Amando mucho
A quien mucho se le perdona es porque ama mucho y por mucho amar también se mete la pata. A quien poco se le perdona es porque poco ama. Porque quien poco hace por los demás, poco se equivoca.
A quien mucho se le perdona es porque ama mucho y por mucho amar también se mete la pata. A quien poco se le perdona es porque poco ama. Porque quien poco hace por los demás, poco se equivoca.
Hoy celebración del X aniversario de CRISMHOM. Gracias, mi Señor, por diez años de desvelos, tensiones, tiempo y trabajo. Gracias porque te encontré justo ahí, aunque a veces fuera a toro pasado. Gracias, porque también hubo y hay mucha alegría y consuelo. Aquí conocí a algunos de mis mejores amigos. También a otras personas que considero y siento hermanas y hermanos en la fe. Concédenos seguir recibiendo el regalo de tu presencia y encuentro para los próximos diez años. Gracias, muchas gracias.
Ahora mirad que tengo por muy cierto los que llegan a la perfección, que no piden al Señor los libre de los trabajos ni de las tentaciones ni persecuciones y peleas; que este es otro efecto muy cierto y grande de ser espíritu del Señor, y no ilusión, la contemplación y mercedes que su majestad les diere; porque (como poco ha dije) antes los desean y los piden y los aman (Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección 38, 1).
El Reino de Dios se parece a un buen hombre que invitó a dos de sus amigos a pasar unos días en una casa que tenía junto a la playa. Uno de ellos era una vieja amistad de hacía años. El otro, unos años más joven, era extranjero y aunque amigo, quizá no tan allegado como aquel. Una noche el amigo allegado y el que era más joven, que compartían habitación, se miraron, se abrazaron, se amaron. Unos días más tarde, el más joven regresó a la casa de residencia de aquel buen hombre a pasar unos días antes de regresar a su país. El amigo más allegado también regresó antes y fue a buscar al más joven en la casa de aquel que les invitó a la playa. Desayunaron y se fueron a dar un paseo. Unas horas más tarde, aquel buen hombre escribió a su amigo más allegado mostrándole su profundo malestar de que sus dos amigos hubieran utilizado su casa para amarse a sus espaldas mientras él seguía aún en la playa.
Padre santo, no ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí.
Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.
Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno
-yo en ellos y tú en mí- para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que yo los amé cómo tú me amaste.
Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo.
Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocí, y ellos reconocieron que tú me enviaste.
Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos» (Juan 17, 20-26).
Puede que al principio, cuando el Señor hace estas mercedes, no luego el alma quede con esta fortaleza; más digo que si las continúa a hacer, que en breve tiempo se hace con fortaleza, y ya que no (aunque no) la tenga en otras virtudes, en esto de perdonar sí. No puedo yo creer que alma que tan junto llega de la propia misericordia, adonde conoce la que es y lo mucho que le ha perdonado Dios, deje de perdonar luego con toda facilidad y quede allanada en quedar muy bien con quien la injurió; porque tiene presente el regalo y merced que le ha hecho, adonde vio señales de grande amor y alégrase se le ofrezca en qué le mostrar alguno (Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección 36, 12).
Estos efectos que he dicho a la postre (la humildad de no creerse más por linaje u honra) son de personas ya más llegadas a la perfección y a quien el Señor muy ordinario hace mercedes de llegarle a Sí por contemplación perfecta. Mas lo primero, que es estar determinados a sufrir injurias y sufrirlas aunque sea recibiendo pena, digo que muy en breve lo tiene quien tiene ya esta merced del Señor de tener oración hasta llegar a la unión; y que si no tiene estos efectos y sale muy fuerte de ellos de la oración, crea que no era la merced de Dios, sino alguna ilusión y regalo del demonio, porque nos tengamos por más honrados (Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección 36, 11).
El fundamento de mi vida es descubrir que aunque no sé con claridad el lugar donde quiero estar mañana, sí sé que quiero estar cerca de mi Señor y que lo que hago hoy me acerca más y más a un encuentro cada vez más cotidiano con Él junto a los que me rodean.
El fundamento de mi vida es constatar que con los años, mi opción de acompañar servir a los demás se hace realidad en decisiones concretas en las que no tengo que pensar si me entrego o no, porque la respuesta por defecto es que sí. Constatar que voy a tener que aprender a vivir siempre con la tensión e incertidumbre de no saber si estoy en mi sitio sino confiar que Dios proveerá.
El fundamento de mi vida es ser poco a poco más consciente de que yo también tengo necesidades, que necesito cariño y descanso, respetarme y hacerme respetar, tener tiempo para estar conmigo mismo, para no hacer nada, para dejar hacer a otros y para vivir con paz que no voy a llegar a todas las personas a las que me gustaría.
De estas personas (las contemplativas) está muy lejos estima suya de nada. Gustan entiendan sus pecados y de decirlos cuando ven que tienen estima de ellos. Así les acaece de su linaje, que ya saben que el reino que no se acaba no han de ganar por aquí. Si gustasen ser de buena casta, es cuando para más servir a Dios fuera menester; cuando no, pésales los tengan por más de lo que son, y sin ninguna pena desengañan, sino con gusto. Es el caso que debe ser a quien Dios hace merced de tener esa humildad y amor grande a Dios, que en cosa que sea servirle más ya se tiene a sí tan olvidado, que aún no puede creer que otros sienten algunas cosas ni lo tienen por injuria (Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección 36, 11).
Que no sea seguir esta nota, motivo de alfombrarnos para dejar que nos pisen o no valorarnos ni reconocer nuestros logros. Que quiero hoy entender que fue escrita para los que ya se creen más que otros y se permiten atropellar a los demás, incluso en nombre de Dios.
Tú eres palabra de vida, Jesús, maestro.
Tú eres salud y esperanza, Jesús, sanador.
Tú que deshaces nuestras ataduras, Jesús liberador.
Fuente de agua viva, mesa de paz, Jesús, nuestro Señor.
Ante tu nombre, Jesús, nuestras rodillas se doblan. Sólo en tu nombre, caminaremos y anunciaremos el Reino de Dios. Jesús, buen Jesús, nuestro Señor, Jesús.
Tú eres luz y camino, Jesús, maestro.
Tú eres perdón y refugio, Jesús, sanador.
Tú quien despierta nuestros oídos, Jesús, liberador.
Fuego en las entrañas, amor verdadero, Jesús, nuestro Señor.
Ante tu nombre, Jesús, nuestras rodillas se doblan. Sólo en tu nombre, caminaremos y anunciaremos el Reino de Dios. Jesús, buen Jesús, nuestro Señor, Jesús.
Tú eres nuestro sentido, Jesús, maestro.
Bálsamo y consuelo en nuestras heridas, Jesús, sanador.
Tú que nos hermanas colgado en un madero, Jesús, liberador.
Pobre entre los pobres, Dios hecho pequeño, Jesús, nuestro Señor.