Podría interpretarse de muchas formas. Como un acto de acogida de una Iglesia, que a fuerza de los vaivenes y cambios sociales, no le queda otra que adaptarse -a su ritmo- al devenir histórico. O cómo el día a día de las bases eclesiásticas, las que están en contacto con sus feligreses, demuestran que la institución acepta a todos sus ‘hijos’, aunque a veces cueste. Ese es el análisis, la consecuencia de un hecho tangible que hace dos semanas ocurrió en la parroquia de La Merced. Ese día, un 24 de septiembre, fiesta de la Virgen de la Merced, una pareja de lesbianas, sin pretenderlo, puso una piedra más para la integración de los homosexuales en la Iglesia Católica. Fue gracias a un pequeño de casi seis meses que recibió las aguas bautismales. Lo cuenta La Voz.
Un hecho «inusual» en la Diócesis que tuvo un transcurso de lo más normal, si no fuera porque se trataba de dos madres. Las mismas que prefieren preservar su identidad por discreción y por «huir de protagonismos innecesarios». Pongamos que se llaman María e Irene, una pareja de jóvenes gaditanas que después de estar casadas por lo civil y de alumbrar a su hijo (por medio de una fecundación in vitro) en abril, quisieron que su hijo «se educara en la fe de la Iglesia». «Las dos somos católicas y desde el primer momento tuvimos claro que queríamos bautizar al niño», explica la madre biológica, María. De hecho, tenían previsto «visitar distintos templos de la ciudad hasta que un párroco aceptara». Para ellas era «muy importante», así que empezaron por la parroquia de María de toda la vida, la de La Merced.
«Es en la que me bauticé e hice la comunión y me hacía ilusión que fuera ahí», comenta. Y eso que iban con cierta «cautela» ante una negativa que obtuvo una familiar en otra parroquia al ser madre soltera. «Le expusimos la situación al cura y su reacción fue normal. Nos lo hizo todo muy sencillo y estamos muy agradecidas». Al que se encontraron al otro lado de la mesa de un despacho parroquial de La Merced fue al vicario Pedro R. Molina. «Ellas llegaron y me explicaron que querían educar a su hijo en los valores cristianos. Solo hice lo que debía, además las madres manifestaron una actitud muy buena» -matiza con humildad el párroco- «vi en ellas una predisposición que no se encuentra en alguna que otra pareja casada por la Iglesia».
Así se puso en marcha un proceso «irregular», desde el punto de vista canónico. De hecho, una circular emitida por la Conferencia Episcopal el 11 de mayo de 2007, daba las pautas a seguir en estas circunstancias. «En principio se considera irregular todo bautizo de un niño que no nazca en un matrimonio canónico», explica el Vicario General de la Diócesis, Guillermo Domínguez Leonsegui.
Precisamente a él se dirigió el sacerdote para poder administrar el sacramento al pequeño. De hecho, la circular determina que en estos casos «irregulares», «corresponde al ordinario del lugar (el obispo)» autorizarlo. De esta forma, el escrito en el que se basó el posterior decreto de la Iglesia local determina que «no se excluye que el niño sea educado en la religión católica».
Es decir, «se prioriza el derecho del niño a ser bautizado», como explica el vicario parroquial de La Merced y corrobora el propio Leonsegui. En este caso, había «garantías» suficientes para acreditar que sus madres lo educarán en el catolicismo. Por ello, fue fundamental la petición cursada por el sacerdote de la iglesia de Santa María de «en virtud de que eran feligresas de la parroquia». De esta forma, las dos gaditanas pudieron forjar un día «muy alegre, encima en el día en el que la Virgen estaba a los pies del altar», explica María. El hecho sin precedentes conocidos (o al menos usuales) en la Diócesis no solo vino con el bautismo sino con la posterior inscripción en los libros parroquiales.
Y es que existe la obligación de que el registro eclesiástico coincida en apellidos con el Registro Civil. Por eso, se optó por inscribir al pequeño en la parroquia con los apellidos con los que ya está registrado para el Estado, los de ambas madres. Ahora las dos gaditanas se muestran «contentas con el trato» y «esperanzadas» en que el sendero lo sigan más parejas homosexuales católicas. «Tengo a unas amigas con un hijo que cuando se han enterado de lo de mi bautizo se han alegrado mucho y ahora se lo plantean», explica con ilusión María, que también espera que «más parejas en nuestra situación se animen a hacerlo. Por eso hemos accedido a contar nuestra historia».