Canción de entrada: Canción del misionero
«Dame tu corazón, Ámame tal como eres…»
Conozco tu miseria, las luchas y tribulaciones de tu alma, la debilidad y las dolencias de tu cuerpo; conozco tu cobardía, tus pecados y tus flaquezas; y a pesar de todo te digo: «Dame tu corazón. Ámame tal como eres»…
Si para darme tu corazón esperas a ser un ángel, nunca llegarás a amarme. Aun cuando caigas de nuevo muchas veces en esas faltas que quisieras no cometer jamás, y seas un cobarde para practicar la virtud, no te consiento que me dejes de amar.
Ámame tal como eres. Ámame en todo momento, cualquiera que sea la situación en que te encuentres: de fervor o sequedad, de fidelidad o traición.
Ámame tal como eres. Quiero el amor de tu corazón indigente. Si esperas a ser perfecto para amarme, nunca me llegarás a amar…
Déjame amarte. Quiero tu corazón. En mis planes está moldearte. Pero mientras eso llega, te amo tal como eres. Y quiero que tú hagas lo mismo: deseo ver tu corazón que se levanta desde lo profundo de tu miseria. Amo en tú incluso tu debilidad.
Me gusta el amor de los pobres. Quiero que desde la indigencia se levante incesantemente este grito: ¡Te amo, Señor! Lo que me importa es el canto de tu corazón. ¿Para qué necesito yo tu ciencia o tus talentos? No te pido virtudes; y aunque yo te las diera, eres tan débil, que siempre se mezclaría en ellas el amor propio; pero no te preocupes por eso… Preocúpate sólo de llenar con amor el momento presente.
Hoy me tienes a la puerta de tu corazón, como un mendigo, a mí, que soy el Señor de los señores. Llamo a tu puerta y espero; apresúrate a abrirme; no alegues tu miseria.
Si conocieras plenamente la dimensión de tu indigencia morirías de dolor. Una sola cosa podría herirme el corazón: ver que dudas y que te falta confianza.
Quiero que pienses en mí todas las horas del día y de la noche. No quiero que realices ni siquiera la acción más insignificante por un motivo que no sea el amor.
Cuando te toque sufrir, yo te daré fuerzas; tú me diste amor a mí; yo te haré amar más de lo que hayas podido soñar. Pero recuerda esto: «ámame tal como eres».
Canción: Dios esta aquí
Salmo 142, 1-11 – LAMENTACIÓN Y SÚPLICA ANTE LA ANGUSTIA
Señor, escucha mi oración; El enemigo me persigue a muerte, Recuerdo los tiempos antiguos, Escúchame en seguida, Señor,
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En la mañana hazme escuchar tu gracia, Líbrame del enemigo, Señor, Por tu nombre, Señor, consérvame vivo; Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. |
Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA
Venid, aclamemos al Señor, Porque el Señor es un Dios grande, Venid, postrémonos por tierra, |
Ojalá escuchéis hoy su voz: Durante cuarenta años Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. |
ECOS
Adoración es el acto de fe por el que reconocemos la presencia de Dios como el ser supremo del que dependemos, pero sobre todo es el acto de amor extremo por el que nos entregamos a Él. Para los cristianos la contemplación y adoración es uno de los pilares fundamentales de nuestra existencia. La adoración consiste en estar en presencia de Jesús que nos ama y al que amamos, estar con Él hablando o en silencio, diciendo simplemente “Tú sabes que te amo”. Es regalarle el tiempo que Él nos ha dado, “perder el tiempo” con Él. Estamos con Él de forma gratuita, no buscamos conseguir nada, solo estar con Él sintiendo que nos ama, que le amamos. Contemplar es mirar a Jesús que se entrega por amor, ver su deseo infinito de salvación para nosotros, su actitud de acción de gracias al Padre, su comunión con el Padre y con los hombres, es sentirnos inmersos en el amor de Dios Padre que se nos da en Jesucristo.
Canción: No adoréis a nadie más que a El
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Marcos, capítulo 10 |
Llegaron a Jericó. Y cuando salía de allí con sus discípulos y un gentío considerable, Bartimeo, hijo de Timeo, un mendigo ciego, estaba sentado a la vera del camino. Al oír que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: —¡Jesús, Hijo de David, compadécete de mí! Muchos lo reprendían para que se callase. Pero él gritaba más fuerte: —¡Hijo de David, compadécete de mí! Jesús se detuvo y dijo: —Llamadlo. Llamaron al ciego diciéndole: —¡Ánimo, levántate, que te llama! Él dejó el manto, se puso en pie y se acercó a Jesús. Jesús le preguntó: —¿Qué quieres de mí? Contestó el ciego: —Maestro, que recobre la vista. Jesús le dijo: —Vete, tu fe te ha salvado. Al instante recobró la vista y lo seguía por el camino. |
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Silencio
Canción: No me mueve mi Dios
Acción de gracias – Preces
Padrenuestro
Bendición
Canción: Bendigamos al Señor