Disciplina del corazón

Hoy nos hacemos eco de las palabras de H. Nouwen

Nunca llegaremos a conocer nuestra verdadera vocación en la vida si no estamos dispuestos a debatirnos con la radical exigencia que el evangelio nos plantea.

Durante los veinte siglos pasados, muchos cristianos y cristianas han escuchado esa radical exigencia y han respondido a ella con verdadera obediencia. Algunos se hicieron eremitas en el desierto, mientras otros servían en la ciudad. Algunos iban a tierras lejanas como predicadores, maestros y sanadores, mientras otros se quedaban donde estaban, formaban familias y trabajaban afanosamente. Algunos se hacían famosos, mientras otros eran desconocidos. Aunque sus respuestas muestras una extraordinaria diversidad, todos esos cristianos oían la llamada a seguir a Cristo sin componendas.

Prescindiendo de la forma concreta que demos a nuestra vida, la llamada de Jesús al discipulado  es primordial, global, inclusiva, y exige un compromiso total. No se puede estar un poco a favor de Cristo, dedicarle un poco de atención ni hacer de él una de tantas preocupaciones.

Seguir a Cristo exige estar dispuestos-as a permitir que el Espíritu de Dios invada los más recónditos rincones de nuestra mente y de nuestro corazón y haga de nosotros-as otros tantos Cristos. Para esto es necesario la disciplina, y la palabra suena mal, porque, en este tiempo que vivimos, todo lo que suene a orden, estructura y obligación se rechaza. La disciplina del discípulo cristiano no consiste en dominar ninguna materia académica o diversas técnicas y habilidades, consiste más bien en ser dominado por el Espíritu.

La verdadera disciplina cristiana es el esfuerzo humano por crear el espacio en el que el Espíritu de Cristo pueda transformarnos incorporándonos a su familia.

NOUWEN, H., El estilo desinteresado de Cristo

(www.monjasdesuesa.org)


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