Cuando dejas de creer en algo, no importa en qué, se crea un desasosiego.
A todxs seguramente nos ha pasado.
Creemos con firmeza en algo, pero, de pronto, un suceso nos hace cuestionarnos esa creencia o se nos viene abajo una idea que considerábamos totalmente clara y válida.
Cuando lo anterior ocurre, se produce por lo general una decepción, sea cualquier cosa en la que se creyera, y al tratarse de una persona esa decepcióon suele ser mayor.
Aunque nuestra creencia sea una de las típicas ilusiones infantiles, la primera vez que nos sentimos traicionados por un amigo, por un amor o, incluso, por alguna institución, nos resulta doloroso. Entramos de pronto en una realidad que, casi siempre, nos trae un sinsabor y un desencanto, el cual de alguna manera nos sacude y nos dice que las cosas no eran como nosotros pensábamos o asegurábamos que eran.
Lo cierto es que después de transcurrido un tiempo, cuando crecernos como seres humanos, reflexionamos y recapacitamos sobre la mayoría de esas cosas y nos damos cuenta de que no es que hayamos dejado de creer, sino que simplemente creemos diferente, o en otra cosa, o incluso en la misma pero con otra perspectiva.
Quizás hasta sería más válido decir que creemos con otro sentido, ya que el ser humano está conformado por un sistema de creencias al que solemos aferrarnos y, de hecho, cuando se nos cae una creencia comúnmente se debe a que la estamos cambiando por otra.
Difícilmente el ser humano dejará de creer en algo.
Creer es parte esencial de nuestra vida. Constituye un motor que nos permite lograr muchas cosas, que nos da fuerza, que de cierta manera nos vigoriza.
Romper paradigmas y romper creencias quizás sea un paso dentro del proceso del entendimiento, y tal vez sea parte de la naturaleza humana.
Casi siempre que dejamos de creer en algo o en alguien, el proceso iterativo es casi siempre el mismo: si no obedece a que una nueva idea nos cautivó y nos hizo prácticamente tirar la antigua creencia, se debe a que la creencia se nos ha caído. Y es cuando viene el desencanto. Por eso decimos que el proceso generalmente es el mismo: Lo primero que buscamos es algo o alguien más en quién creer y éste es el punto que amerita reflexión.
A mí me parece que en lugar de buscar algo o alguien más en quién creer, deberíamos buscar entender, comprender el verdadero sentido y la realidad de las cosas.
De hecho esto ayudaría estar conscientes de que nosotros somos parte de esa realidad, que también cambiamos y que en cierta forma decepcionamos a otros que nos ven de cierta manera.
El reemplazar la creencia por el entendimiento, siempre nos va a permitir ver las cosas de manera más objetiva, y ser más objetivos nos llevará a una vida más rica, con menos sinsabores, y, así, cuando suceda algo que nos haga dejar de creer en algo o en alguien, en vez de vivir el desencanto lo veremos con otra perspectiva.
Todo esto nos permitirá aceptar el hecho de un modo más natural, sin sobredimensionar algo que la vida y el tiempo siempre nos terminan demostrando: que de una u otra forma, en algún momento, le dimos más importancia de la que realmente tiene.
En conclusión, este proceso nos llevará a vivir a plenitud, lo que quizás sea aquello que algunxs entendidos llaman madurez.