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Gestos minúsculos

Hace unos días un compañero de trabajo se me acercó y me preguntó si iba a comer con él y otro grupo de gente. Yo le dije que sí, que iba con ellos. Hoy contemplo esta escena y no alcanzo a recordar la última vez que esta persona me hacía esta propuesta tan simple. Hoy agradezco este gesto minúsculo del amor de Dios, quizá inconscientemente canalizado a través de esta persona.

Conversando con Fernando Sebastián

Hace unos días estuve conversando unos minutos a la salida de la misa de la catedral de Málaga con el recién nombrado cardenal, Fernando Sebastián. Hombre afable y acogedor, fue muy fácil acercarse a él. Tras una breve conversación a propósito de sus declaraciones contra las personas homosexuales, percibí su actitud cercana y de apoyo, pero su discurso era el mismo que el de sus declaraciones. A sus 84 años, hoy Dios me inspira contemplarle como si fuera mi abuela, a la que con su edad me ahorré decirle que yo también lo era.

Encuentros interrumpidos

Buscando un espacio sagrado e íntimo de encuentro trascendente en la cotidianeidad de la vida diaria. Adquiriendo un espacio, un momento y una rutina para hacerlo. Entrando poco a poco cada día en ese espacio, descubro que casi recién entrado, cuando me haría una tienda para quedarme ahí, tengo que terminar para alcanzar al día, aterrizar en la vida real. Sí, encuentros interrumpidos, pero al fin y al cabo encuentros.

Gestos sin palabras

Cuando uno se queda sin palabras o no hay palabras para expresar lo que sentimos internamente, sólo quedan los gestos. Acciones sencillas, a veces simplemente presencia silenciosa, poner en nuestro pensamiento a otras personas. Expresiones mucho más elocuentes que las mismas palabras, se transmiten por un canal distinto de expresión corporal casi telepático: presencia ausente y presente, abrazos, besos, apretones de manos. Contemplando el gesto de Jesús lavando los pies a sus discípulos: sabiendo que provenía del Padre y que a Él volvía, habiendo amado a los suyos, hizo una última y suma muestra de su amor por ellos.

Oración sobre ruedas

La primera oración que empecé a hacer de forma sistemática fue en un tren que cogía cada mañana para ir a trabajar. El traqueteo del tren, las miradas somnolientas y los avisos de parada se asociaron a las experiencias más hondas de encuentro con mi Señor. Sin velas, ni silencio sepulcral; sin hablar con nadie, casi rozando la mala educación. Hoy continúo rezando sobre ruedas, en un autobús, a veces en el metro. Pequeños momentos cotidianos sin gran intensidad que con el tiempo se van intensificando. Amistad sincera e íntima de coincidencias sobre ruedas.

Dios pone todo en mis manos

Contemplando a Jesús pensativo. Sabía que el Padre había puesto todo en sus manos. Mirando su convencimiento de que de Dios provenía y que pronto a Dios volvería. Experimentando que Dios pone todo en mis manos, que también provengo de Él y que mi existencia malamente se explica sin su amor o intervención, a veces silenciosa.

El trabajo del Señor en nosotros

Con el convencimiento de que el Señor, con paciencia y esmero va trabajando poco a poco dentro de uno, aunque a veces ni siquiera nos demos cuenta. En medio de un ritmo un tanto frenético, me paro para mirar y gustar lo que va ocurriendo, para sacar provecho de cada situación y experiencia. El tiempo pasa rápido y creyendo estar en el mismo punto, no es así, porque entretanto el Señor ha ido trabajando dentro de mí a su gusto y antojo, poco a poco, casi sin darme cuenta.

Guardando en el corazón

Contemplando cómo se acerca la hora. La hora de algo importante. Sintiendo de pronto desvelo, intranquilidad, desasosiego. Deseando no dejar pasar las experiencias que acompañan nuestra vida. Pidiendo aprender a guardarlas en el corazón. Empatizando con el desasosiego e intranquilidad de Jesús cuando camino de Jerusalén, manda a sus discípulos preparar la última cena.

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