Inspirados a alabar a Dios

Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos.
Bendito seas, Señor, Dios de nuestros padres. A ti gloria y alabanza por los siglos. Bendito tu nombre santo y glorioso. A él gloria y alabanza por los siglos.
Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos (Daniel 3, 57).

Hoy, Señor, oigo que me das las gracias

Con asombro, Señor, oigo que me das las gracias. Y yo respondo, «¿gracias? ¿pero por qué, mi Señor». Y oigo tu respuesta: «Gracias por todo lo que eres para mí, lo mismo bajo el sol que bajo la lluvia». Gracias por aceptar mi amor ilimitado. Gracias por dejar que yo te cuide y venga en tu ayuda. Gracias por descargar sobre mí tus aflicciones. Gracias por dejar a un lado tu pasado y olvidar todo su peso, creyendo que yo te he perdonado de verdad todos tus pecados y no me acuerdo ya de ellos. Gracias porque adviertes y me agradeces los dones que te he dado. Gracias por estar un rato conmigo, por volverte de vez en cuando hacia mí y ofrecerme tu sonrisa. Gracias porque te fías tanto de mí, que dejas en mis manos el futuro de tu vida» (Juana Metzner).

Sin dejarse intimidar

En cuanto a ti, cíñete la cintura, levántate y diles todo lo que yo te ordene. No te dejes intimidar por ellos, no sea que te intimide yo delante de ellos.
Mira que hoy hago de ti una plaza fuerte, una columna de hierro, una muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes de Judá y a sus jefes, a sus sacerdotes y al pueblo del país.
Ellos combatirán contra ti, pero no te derrotarán, porque yo estoy contigo para librarte (Jeremías 1,17-19).

Amor y compasión

Aprendiendo a no confundir amor con compasión. Siendo consciente de quien recibe nuestro cariño, lo distingue muy bien de nuestra compasión. Que se compadezcan de uno no es igual a que te quieran. Aprendiendo a transmitir cariño más que compasión. Aprendiendo a estar y buscar a la otra persona no sólo porque esté en mal momento, sino porque queremos estar con ella. No sólo haciendo un favor, sino con deseo pleno de entrar en contacto, sabiendo que la otra persona también me aporta, me ayuda y me enseña. Amor y compasión, sin embargo, dos caras de una misma moneda.

¿También vosotros queréis marcharos?

Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?». Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios» (Juan 6, 60)

Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad

Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor, y no acude a los idólatras, que se extravían con engaños. Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: «Aquí estoy.» –Como está escrito en mi libro– «para hacer tu voluntad». Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas. He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; No he cerrado los labios: Señor, tú lo sabes.

Acompañando a una buena amiga de excursión este fin de semana. En situación de separación con su esposa, con gran estrés y cansancio por el trabajo y sus hijas, este fin de semana necesitaba un respiro. Imaginando una conversación con su esposa y diciendo: «aunque no esté contigo, lo mejor que puedo hacer por ti es cuidar de ella». Por el cariño que me une a ellas y a mi Señor: «Aquí estoy para hacer tu voluntad».

Dios presente

Agradeciendo contemplar la ilusión de mi sobrino que acaba de aprender a montar en bicicleta, ver cómo disfrutan mis sobrinos con sus primos, durmiendo un sueño reparador, catalizando poder dar un paseo por el campo mi tía, mis padres y yo, disfrutar de comidas compartidas con sobremesa, haciendo sencilla presencia. Escuchando también dificultades, tensiones, cansancios. Soportando mis propias tensiones y malestares en el trabajo. Dios ha estado ahí presente, sosteniéndome. Pidiendo luz para mirar los acontecimientos con los ojos de Dios, reconociendo su mano y su presencia.

Meditando en la humanidad de Cristo

En la pluma de Teresa de Jesús confluyen las razones de sus tesis: la condición del hombre y mujer, la necesidad de Cristo, el ejemplo de los santos, su propia experiencia. Todo se resume en una convicción personal: Cristo es el camino, el modelo, es la suprema revelación del amor de Dios y la fuente de toda gracia.

La meditación continua en la humanidad de Cristo desemboca en la contemplación de las imágenes de Jesús, como camino y método para una presencia continua de Cristo. La vida cotidiana de Teresa de Jesús está marcada por las imágenes de Cristo en todos los momentos de su vida, porque no sólo se dejó cautivar por la infancia o la pasión de Jesús, sino que cualquier momento narrado en los evangelios, será un manantial de oración para ella.

Libertad por encima de disculpas

Nunca penséis ha de estar secreto el mal o el bien que hiciereis, por encerradas que estéis. ¿Y pensáis que aunque vos, hija, no os disculpéis, ha de faltar alguien que torne por vos (os defienda)? Mirad cómo respondió el Señor por la Magdalena en casa del fariseo, y cuando su hermana la culpaba (Lc 7, 36-40 y 10, 38-42). No os llevará por el rigor que a Sí (Cristo), que ya al tiempo tuvo un ladrón que tornó por Él (le defendió), cuando estaba en la cruz (Lc 23, 41); así Su Majestad moverá a quien torne por vosotras (os defienda), y cuando no, no será menester […] Porque comienza a ganar libertad y no se da más que digan mal que bien, antes parece es negocio ajeno […] Así es acá: con la costumbre que está hecha de que no hemos de responder, no parece hablan con nosotras (Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección 15, 7).

Creando confusión

¿Qué es esto, mi Dios? ¿Qué pensamos sacar de contentar a las criaturas? ¿Qué nos va en ser muy culpadas de todas ellas, si delante del Señor estamos sin culpa? […] Pues incluso cuando aún no hubiese otra ganancia sino la confusión que le quedará a la persona que os hubiere culpado de ver que vos sin ella (la confusión) os dejáis condenar, es grandísimo (Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección 15, 6).

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