Sábado Santo: día de espera

El Señor nos da hoy una lengua de iniciado para saber cómo decir al abatido una palabra de aliento.

Sintiéndonos extranjeros entre los nuestros, hoy es día de indecisión y espera confiada. No queramos pensar que Cristo se ha olvidado de nosotros. Recordando a aquellos que piensan que no son dignos de la mirada y el cariño de Jesús.

Aprendiendo a canalizar nuestra interioridad para servicio de los demás. No poniendo el énfasis en crear polémica, aunque en ocasiones haya que hacerlo.

Tras un rato de preparación de oficios, decoraciones y festejos, salimos camino arriba a renovar las promesas de nuestro bautismo. Admirando vistas maravillosas y aminorando el paso dando un respiro a los que les cuesta un poco más subir. Haciendo una foto de grupo para inmortalizar estos días de comunidad. Renovando nuestro bautismo con el agua de un arroyo cercano.

Escuchando un testimonio que nos muestra un parón en la vida por motivos de salud. Retomando sueños perdidos que habían sido olvidados por la urgencia de la vida cotidiana, dejándose cuidar por familiares, amigos y compañeros. Redescubrir nuevamente que en las cosas que no son de nuestro agrado, los golpes de nuestra vida, podemos encontrar las claves de la felicidad.

Preparándonos internamente para vivir el momento más importante del año: la resurrección del Señor. Un hecho que se repite: lo místico y espiritual es real y lo real espiritual.

Cultivando un corazón silencioso priorizando nuestra lista de tareas para encontrar tiempo y espacio para contemplar el silencio volviendo a nuestra vida cotidiana.

Trabajando nuestro autoconocimiento para lograr un corazón pleno y satisfecho. Saber darse tiempo, encajándose en los tiempos de Dios. El camino de la sabiduría se alcanza desde el cuestionamiento.

Corazones alegres y amables nos permiten afrontar la vida en positivo, sin tener miedo a la tristeza porque podemos apoyarnos en Dios y en los demás.

Corazones que recuerdan luces y sombras, digiriendo las sombras y potenciando el recuerdo de las luces.

Corazones en la naturaleza nos hacen reconocer nuestros límites, empezando por nuestro propio cuerpo.

Corazones orantes que ante su incapacidad de orar, ponen más empeño en seguir orando. Buscando una intimidad con Dios, que se hace presente en la vida diaria. Dios es discreto y no entra en nuestra vida si no le invitamos. Desde la oración, buscamos una vida con propósito, en pro de una sociedad para el bien común.

Corazones sensibles a la belleza de la fealdad, la pobreza, la enfermedad o la vejez. Lo bello es lo que nos conmueve. Trascendiendo los modelos de belleza, buscando formas alternativas a la belleza que nos vende nuestra sociedad.

Escuchando corazones afligidos cuando no hay palabras y sólo queda la escucha y los gestos silenciosos. Sustituyendo sentimientos de Dios por confianza en Él, aunque no le sintamos. Porque no dejamos de tener fe cuando desaparecen nuestros sentimientos de Dios.

Entendiendo a la iglesia como un proyecto inconcluso, concreto e imperfecto de comunión y fraternidad universal con Dios, que comenzó en la historia con Jesús.

Corazones resistentes que no abandonan, pero saben parar para descansar en Dios. Corazones que evolucionan.

Corazones que dudan, crecen y maduran. La fe no es creerse cosas, sino una amistad con Jesús dotada de un dinamismo que nunca nos concede la certeza.

Hablar con un cura es opcional, sin embargo en la vivencia cristiana, pensar no es opcional.

Corazones creativos que desean para aportar belleza y cariño en lo más pequeño de nuestra propia manera, propia y única. Educando el deseo, huyendo del todo vale o la represión del deseo. Ejercitando la resistencia, el silencio para escuchar el deseo


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