Hoy es el domingo gaudete, imperativo de gaudio, alegrar. La obligación de alegrarnos. No recomienda, ¡obliga! El sacerdote viste hoy de rosa.
Una diálisis de alegría y de bondad, La señora de la derecha lleva siendo tranquila y risueña desde mil novecientos y pico. El caballero de la izquierda, al revés, va en estado de perpetuo cabreo, enojo, ira. Él se lo justifica con tsunamis de razones: los dineros, la entropía, la política, los demás, lo que sea. Ella ni se lo plantea. Durante una hora se dializan, a ella se le extrae la sangre, poco a poco su alegría y su bondad se filtran, se centrifugan, y pasan a la otra máquina, se van inyectando en él. Al revés, a él también se le decanta centrifugada la ira y maldad, y se aparta en un bote para después externalizarla, como se dice ahora. [Me dijeron que la venden a un laboratorio que hace con ella barnices; también que la usan como aislante para submarinos. ]
Os presento a la serotonina. Es una molécula hecha de cosas simples como puñados de tierra, barro, diez carbonos, doce hidrógenos, dos nitrógenos, un oxígeno. Nada de oro ni plata. Parece ser que es nuestra hormona del bienestar y la tranquilidad.
También vale más que el oro y la plata la oxitocina. Otra deliciosa hormona del placer y el bienestar. Enredada, pero hecha de otro simple puñado de tierra. Su nombre, C43H66N12O12S2. Reto a poetas, que aún quedamos, para calzarlo en un verso. Esta señora va y se la tatúa en un pie. Parece ser que se la oxitocina abunda durante el parto.
El cortisol tiene peor prensa. Es llamada hormona del estrés. Parecido al cortisol, la adrenalina. A quienes ya tenemos cierta edad nos pasa que ya nos sienta mal la adrenalina o epinefrina, que prepara para la huida y la lucha. Lo disparan las suprarrenales, están en mitad del cuerpo para que se derrame por el torrente con amplitud pronto, hoy en nuestras vidas urbanitas occidentales la huida y la lucha no parece servir de mucho. Cuando yo tenía un cuerpo joven me resultaba sabroso un disparo de adrenalina por causa de algún susto, me dejaba sabor salado de boca. Ya no, ahora me molesta y me aturde. Casi todos conocemos alguien metido en la jaula del cortisol. Pecado, cortisol, estrés, tristeza, maldad…
Cortisol. Es bueno que les sonriemos, a pesar de lo sucia que se les pone la mirada a los llenos de cortisol, y les ayudemos a depurarlo, a que lo meen.
Este es uno de los asuntos más raros de nuestro libre albedrío. Hay personas que en el patio de su cárcel sonríen y hacen corrillo de charla con el resto de presas un día soleado de enero. Pero hay tipos calentando el cuero del asiento de su automóvil deportivo caro, apretando los dientes, kabreados enojados igual que ayer, ante el semáforo rojo; vuelven solitarios tarde a su chalé tamaño campo de fútbol con cuatro piscinas. Uno que acaba de perder a su hermano antenoche pero anima a los amigos que acuden al tanatorio hundidos, mudos, sin discursos ensayados. El misterio de la alegría y bondad donde no la esperaban. Pero otra que sale con taconazos firmes de un abortorio creyéndose segura de sí misma, contenta porque además el médico le ha facturado menos de lo que ella esperaba. Médico por llamarlo de alguna manera. ¿Por ser clienta habitual? Y a ella le parece que eso es alegría y bondad. Sí, la cantidad de alegría que sudamos tiene relación estadística con nuestra situación en el mundo, pero no siempre, no del todo; hay sorpresas. Es un misterio de las dos clases de misterio que hay, misterio fascinante, y misterio tremendo, horrible. Además, la alegría, si tuviera una ciencia propia, no sería ciencia dura sino muy blanda, gaudiología. Ahora que lo escribo noto que no se puede estudiar la alegría. Tal vez ni se pueda hablar ni meditar ni decir sobre ella. Sólo se goza. ¡Exclamación! Esto le gustaba a Wittgenstein, las cosas que no pueden ni deben decirse. ¿Sabéis qué palabra comparte etimología con jaculatoria?
Yo estoy tranquilo tecleando esto, tengo acceso a internet en mi habitación propia, en un país con buena legislación para el gaísmo. Pero me cuesta cumplir la orden de alegrarme. Me conozco las maquinitas centrifugadoras de la imagen de arriba por ser donante de sangre y de un tipo especial de plaquetas. Puede que por ahí camine saludable una persona anónima ya sin leucemia gracias a mis plaquetas homosexuales. Tenemos orden de alegrarnos. ¿Estarán otras mujeres más alegres que yo, aunque lleven dieciséis horas en una fábrica textil oriental? O migrando en una balsa de juguete en el mar viendo ya el horizonte, o escondidas en el techo de un mercancías que por fin arriba al North; o a los dos días de ser abladas en el desierto… No lo creo, no, pero me sigue pareciendo misterio. Perdón por vuestro tiempo, que hoy os lo he robado más que otras veces con estas plúmbeas egoicas parrafadas pretenciosas mías. ¿Qué hago yo gastando electricidad ante este teclado? Debo levantarme y salir al mundo real, yacimiento de alegrías, mina a cielo abierto de pequeñas menas de alegrías.
No tomaré más vinillos con vosotros, no llegaré a un puntito beodo, copas de tintorros con vosotros, hasta que vuelva. Perdondame esta mi versión libre de Lucas veintidós dieciocho. La Mancha, España, es la región vinícola más grande del planeta. Los convidados por el rey a su cena de bodas no acudieron. Entonces mandó el rey a llenar la sala con quien fuese. Y una vez lleno de cualquieras, vio por allí a un tipo que no llevaba traje de fiesta, de boda. Le preguntó por qué no iba vestido de alegría, el tipo va y no contesta nada. ¡Y lo echaron! Otra versión libre de Mateo veintidós once. Este consejo que no me habéis pedido os doy, con el mucho o poco libre albedrío que tengáis, ¡ponéos traje de fiesta! No es fácil alegrarse por decreto, porque sí, pero lo intento.