Homenaje ridículo mío a ese grandioso cuento de Edgar Allan Poe con el que tanto he disfrutado. La carta robada, The Purloined Letter, USA, 1844.
Esto era un matrimonio de hombre y mujer que tenían un chalé un poquito elegante, así como de clase social alta baja, o media-alta, en fin, nada choni cani, y volvían de un viaje solidario humanitario. Se lo encontraron patas arriba, con la cristalera del jardín abierta, todo revuelto. Él era un tanto realista, hacía ese análisis de la realidad propio de los jesuitas, ella era un poco más mística y tal vez buenista.
― ¡Hala! ¡Nos han robado! ―dijo él.
―¡Está todo patas arriba! ¿Por qué dices eso? Mira, está abierta de par en par la cristalera del jardín.
―Pues eso, que nos han robado.
―El mismo huracán que hemos tenido estos días, el que hemos visto desde el avión, amaneciendo, ha sido. Culpa mía, creo que me dejé las cristaleras abiertas y mira, ha entrado el viento y lo ha removido todo volando.
―No mi amor. Yo creo que dejamos los cristales cerrados. Pero mujer no toques, ¡no toques nada! Y no seas como esas pseudoamigas tuyas pavas buenistas que creen que todo es guay Mafalda, bueñoñas, rousseaunianas. ¿No ves que nos han robado? No toques nada. ¿Ves que falte algo? No tenemos joyeros ni caja fuerte, vamos a la cocina a ver si ahí sigue el microondas que era lo más refinado que teníamos…
―Pero, ¿cómo me dices eso? ¿Pseudo amigas? Tú crees que hay alguien tal malvado como para entrar a nuestro humilde chalé, que como tú dices no tiene joyero ni caja fuerte, y nos allanen la morada? Ha sido el viento. La gente es buena. No ensucies tu imaginación pensando que haya gente que hiciera esto.
―Mi amor no me ensucio, es que ha sido un ladrón. Es más, por el delicado estilo de desorden atroz me atrevería a decir que ha sido una bien avenida pareja de ladrón y ladronzuela. Eres sencilla como paloma, te falta ser astuta como serpiente, Mateo diez dieciséis.
Tenía yo un profesor de religión algo irreverente o explorador que llegó a decir ―asombróme― que la destrucción de retablos durante la guerra incivil española pudiera ser una forma de oración. ¡Nos has abandonado, nos has dejado, has permitido que mueran de hambre y frío nuestros hijos mientras estos murmuran en latín atufados en nieblas de incienso, has congraciado el paradigma que defiende al patrón y nos pisa el cuello. Y si no fuera así, ¡lo parece! Nos dejó boquiabiertos. Como la mujer del cuento hay gente que ante el mal se coloca así ante Dios. Algunos ateos agnósticos SinDiós protegen bien el concepto Dios: para no mancharlo de alguna posible connivencia, resposabilidad civil subsidiaria, cogen y lo eliminan de su panorama conceptual. ¡Tratan mejor a Dios que yo! Les queda sin mácula pero inexistente fuera de sus cráneos.* Se niegan a hacer una oración de protesta. Una oración como la del amigo inoportuno o la de la viuda mosca cj****a, una imprecación indignada. Lucas once y dieciocho.
Cuando Jesús nos recomienda meternos en una habitación con la puerta cerrada nos puede estar dando pistas. ¿Será para que gritemos alaridos a Su Padre? Mateo seis seis.
Os digo uno más de los noventa y nueve nombres de Dios, desvelo un secreto terrible: Diospermite. Podéis rezar llamándole así, DiosPermite.
¿Y qué es más notorio, más drástico? ¿La elusión cuidada torticera con que hoy NO se puede nombrar a Dios en nuestras sociedades? La teolalia hoy prohibidísima. ¿O esta otra ocurrencia de Anatoli Lunacharski, fusilar a Dios?
Anatoli, Caifás, Anás y Poncio repitiendo modelos.
Cándidos, cándidas, como el nombre de esa enfermedad, candidiasis.
* * *
De niño crecí con esta frase sorprendente a la que todavía saco punta:
La mayor agresión, el peor hachazo es la indiferencia, ninguneo.
Más tarde, jovencillo, despuntándome el gaísmo, me dijeron en el ambiente esta otra:
El mayor afrodisíaco: la indiferencia.
Confieso que no sé manejar bien las dos. Llevo una con cada mano, separadas.
¡Bendiciones! Gracias por leerme. Si a alguien le molesta lo borro.
* Es de otra opinión el padre José Antonio Fortea, rigoroso contemporáneo mío, a quien gusto de leer y seguir, exorcista y de escritos muy distintos a los míos. Para él la existencia es un mínimo grado de placercito, una mínima dignidad. No estoy de acuerdo, pero bueno, que no pasen de ahí nuestras diferencias.
El ser es un bien, aunque sea
sufriendo. Si se dejara de existir se
dejaría de sufrir, pero se perdería la
posibilidad de todo bien, por pequeño
que fuera. El bien de la existencia en
medio del sufrimiento es pequeño, pero
real. Quien pierde la existencia pierde
completamente todo.
Summa Dæmoniaca, pág. 77, cuestión 90.