Tu verdadera identidad es ser hijo de Dios. Esta es la identidad que debes aceptar. Una vez que la has sostenido y te has instalado en ella, puedes vivir en un mundo que te da tantas alegrías como dolores. Puedes recibir los elogios y también la culpa que te llega como una oportunidad de fortalecer tu identidad básica, porque la identidad que te libera esta anclada más allá de todo elogio y culpa humana. Perteneces a Dios, y como hijo de Dios se te ha enviado al mundo.
Necesitas guía espiritual. Necesitas personas que puedan mantenerte anclado en tu verdadera identidad. La tentación de desconectarte de ese punto profundo de tu interior en el cual Dios reside, y de dejarte ahogar en los elogios o en la culpa del mundo, siempre se conserva.
Como ese punto profundo dentro de ti en el cual se atraiga tu identidad como hijo de Dios que ha sido desconocido durante tanto tiempo, quienes pudieron conmoverte en ese punto tuvieron un repentino y, a menudo, agobiante poder sobre ti. Se volvieron parte de tu identidad. Ya no podías vivir sin ellos. Pero ellos no podían desempeñar ese rol divino, así que te dejaron, y te sentiste abandonado. Pero es precisamente esa experiencia de abandono la que te devuelve a tu verdadera identidad como hijo de Dios.
Únicamente Dios puede habitar por completo ese punto mas profundo en tu interior y darte una sensación de seguridad. Pero sigue existiendo el peligro de que dejes que otras personas te arrebaten tu centro sagrado arrastrándote así hacia la angustia.
Puede requerir mucho tiempo y disciplina volver a contactar plenamente tu ser profundo, escondido. Con tu ser publico, que es conocido, amado y aceptado, pero también criticado por el mundo. Gradualmente, sin embargo te iras sintiendo mas conectado .y te transformaras mas plenamente en quien realmente eres: un hijo de Dios. Ahí reside tu verdadera libertad.
(Herni J. M. Nouewen, La voz interior del amor)