Caño de una fuente de caminantes. Los que pasan se fijan en el agua, pero ¿y en el caño? Si fuera de oro seguro que me mirarían, pero ¡qué poco tiempo estaría en la fuente del camino! Iría a parar a un museo tal vez, o a un taller de fundición. Dejaría de ser útil, de recibir y dar agua. ¿Y si fuera de plata? A lo mejor duraría un poco más. Pero, acabaría quizás en una vitrina o transformado en algo más valioso.
Pero soy muy poca cosa, Señor, ¡un caño de hierro, latón, hojalata! ¡Qué más da, nadie se fija en mí! Pero, ¡qué me importa! Sé que fuente sin caño, dejaría de ser fuente.
Aquí estoy para recibir el agua limpia y fresca y simplemente ofrecerla al caminante, para apagar su sed, al cansado, para hacer un alto en el camino al sudoroso, para refrescarle.
No aspiro a más, pero tampoco a menos. Sé que sólo presto un servicio. Doy lo que recibo. Nada me quedo para mí. Soy para los otros.