La primera respuesta al amor de Dios es a través de la fe, acogiendo llenos de estupor y gratitud una inaudita iniciativa divina que nos precede y nos reclama.
El «sí» de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia y le da pleno sentido.
Sin embargo, Dios no se contenta con que aceptemos su amor gratuito. No se limita a amarnos, quiere atraernos hacia sí, transformarnos de un modo tan profundo que podamos decir como San Pablo: ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (Ga 2, 20).