¿También vosotros queréis marcharos?

Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?». Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios» (Juan 6, 60)

Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad

Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor, y no acude a los idólatras, que se extravían con engaños. Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: «Aquí estoy.» –Como está escrito en mi libro– «para hacer tu voluntad». Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas. He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; No he cerrado los labios: Señor, tú lo sabes.

Acompañando a una buena amiga de excursión este fin de semana. En situación de separación con su esposa, con gran estrés y cansancio por el trabajo y sus hijas, este fin de semana necesitaba un respiro. Imaginando una conversación con su esposa y diciendo: «aunque no esté contigo, lo mejor que puedo hacer por ti es cuidar de ella». Por el cariño que me une a ellas y a mi Señor: «Aquí estoy para hacer tu voluntad».

Dios presente

Agradeciendo contemplar la ilusión de mi sobrino que acaba de aprender a montar en bicicleta, ver cómo disfrutan mis sobrinos con sus primos, durmiendo un sueño reparador, catalizando poder dar un paseo por el campo mi tía, mis padres y yo, disfrutar de comidas compartidas con sobremesa, haciendo sencilla presencia. Escuchando también dificultades, tensiones, cansancios. Soportando mis propias tensiones y malestares en el trabajo. Dios ha estado ahí presente, sosteniéndome. Pidiendo luz para mirar los acontecimientos con los ojos de Dios, reconociendo su mano y su presencia.

Meditando en la humanidad de Cristo

En la pluma de Teresa de Jesús confluyen las razones de sus tesis: la condición del hombre y mujer, la necesidad de Cristo, el ejemplo de los santos, su propia experiencia. Todo se resume en una convicción personal: Cristo es el camino, el modelo, es la suprema revelación del amor de Dios y la fuente de toda gracia.

La meditación continua en la humanidad de Cristo desemboca en la contemplación de las imágenes de Jesús, como camino y método para una presencia continua de Cristo. La vida cotidiana de Teresa de Jesús está marcada por las imágenes de Cristo en todos los momentos de su vida, porque no sólo se dejó cautivar por la infancia o la pasión de Jesús, sino que cualquier momento narrado en los evangelios, será un manantial de oración para ella.

Libertad por encima de disculpas

Nunca penséis ha de estar secreto el mal o el bien que hiciereis, por encerradas que estéis. ¿Y pensáis que aunque vos, hija, no os disculpéis, ha de faltar alguien que torne por vos (os defienda)? Mirad cómo respondió el Señor por la Magdalena en casa del fariseo, y cuando su hermana la culpaba (Lc 7, 36-40 y 10, 38-42). No os llevará por el rigor que a Sí (Cristo), que ya al tiempo tuvo un ladrón que tornó por Él (le defendió), cuando estaba en la cruz (Lc 23, 41); así Su Majestad moverá a quien torne por vosotras (os defienda), y cuando no, no será menester […] Porque comienza a ganar libertad y no se da más que digan mal que bien, antes parece es negocio ajeno […] Así es acá: con la costumbre que está hecha de que no hemos de responder, no parece hablan con nosotras (Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección 15, 7).

Creando confusión

¿Qué es esto, mi Dios? ¿Qué pensamos sacar de contentar a las criaturas? ¿Qué nos va en ser muy culpadas de todas ellas, si delante del Señor estamos sin culpa? […] Pues incluso cuando aún no hubiese otra ganancia sino la confusión que le quedará a la persona que os hubiere culpado de ver que vos sin ella (la confusión) os dejáis condenar, es grandísimo (Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección 15, 6).

Verse condenar sin culpa y callar II

(Verse condenar sin culpa y callar), porque nunca oí decir cosa mala de mí que no viese quedaban cortos; porque, aunque no era en las mismas cosas, tenía ofendido a Dios en otras muchas, y parecíame habían hecho harto en dejar aquéllas, y siempre me huelgo yo más que digan de mí lo que no es, que no las verdades (Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección 15, 3).

Verse condenar sin culpa y callar

Confusión grande me hace lo que os voy a persuadir, porque había de haber obrado siquiera algo de lo que os digo en esta virtud; es así que yo confieso haber aprovechado muy poco. […] Porque verdaderamente, es de gran humildad verse condenar sin culpa y callar y es gran imitación del Señor que nos quitó todas las culpas. Y así os ruego mucho traigáis en esto gran estudio, porque trae consigo grandes ganancias; y en procurar nosotras mismas librarnos de culpa, ninguna, ninguna (ganancia) veo, si no es -como digo- en algunos casos que podría causar enojo o escándalo no decir la verdad. Esto, quien tuviere más discreción que yo lo entenderá (Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección 15, 1).

San Ignacio de Loyola

Hoy, día de San Ignacio de Loyola, traemos a nuestra memoria la andadura de un hombre que se convirtió en excepcional dejándose hacer por Dios en su búsqueda incansable de encuentro con Él. También damos gracias por la Compañía de Jesús, para que pese a sus limitaciones humanas, siga siendo instrumento eficaz de encuentro con Cristo. Para que Dios continúe llamando braceros a su mies y nosotros respondamos prestos y diligentes a esa llamada. Para que aprendamos en todo amar y servir, buscando y encontrando a Dios en todas las cosas. Discerniendo entre buen y mal espíritu para elegir indiferentemente lo que más nos conduce al servicio de su Divina Bondad. Pidiendo su amor y gracia, que esta nos basta.

Tomad, Señor, y recibid

Tomad, Señor, y recibid, toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad.
Todo mi haber y mi poseer. Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno.
Todo es vuestro. Disponed de todo a vuestra voluntad.
Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta (San Ignacio de Loyola).