Tu dolor, profundo como es, se relaciona con circunstancias específicas. No sufres en abstracto. Sufres porque alguien te hiere en un momento particular y en un lugar particular. Tus sentimientos de rechazo, de abandono y de inutilidad están arraigados en acontecimientos de lo más concretos. De este modo, todo sufrimiento es único. Esto es eminentemente cierto respecto del sufrimiento de Jesús. Sus discípulos lo abandonaron, Pilato lo condeno. Los soldados romanos lo torturaron y lo crucificaron.
Sin embargo, mientras sigas apuntando a lo específico, se te escapara el pleno significado de tu dolor. Te engañarás al creer que, si la gente, las circunstancias y los acontecimientos hubieran sido diferentes, tu dolor no existiría. Esto puede ser parcialmente cierto, pero la verdad mas profunda es que la situación que produjo tu dolor no fue nada más que la forma en la cual entraste en contacto con la condición humana del sufrimiento. Tu dolor es el modo concreto en que participas porqué a menudo buscas venganza. Pero la verdadera sanación proviene del dolor de la humanidad.
Paradójicamente, por lo tanto, sanarse implica un pasaje de tu dolor hacia el dolor. Cuando sigues acentuando las circunstancias especificas de tu dolor, te puedes enojar con facilidad o volverte resentido y hasta vengativo. Tiendes a hacer algo respecto de lo externo de tu dolor para aliviarlo; esto explica del descubrimiento de que tu dolor particular es parte del dolor de la humanidad. Este descubrimiento te permite perdonar a tus enemigos y acceder a una vida verdaderamente misericordiosa. Este es el camino de Jesús, que rezo en la cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). El sufrimiento de Jesús, concreto como era, era el sufrimiento de toda la humanidad. Su dolor era el dolor.
Cada vez que puedes desviar tu atención de la situación externa que produjo tu dolor y apuntar al dolor de la humanidad del cual participas, tu sufrimiento se torna más fácil de soportar. Se transforma en una “carga liviana” y en un “yugo leve” (Mt 11, 30). Una vez que descubres que se te convoca a vivir en solidaridad con los que pasan hambre, los que no tienen casa, los prisioneros, los refugiados, los enfermos y los agonizantes, tu dolor personal mismo empieza a transformarse en el dolor, y encuentras nueva fuerza para superarlo. Aquí reside la esperanza de todos los cristianos.
(Herni J.M. Nouewen, La voz interior del amor)