Aprender a escuchar supone regular nuestro grado de implicación emocional con la situación ajena, porque la escucha tiene un precio personal, supone la fatiga por compasión, entrar en el mundo de la vulnerabilidad, desaprender las tendencias espontáneas de anestesia o de deseo rápido de aliviar el malestar. El arte de la escucha lo encarnamos cada uno, tenemos nuestro color personal para acoger sin palabras a la persona, mostrando verdadero interés.