¿Quién penetró en el pensamiento del Señor?

¡Qué profunda y llena de riqueza es la sabiduría y la ciencia de Dios! ¡Qué insondables son sus designios y qué incomprensibles sus caminos! ¿Quién penetró en el pensamiento del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le dio algo, para que tenga derecho a ser retribuido? Porque todo viene de él, ha sido hecho por él, y es para él. ¡A él sea la gloria eternamente! (Romanos 11, 33-36)

Un peregrino lleno de dudas

Mientras las cartas de Francisco Javier despertaban tanta admiración en Europa, su autor estaba sumido en dudas y desolación: «Estoy tan enfadado de vivir, que juzgo ser mejor morir». El 7 de abril de 1544 escribía estas significativas palabras: «Dios nuestro Señor, por tiempo nos dé a sentir su santísima voluntad; y quiere de nosotros que siempre estemos prestos para cumplirla todas las veces que nos la manifestare y diere sentir dentro en nuestras almas; y para estar bien en esta vida hemos de ser peregrinos para ir a todas partes donde más podemos servir a Dios nuestro Señor».

Disciplinado a conocer la voluntad de Dios

Estando Francisco Javier junto a la iglesia de Santo Tomás en un barrio de Madrás (La India), rezaba y se disciplinaba por la noche en una caseta adosada a la iglesia pidiendo luz para ver la voluntad de Dios […] Una noche su criado se despertó escuchándole gritar implorando a la Virgen muchas veces: «¿Señora, non me habéis de valer?», como hizo Ignacio en la Storta, «rogando a la Virgen que le quisiere poner con su Hijo». Quedóse indispuesto dos días, pero la luz que pedía le vino al fin y escribió a sus compañeros de Goa: «En esta casa tomé por oficio ocuparme en rogar a Dios nuestro Señor me diese a sentir dentro de mi alma su santísima voluntad, con firme propósito de cumplirla. Quiso Dios por su acostumbrada misericordia, acordarse de mí; y con mucha consolación interior sentí y conocí ser su voluntad fuera yo a aquellas partes de Malaca».

Poniendo más empeño

Queridas hermanas y hermanos. Pongamos más empeño todavía en consolidar nuestra vocación y elección. Si hacemos así, nunca jamás tropezaremos; de este modo se nos concederá generosamente la entrada en el Reino eterno de nuestro Señor y salvador Jesucristo.

San Pedro Claver

Frente a los restos de San Pedro Claver, defensor de los esclavos negros africanos traídos a Cartagena de Indias, iniciador y precursor de la defensa de los derechos humanos, pido a este gran y querido santo que por su intercesión nos haga encontrar cauces y caminos concretos en nuestra vida para hacernos sensibles, acogedores y servidores de los pobres y excluidos.

Cristianos que se dejan de hacer

En una carta escrita por Francisco Javier desde las Indias el 15 de enero de 1544, dejó escapar este grito: «Muchos cristianos se dejan de hacer en estas partes por no haber personas que en tan pías y santas cosas se ocupen. Muchas veces me mueven pensamientos de ir a los estudios destas partes, dando voces como un hombre que tiene perdido el juicio, y principalmente a la universidad de París, diciendo en Sorbona a los que tienen más letras que voluntad para disponerse a fructificar con ellas: ¡cuántas ánimas dejan de ir a la gloria y van al infierno por negligencia dellos».

Hablándoles al corazón

En el viaje que hizo Pedro Fabro a pié, según la práctica de los primeros jesuitas iniciada por Ignacio, un día se perdió y una familia lo acogió con mucha amabilidad. Tras la cena les habló de Dios como él solía hacerlo. Mientras todos estaban pendientes de sus labios, dieciséis facinerosos provistos de armas blancas y fuego entraron tumultuosamente y hubo que servirles de todo sin lograr que se calmaran. Al observar la apacible calma de Fabro, se encararon con él. Él les echo en cara su conducta con tal autoridad y elocuencia que se quedaron sin respuesta. Con el respeto así ganado, les habló al corazón y ellos acabaron pidiéndole que les confesara.

Mártir de la obediencia y el trabajo

Pedro Fabro, un saboyano afable, mártir de la obediencia y del extenuante trabajo, beato de la iglesia. Su fuerte y la eficacia de su apostolado estaba en el trato personal donde hizo milagros. Tal era la presión de las autoridades eclesiásticas por que estuviera en su territorio, que le desplazarán como un peón de ajedrez de Italia a Alemania, de Alemania a España, de nuevo a Alemania y vuelta a España para intentar regresar a Italia, en un trajín que no le deja un momento de reposo y le causará la muerte en siete años. Así fue como Fabro se convirtió en mártir de la obediencia y el extenuante trabajo.

Un ser vivo que responde a su entorno

Ignacio de Loyola nunca quiso «cerrar» el texto de las Constituciones. No era sólo un gesto de humildad; lo inspiraba también su visión dinámica de la obra y estaba en profundo acuerdo con la flexibilidad recomendada en sus constituciones: sólo los principios fundamentales son taxativos; las disposiciones de orden práctico se adaptan a las condiciones de personas, lugares y tiempos. Las Constituciones son como un ser vivo que, manteniendo su identidad, responde a los estímulos de su entorno.

La letra no debe ahogar el Espíritu

En la redacción de las Constituciones de la Compañía de Jesús, Ignacio siempre vio la alta perspectiva en la que debían situarse. La letra no debe ahogar el espíritu. Por eso, desde su frontispicio, proclama la primacía de «la interior ley de la caridad y el amor que el Espíritu Santo escribe e imprime en los corazones más que ninguna exterior constitución». Si acomete Ignacio la empresa de escribirlas es por la «suave disposición de la Divina Providencia que pide cooperación de sus criaturas», así lo ha mandado el papa, así lo enseñan los ejemplos de los santos y la misma razón lo aconseja. Ante todo esto, Ignacio cede y se resigna a hacer las Constituciones de la Compañía de Jesús.