Reaviva el don de Dios que recibiste cuando yo, Pablo, te impuse las manos. Porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino de energía, amor y buen juicio. No tengas miedo de dar la cara por nuestro Señor y de mí, su prisionero. Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según las fuerzas que Dios te dé. Ten delante la visión que yo te di con mis palabras sensatas y vive con fe y amor cristiano.