No puedo vivir sin mi piel, no la dejo doblada encima de la silla de mi habitación o colgada en el armario. No la mudo, no la cambio… va siempre conmigo, aunque no siempre me agrade…
Tu palabra va haciéndose piel con mi piel. De tanto absorberla se hace una conmigo. Tampoco es fácil de llevar porque a veces escuece, o duele, a veces me afea. Otras, en cambio me llena de luz, me embellece…
Hacer piel tu palabra, Señor, es un sueño.
“No tener miedo” (Jn. 6,20), no ser cobarde, afrontar las zarzas que van sofocando las flores de mi vida, arrancarlas aunque sangre. Nada hay tan ruin ni miserable en mí que no pueda haberlo en otro. Nada hay tan hermoso y grande en mí que no pueda nacer en otros.
“Esperar en silencio” (Ex. 14,14) a que tú hagas grande mi libertad, a que tú pelees por mí, por lograr mi amor y mi entrega.
“Saber que eres agua viva” (Jn. 4,14) y que puedo beber en ti siempre que lo desee, siempre que mis entrañas se revuelvan necesitadas y sedientas.
“Buscarte en el vacío” (Is. 45,19), en las etapas difíciles y que yo complico más con mi mente y mis juicio; en las épocas de incomprensión y de oscuridad, de dudas y retrocesos. Vivir con intensidad el vacío, porque en él podré encontrarme en toda mi sinceridad, podré encontrarte en toda tu intensidad.
Quiero hacer piel tu palabra. Ya no me sirve leerla, escucharla, proclamarla, danzarla, repetirla,… casi no me sirve ya ni tan siquiera orarla. Es más, mucho más mucho más hondo el deseo.
Quiero ser Palabra, hacerme espacio abierto y transparente, aunque para eso tenga que desgarrarme.
¡Qué pequeña es mi confianza en ti, Señor, si no soy capaz de romperme por hacerme plena y hacerme Vida!
(www.monjasdesuesa.org)