Niños enfermos de cáncer me enseñaron a ver el final de la vida como un «fíjate lo poco que te queda para entrar en el cielo». Es la misma experiencia que ponerse ojos de niño para escuchar lo que es una leucemia. Porque aunque se pierda la vida, siempre hay esperanza mientras haya amor, aunque se viva con tensión, porque la esperanza es tensión y no espera. Así se puede intentar abrazar la vida que uno tiene que vivir, porque la actitud que tomamos ante ella es lo único que depende de nosotros. Así se puede aprender a pasar de la queja al agradecimiento, evitando pensar en todo lo que nos paraliza y aprendiendo a estar y vivir aquí y ahora. Sin buscar ni porqués ni culpables, sino un para qué, que a pesar de su crudeza (padres y madres que pierden a sus hijos), siguen buscando nuevos proyectos para recuperar la ilusión.