La globalización de la indiferencia se vence con la lucha contra la inequidad. La iglesia crece por atracción, contagio; no por proselitismo sino enamoramiento, risa, alegría. Discerniendo entre nuestros más firmes deseos la voluntad de Dios. Dando tiempo al tiempo. Sin límites en los grandes proyectos pero cuidando finamente las cosas pequeñas.