginario patriarcal tradicional persiste con fuerza en la Iglesia

La historia lleva las huellas de los excesos de las culturas patriarcales, donde la mujer era considerada de segunda clase(Amoris Laetitia, 54)

¿Cuáles son los elementos básicos de ese imaginario patriarcal que seguimos arrastrando tanto en la sociedad como, particularmente, en la Iglesia?

  1. La debilidad femenina (intrínseca al carácter femenino): desde la antigüedad, el modelo masculino se presenta como la meta ideal de perfección. Partiendo de los aspectos físicos de robustez y fuerza del cuerpo se llega a la fuerza y nobleza del espíritu. La menor fuerza física de la mujer se destaca en relación con el hombre y se valora como un indicio claro de su debilidad general (moral, intelectual, volitiva, etc.). De aquí se deduce que la mujer ocupa un lugar específico y diferenciado, subordinado al varón (privado vs público; profano vs sagrado). Durante siglos, la mujer no ha sido un sujeto religioso.

Jenofonte(discípulo de Sócrates, s. V-IV a. C.): Y a fin de que los hombres y mujeres pudieran llevar a cabo estas actividades, les dieron los dioses las correspondientes dotes físicas. Por eso tienen los hombres un cuerpo más resistente que el de las mujeres, que trabajan resguardadas en la casa. Las mujeres son más débiles que los hombres y sienten un temor natural que las impulsa a custodiar con gran esmero las provisiones. Los hombres, en cambio, son valientes para poder realizar la tarea fuera. 

Un imaginario dualista que todavía persiste:

 

Hombre (masculino)

Mujer (femenino)

Fuerte

Débil

Valiente

Temeroso

Generoso

Pusilánime

Reservado

Parlanchina

Racional (religión)

Irracional/emotiva (superstición/magia)

Controlado

Incontrolada

 

El geógrafo Estrabón (s I aC- I dC): Es imposible para un filósofo influir a un grupo de mujeres sirviéndose de la razón, ni exhortarlas a la devoción y a la fe. Para conseguirlo, tiene que recurrir a la superstición.

San Juan Crisóstomo(347-407): Porque enseñó a Adán una vez para siempre y le enseñó mal (…), ejercitó su autoridad una vez y la ejercitó mal (…), así pues que se baje de la cátedra del profesor. Los que no saben enseñar, que aprendan. Y si no quieren aprender, sino que quieren enseñar, se destruirán a sí mismos y a los que aprenden de ellos (la mujer no debía enseñar en la comunidad cristiana).

  1. La inferioridad «natural» de la mujer: desde Platón, Aristóteles…

San Jerónimo(340-420): Mientras que la mujer vive para parir y para los hijos, existe entre ella y el varón la misma diferencia que entre el cuerpo y el alma; pero si la mujer quiere servir más a Cristo que al mundo, entonces dejará de ser mujer y habrá que llamarla «varón», porque nosotros deseamos que todas sean elevadas perfectamente al ser del varón.

Santo Tomás de Aquino(1224-1274): Desde el momento de su nacimiento, unos están destinados a someterse y otros a mandar (…) el varón es por naturaleza superior y la hembra inferior. Uno dirige y la otra es dirigida. Este principio se extiende necesariamente a toda la humanidad.

No es posible para el sexo femenino significar superioridad, rango, ya que la mujer está en un estado de sometimiento y de esto se sigue que no puede recibir las Órdenes.

Guido de Baysio(†1331, canonista medieval): Las mujeres no están capacitadas para recibir las Órdenes porque ordenarse está reservado para los miembros perfectos de la Iglesia, ya que se da para distribuir la Gracia a otros hombres. Pero las mujeres no son miembros perfectos de la Iglesia, solo los hombres lo son. (…) Añadiremos que las mujeres no están hechas a imagen de Dios, solo los hombres lo están.

  1. Teología de la complementariedad: diferentes «funciones», pero iguales en dignidad. La subordinación de la mujer parte del designio divino en la creación.

Juan Pablo II:  (…) en la creación de la mujer está inscrito, pues, desde el inicio el principio de la ayuda: ayuda —mírese bien— no unilateral, sino recíproca. La mujer es el complemento del hombre, como el hombre es el complemento de la mujer: mujer y hombre son entre sí complementarios. La femineidad realiza lo « humano » tanto como la masculinidad, pero con una modulación diversa y complementaria (…) Cuando el Génesis habla de « ayuda », no se refiere solamente al ámbito del obrar, sino también al del ser. Femineidad y masculinidad son entre sí complementarias no sólo desde el punto de vista físico y psíquico, sino ontológico. Sólo gracias a la dualidad de lo « masculino » y de lo « femenino » lo « humano » se realiza plenamente.

En este horizonte de « servicio » —que, si se realiza con libertad, reciprocidad y amor, expresa la verdadera « realeza » del ser humano— es posible acoger también, sin desventajas para la mujer, una cierta diversidad de papeles, en la medida en que tal diversidad no es fruto de imposición arbitraria, sino que mana del carácter peculiar del ser masculino y femenino. Es un tema que tiene su aplicación específica incluso dentro de la Iglesia. Si Cristo —con una elección libre y soberana, atestiguada por el Evangelio y la constante tradición eclesial— ha confiado solamente a los varones la tarea de ser «icono » de su rostro de « pastor » y de « esposo » de la Iglesia a través del ejercicio del sacerdocio ministerial, esto no quita nada al papel de la mujer.

En la carta apostólica Mulieris dignitatem de Juan Pablo II, llama la atención el hecho de que el referente de humanidad para las mujeres y el arquetipo de su dignidad personal sea la Virgen de Nazaret, destinada a ser la Madre de Dios. Y no lo es Jesús, la encarnación humana de un Dios trascendente que no es varón ni mujer, que está más allá de nuestros reductivos estereotipos de género y a imagen del cual tanto varones como mujeres hemos sido creados.

En la enseñanza de la Iglesia sigue vigente una concepción teológica de la mujer que, si bien otorga la misma dignidad y vocación profunda al varón y a la mujer, atribuye a unos y a otras papeles y tareas diferentes que se desprenden de la «esencia» de cada uno de los sexos. Por medio de una argumentación simbólica -«María Madre de Dios y Cristo Esposo»- se presentan los arquetipos de la feminidad y de la masculinidad.

Así se establece el ser de la mujer, su esencia oblativa y «maternal», un eterno femenino trascendente a todas las culturas y a todos los tiempos. Este deber ser deja de ser un actuar libre y creativo y se convierte en un destino marcado por la biología que dificulta la libertad y creatividad de las mujeres.

En este sentido cabe citar el comienzo del manifiesto de la Asociación de teólogas españolas con motivo del 8 de marzo de 2019 reivindicando la singularidad de cada mujer como lugar concreto de manifestación de Dios:

Dios se encarnó para ser un ser humano concreto, una persona histórica particular e irrepetible, Jesús. Su vida, y no otra, sus palabras, y no otras, su muerte y su resurrección son las que nos hacen presentes de forma más íntima y cercana a Dios. El Dios de Jesús no se mueve en las generalidades, que homogenizan y cosifican aquello que pretenden describir. Es por ello que Jesús siempre se dirige a la persona que tiene en frente, la llama por su nombre y la hace lugar de manifestación de Su gracia (Lc. 7, 48-50; 8,43-48…).

En la misma línea, hablar de “la mujer”, como si se tratara de una categoría genérica, en lugar de “las mujeres”, en plural, empequeñece aquello que pretende describir: asume que todas sentimos igual, actuamos igual y vivimos igual. Que una idea general de “la mujer” vale por todas. Se desdibuja así aquello que caracteriza la vida, es decir, la experiencia personal. Y sólo en este espacio, sólo en la experiencia particular de cada mujer y de cada hombre, se hace el Dios de Jesús presente, reconcilia y restaura. La reconciliación no es un principio general y abstracto que afecta poco. Por el contrario, da forma a la vida en su expresión más concreta.

De igual manera que Dios no es una hipótesis, un objeto de estudio al que podamos mover aquí o allí según convenga, tampoco lo son las mujeres: cada una de nosotras es lugar de manifestación de Dios en su vida y experiencias concretas.

  • ¿Está la Iglesia interpretando adecuadamente los signos de los tiempos?

Para cumplir esta misión (continuar la obra misma de Cristo) es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. (Gaudium et spes, 4a).

La institución eclesial, tal como se configura hoy, responde cada vez menos a las realidades y retos de las sociedades contemporáneas.

La exclusión de las mujeres de los cargos de responsabilidad, de los lugares de toma de decisiones y del ministerio ordenado es uno de los signos de la iglesia católica que más escándalo e incomprensión provocan, tanto hacia dentro como hacia fuera de la comunidad creyente.

La iglesia católica se enfrenta a una crisis en el siglo XXI. Las generaciones actuales de católicos están cuestionando la estructura de la jerarquía de la Iglesia y su capacidad para reflejar la diversidad de los fieles y responder a un mundo cambiante y a problemas de amplio calado, incluidos los abusos sexuales y de poder. Muchas de estas preguntas provienen de mujeres católicas profundamente fieles que se preguntan por qué la Iglesia es tan lenta en reconocer su valor y en abrirles roles de toma de decisiones; roles que incorporan su fe, carismas, experiencia y educación en las estructuras de toma de decisiones a todos los niveles. Con más de 1200 millones de católicos en todo el mundo, más de la mitad de ellos mujeres, debemos preguntarnos por qué hay muy poca o ninguna representación de las diversas voces femeninas en los roles de toma de decisiones dentro de la Iglesia Católica.

Esta exclusión de las mujeres en la Iglesia supone además un obstáculo importante para que las nuevas generaciones miren hacia ella a la hora de buscar sentido y llenar el vacío existencial. Una institución clericalizada y esclerotizada, en un momento crítico, no puede permitirse prescindir de las aportaciones de la mitad (o más) de sus miembros. Es el momento de feminizar la Iglesia católica, para que la vida nueva del Espíritu (la Ruah de Dios) germine y eclosione en nuevas direcciones y de nuevas maneras.

La invitación al seguimiento de Jesús es para todas las personas, independientemente de su sexo, raza, color de piel o condición social.

La comunidad cristiana en sus inicios fue capaz de una gran innovación y adaptación para poder dar respuesta a las necesidades que su contexto histórico le demandaba.

Volver a las fuentes permite recuperar la frescura del mensaje cristiano y descubrir la capacidad que aquellas mujeres y hombres tuvieron para dar respuesta a las realidades de los primeros siglos. Aprender del dinamismo con el que generaron comunidades de fe en un mundo tan políticamente adverso y dejarse interpelar por la capacidad innovadora les permitió ofrecer un camino de fe alternativo al mundo que les rodeaba. Renovar la iglesia y reformarla hoy requiere de este espíritu atrevido y osado de los orígenes, y que le valió para cruzar estos siglos de historia y llegar hasta la existencia actual.

Una vez más, las mujeres teólogas nos señalan el camino:

Desde la exégesis del texto de Lc 8, 1-3, donde se nos indica que “Iban con Él los Doce y algunas mujeres”, no se puede negar ya que las mujeres siguieron a Jesús desde Galilea a Jerusalén; que formaron parte del grupo que seguía a Jesús: escuchaban su mensaje, aprendían de él y le seguían de cerca, lo mismo que los discípulos varones. Este grupo son seguidoras de Jesús; aparecen de manera pública con él en su misión de anunciar el Reino y son testigos inmediatos de su tarea. Jesús las siente discípulas y se relaciona con ellas como tal. Son mujeres de todo tipo y condición y están en el mismo plano y tienen los mismos derechos que los varones en el grupo de Jesús. Son mujeres sanadas o liberadas, como aquellos varones que también fueron sanados, y son llamadas por Él a seguirle.

Ese primer grupo de Jesús es el germen e inicio de nuestra Iglesia. Si eliminamos todas las interpretaciones no adecuadas o “manipuladas” que se han hecho de este texto, poniendo voz y visibilizando a las primeras mujeres y a otras en la historia de nuestra Iglesia, comprenderíamos que, como en tiempos de Jesús, la participación eclesial de las mujeres hoy es germen de vida nueva en la Iglesia.

La participación de las mujeres en la Iglesia, su ser mujeres en ella, es germen de vida porque aceptan y asumen con responsabilidad y corresponsabilidad las tareas encomendadas como hacen en otros espacios; porque hacen memoria de tantas mujeres que en la historia y en la Iglesia han sido silenciadas; porque tienen palabra y voz válida y comprometida; porque están implicadas en el trabajo en red dentro de la comunidad creyente y están presentes también en otros colectivos de mujeres o en el diálogo interreligioso enriqueciendo a la comunidad creyente; porque tienen gestos que denuncian que, aunque como Iglesia reconozcamos la igualdad entre varones y mujeres, en la práctica hay subordinación e inferioridad.

Es fundamental el trabajo de algunas teólogas (y también algunos teólogos) que “escuchan los silencios” y desvelan la presencia escondida de las mujeres en la Biblia, desenmascarando los elementos patriarcales y androcéntricos, revelando que ellas “fueron narradas o contadas” por ellos y haciendo una exégesis crítica que ilumina los textos bíblicos que se usan para defender la inferioridad de la mujer. Ellas releen el mensaje cristiano desde la situación, la óptica y la sensibilidad de su ser mujeres, para dar voz a las olvidadas durante muchos siglos y crecer en el conocimiento de la Palabra junto con los varones.

También es fundamental la participación en las comunidades cristianas de varones y mujeres, que no ahogan la personalidad y el modo de hacer de cada uno, que aceptan lo femenino como algo necesario y no como algo extraño. Ser germen de vida nueva es ser comunidades donde las mujeres se sienten valoradas y animadas a aportar desde su propia experiencia creyente. Ser comunidades que viven en actitud de servicio hacia dentro y hacia fuera para que ningún hombre se crea más que una mujer y se vivan relaciones de igualdad y fraternidad. Ser comunidades y grupos donde realmente el centro es Jesús de Nazaret, quien nos llama, nos reúne y nos envía con nuestro nombre en su nombre.

“Iban con él los doce y algunas mujeres” y hoy también mujeres y varones a la par, caminando con Jesús, hacen visible la acción del reino en nosotros. La levadura es capaz de levantar la masa y el grano de mostaza capaz de convertirse en arbusto donde anidan los pájaros. Así, nosotras y nosotros, con nuestros pequeños gestos podemos levantar y hacer germinar una Iglesia, comunidad creyente de varones y mujeres que reflexionan y caminan juntos en igualdad y reciprocidad.

Termino con unas palabras de Lidia Rodríguez, presbítera ordenada de la Unión Bautista:

La promoción de las mujeres en las iglesias cristianas va mucho más allá de la demanda de acceder a ministerios ordenados, por muy legítima que sea. Debe incluir el ejercicio y el reconocimiento de tantas formas de construir comunidad, a menudo informales, que siguen pasando desapercibidas; debe poner sobre la mesa la urgente necesidad de tejer redes de solidaridad/sororidad, capaces de atravesar las barreras confesionales para crear complicidades; debe incluir la creatividad necesaria para generar otra forma de ser iglesia, nuevos o recuperados modelos de autoridad que abandonen conscientemente el modelo de poder que durante siglos ha impuesto la masculinidad patriarcal en las iglesias, porque como dijo Jesús: “Quien quiera hacerse grande entre vosotros deberá ser vuestro servidor, y quien quiera ser el primero deberá ser esclavo de los demás” (Mateo, 25). Cuando las mujeres libramos las batallas por la libertad y los derechos de las mujeres en las iglesias cristianas, no solo avanzamos las mujeres: avanza el reinado de Dios y su justicia, y con ello, la humanidad toda. 

 

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Más información
Privacidad