Nuestras sombras nos alejan de nosotros y de los demás. Las intentamos ocultar para no verlas ni permitir que otros las vean. Sin embargo, ocultarlas no impide que formen parte de nosotros, que se acoplen en nuestro subconsciente. La contemplación nos hace convivir con nuestras sombras, desasosiegos, sin buscar razones o motivos, en presencia de nuestra mente que no para de hablar y pensar. Contemplar es estar con el dolor, con nuestros sentimientos y experimentar la compañía y la mirada de Dios. La contemplación necesita de la actitud de desear estar con Dios y aprender a convivir con el sufrimiento. Acoger nuestra tristeza, desconcierto, nuestros miedos e inseguridades, sin deseo de huir de ellos, sin esperar nada a cambio.