Orar es mirar a Dios con amor y agradecimiento, descubrir en Él un corazón de madre y experimentar la salvación que nos regala. Orar es contemplar a Jesús para entender la vida como Él: vida generosa, fiel, de calidad, con sentimientos y actitudes de un verdadero creyente. Orar es colaborar con la labor que el Espíritu va realizando en nosotros. Por eso, «cuando oréis no uséis muchas palabras como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso».