Playa, atardecer. Simplicio y Sagredo pasean descalzos, dos caracolas en las manos.
El apocaloptimista Simplicio
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―Mira Sagredo, todo se hunde, se degrada. La entropía actúa no sólo sobre la energía, sino sobre las alegrías, sobre la Fe, todo lo deslíe, lo vuelve fofo. La energía ni se crea ni se destruye: tan sólo se entropiza. Yo estoy triste. Me he vuelto apocaloptimista. Como estamos obligados a estar alegres por orden de Jesús busco la alegría de modo chorra en cualquier cosa espontánea y pequeña, pero llega la noche, me acuesto solo y ya no mantengo mi sonrisa fingida. Creo que a la especie Homo sapiens no lo quedan más de cien años, y lo peor es que ello me parece congruente y lógico. Apocaloptimista. La tristeza me retroalimenta la culpa, espiral de pena. La política internacional y propia, la catástrofe ecológica, la estulticia imperante, mis arrugas y achaques, todo se aja. Esta caracola gris que encontré anoche. Escucha su sonido, un tono se desploma sin cesar.
Sagredo, en Gracia.
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―Simplicio no estoy de acuerdo. No sé si por libre albedrío mío, o por una gracia que se me ha dado y que me gustaría contagiarte.
Mucho de lo que dices es verdad. Pero el Reino sí que llega ¡y no veas con qué fuerzas! Tienes razón con que la losa de Chernóbil no tiene arreglo, con que no podemos deconstruir los cimientos de los cementerios, con que nos hemos cargado muchas especies y dos casquetes polares. Y somos fanáticos de la historia, no olvidamos los horrores, aunque no dolieran ahí nos quedan sus memorias.
Pero nos refinamos, tú. Nos aquilatamos, diamantes. ¡Inexplicable! Oro, crisol. Cada nueva generación es más lista, más destilada por el alambique de la Gracia. Escucha esta caracola rosa que me regalaron ayer. Nuestros pies hundidos en barro de entropía, sí, pero nuestro espíritu asciende de frecuencia.
Fátima: al final mi inmaculado corazón triunfará. Además, un día volverá Él ―un jueves por la tarde, un martes a mediodía, un lunes― nuestra elevación la fundiremos con Su vuelta.