Carta abierta al papa Francisco: ayúdeme a salvar mi vocación

Help Save My Vocation. Este artículo presenta una carta abierta al papa Francisco en la que Benjamín Brenkert explica su decisión de dejar a los jesuitas debido a motivos LGTBQ (Lésbico, Gay, Transexual, Bisexual y «Queer») y pide al pontífice ser más fuerte en sus afirmaciones sobre la igualdad LGTBQ.
El artículo ha sido tomado del cuaderno de bitácora «Bondings» (Lazos) que es un proyecto de «New Ways Ministry» (Nuevas Formas de Ministerio), un ministerio enfocado a construir puentes entre la comunidad LGTB y la Iglesia católica, así como la reconciliación dentro de las más amplias comunidades cristianas y civiles. Para ver el artículo original en inglés pulse AQUÍ.
 
Querido Papa Francisco,
 
En su tiempo de pontificado, su compromiso con la pobreza ha despertado al mundo a los males de la globalización, el capitalismo y el materialismo. Muchos ahora comprenden que la pobreza es un pecado estructural y un mal social. A través de sus afirmaciones públicas ha despertado el interés de Católicos y no-Católicos, creyentes y ateos. El mundo le mira como a un pastor, un hombre lleno de la alegría del Evangelio.
 
Sin embargo, mientras usted se ha concentrado en la pobreza física y material, miembros de mi comunidad (lesbianas, gays, bisexuales, transgénero y personas «queer» que cuestionan, mujeres y jóvenes) han sido ignorados. Ellos permanecen en las fronteras, las márgenes, viviendo pobremente a nivel espiritual. Algunos necesitan la voz de cardenales como Walter Kasper que les digan que Dios les quiere. Otros saben que Dios les quiere, pero el liderazgo de la Iglesia les desprecia como desordenados y desorientados. Su pregunta profética «¿Quién soy yo para juzgar?» anima a gente de todas partes a tener una actitud sin juicios hacia los miembros de la comunidad LGTBQ. Pero no es suficiente con no emitir juicios; especialmente cuando Jesús nos dice que seamos como el Buen Samaritano: «Ve, haz tú lo mismo».
 
Pero, ¿quién soy yo para escribirle?
 
Como hombre abiertamente homosexual, he empleado los últimos diez años de mi vida encaminándome hacia el sacerdocio dentro de la Compañía de Jesús  (los jesuitas). Estoy lleno de gratitud por este tiempo. Amo ser jesuita, un hijo de San Ignacio de Loyola. Este julio, dejé a los jesuitas y quedamos en buenos términos.
 
Hoy, no puedo ya justa o libremente encaminarme hacia la ordenación como sacerdote homosexual en una Iglesia en donde hombres y mujeres homosexuales son despedidos de sus trabajos. La gota que colmó el vaso para mí fue cuando una ministro de justicia social lesbiana y casada fue despedida de una parroquia de los jesuitas en Kansas City.
 
Esta marginación es contraria a lo que muchos han llamado el «Efecto Francisco». Estos despidos niegan su énfasis en erradicar la pobreza porque los despidos traen a hombres y mujeres más cerca de su pobreza física y material. Despedir a gente a causa de su sexualidad o su derecho a casarse es discriminatorio. Es injusto, especialmente desde que muchas instituciones católicas tienen prerrogativas laborales antidiscriminatorias y establecen que son empleadores con igualdad de oportunidades de acuerdo a las leyes federales y estatales sobre raza, color, procedencia, edad, género, religión, discapacidad, estado civil, orientación sexual, estado de veterano de guerra y registro de arresto.
 
En mi carta de renuncia al Provincial, puse de manifiesto mi conciencia de cómo la injusticia LGTBQ contradice el evangelio. Más aún, resalté cómo la legislación anti-gay en países como Uganda y Rusia y la falta de acción por parte de la Iglesia, me han llegado a comenzar a cuestionarme mi pertenencia a la Iglesia. Mientras rezo sobre por qué dejo la Compañía de Jesús, debido a la injusticia LGTBQ en la Iglesia, continúo rezando la oración de San Ignacio:
 
«Tomad, Señor, y recibid, toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad. Todo mi haber y mi poseer. Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro. Disponed a toda vuestra volundad. Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta».
 
Rezo para que Dios continúe dándome gracia para ser fiel a mis votos y responder a las necesidades de nuestro mundo, una realidad encarnada que necesita una Iglesia ecuménica. Una Iglesia que responda a las necesidades de los pobres tanto físicas como espirituales como evidencia el capítulo 25 de Mateo. Deseo no ser una persona que desde el exterior se sienta segura. Sin embargo, a mí, un hombre abiertamente homosexual, se me dijo por parte de mis superiores que me centrara en otras cuestiones pastorales. ¿Por qué?
 
Como hombre abiertamente homosexual, busqué la ordenación porque Dios me llamó al sacerdocio. Desde que tenía quince años he rezado para entender esta pregunta. Recé no para salir al encuentro sino para ser encontrado. El tiempo y nuevamente los directores vocacionales, acompañantes espirituales y superiores comprobaron mis más hondos deseos, mis más santos afanes. Estas pesonas me vieron centrado y no desordenado, disponible al sacerdocio por buenas y santas razones.
 
Cuando entré en el noviciado de los jesuitas, Dios me ayudó a conocerme y verme como un hombre homosexual integrado que se quiere a sí mismo. A lo largo del tiempo, fui consciente de que tenía talentos que ofrecer como ministro sensible, empático, alegre, amoroso, orante, competente, multi-disciplinar y bien formado. Me entiendo a mí mismo como sacerdote, a pesar de mi humanidad y fragilidad.
 
Papa Francisco, con mi vocación evolucionando, sigo considerándome sacerdote. Le escribo para que me ayude a salvar mi vocación, en lo que tenga que ser en el futuro. Le pido que haga un llamamiento a la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos para que las instituciones católicas no despidan más católicos LGTBQ. Le pido que hable públicamente sobre las leyes que criminalizan y oprimen a las personas LGTBQ alrededor del globo. Estas acciones traerán verdadera vida a su afirmación «Quién soy yo para juzgar?»
 
Mientras continúo mi transición como miembro del laicado, se me recuerda que como cualquier jesuita, soy un «pecador que a pesar de todo es llamado a ser compañero de Jesús como lo fue nuestro fundador, San Ignacio de Loyola». Y como muchos de mis hermanos jesuitas en todo el mundo, homosexuales o no, sigo reflexionando sobre las preguntas troncales de la oración ignaciana de los jesuitas: «¿Qué hago por Cristo? ¿Qué estoy haciendo por Cristo? ¿Qué voy a hacer por Cristo?» Por esto, estoy lleno de gratitud.
 
Como antigo jesuita, sé que en el centro de los ejercicios espirituales de San Ignacio hay un encuentro con Dios, los demás y uno mismo. Este encuentro tiene lugar de forma dinámica y nos impulsa en nuestros deseos humanos y divinos a la relación y el amor. En resumen, se trata de un peregrinaje que sitúa a Jesús de Nazaret en el centro de la vida de cada persona. Este peregrinaje está abierto a homosexuales y heterosexuales. Jesús nos instruyó a todos para ser buenos samaritanos: «Ve, haz tú lo mismo».
 
Con amor y cariño,
 
Ben Brenkert
 

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