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Colaboradores de Dios

Contemplando a los colaboradores de Dios. Se sintieron llamados a seguirle, con sutiles percepciones e intuiciones que les hicieron encontrarse encajados en su sitio. Sintiéndose con paz, alegría y esperanza, pese a la crudeza de ciertas situaciones que tuvieron que vivir, precisamente por seguir esa intuición, que les hizo sentirse en su sitio.

Buscando posada sin éxito

Buscando posada sin éxito con María embarazada a punto de dar a luz, sin familia ni amigos, entrando en un establo. ¿Cómo es posible que no les dieran posada? Contemplando la dureza de la situación, el agobio de José, el aguante de María. Mirando a las dos mamás, a una de las gemelas en el hospital con salmonelosis y a la otra en casa con lo mismo. Una de las madres en el hospital y la otra se tiene que ir de viaje para tener los ingresos que sostienen la familia. La madre de una de ellas se hace cargo de las niñas que están en casa.

Mirando una embarazada sobre un borrico

Contemplando a una chiquilla embarazada montada sobre un asno. Junto a ella, su novio y prometido. Ella con una barriga de casi nueve meses y sin estar casados. Guiados por sutiles intuiciones, superan lo que amigos y familiares puedan pensar. De camino hacia su pueblo natal, Belén, para inscribirse en un censo para poder cobrar impuestos. ¿No debería estar ella haciendo reposo? Contemplando a unas amigas lesbianas cuidando de dos gemelas y una niña pequeña. Mirando su paz y alegría interior en medio del agobio y agetreo exterior. Intentando conocer a un no nacido aún, que por mí quiso venir al mundo para que más le ame y le siga.

Tengo contra ti que has dejado tu primer amor

Conozco tus obras y tu arduo trabajo y paciencia; conozco que no puedes soportar a los malvados y has puesto a prueba a los que dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos; y has sufrido y has tenido paciencia y has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has desmayado. Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído y arrepiéntete.

Digno de confianza

Doy gracias a nuestro Señor Jesucristo, porque me ha fortalecido y me ha considerado digno de confianza, llamándome a su servicio a pesar de mis blasfemias, persecuciones e insolencias anteriores. Pero fui tratado con misericordia, porque cuando no tenía fe, actuaba así por ignorancia […] Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el peor de ellos. Si encontré misericordia, fue para que Jesucristo demostrara en mí toda su paciencia, poniéndome como ejemplo de los que van a creer en él para alcanzar la Vida eterna.

Un dracma perdido

Llevo años buscando un dracma perdido en mi casa. Barro la casa y enciendo un candil. Busco pero no encuentro, hay muchos trastos. Hay habitaciones en las casi no se puede ni entrar. Contemplo a veces el momento en que convoco a mis amigos y vecinos para decirles: ¡¡felicitadme!!, ¡¡felicitadme mucho!! Porque después de tanto buscar, lo he encontrado.

Vaciando la casa

Ejercitarse espiritualmente para vaciar la casa y que Dios pueda entrar en todas las habitaciones de nuestra vida. ¿Puede acaso entrar Dios en la habitación de mi trabajo, en la de mi pareja, mis amigos, mi familia? ¿Acaso en las habitaciones de los demás? ¿Soy acaso dueño de mi casa? ¿Hay otros dueños que abren y cierran, que hacen lo que no queremos y no nos dejan hacer lo que queremos? ¿Dejamos estar a Dios en todas las habitaciones o facetas de nuestra vida?

Revivir la oración incesante

Deseemos que ejercitarnos espiritualmente nos ayude a revivir en nosotros la oración incesante, volver a experimentar el amor que Dios nos tiene y reconocer los impulsos del Espíritu, que quiere convertirnos cada vez más en la imagen que Dios tiene de nosotros.

Ejercicios espirituales en la vida diaria

Ejercitándose en la práctica de la presencia de Dios en la vida y en andar el camino que Dios quiere hacer con nosotros. Entrenándose en la escucha de la voz de Dios en el corazón. Dándose tiempo a sentir la resonancia interior de las cosas sencillas y pequeñas; los suaves impulsos con los que el Espíritu Santo nos llama poco a poco, configurando nuestra propia vocación: la llamada de Dios a proclamar su amor con nuestra vida.

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