Ejercitándose en la práctica de la presencia de Dios en la vida y en andar el camino que Dios quiere hacer con nosotros. Entrenándose en la escucha de la voz de Dios en el corazón. Dándose tiempo a sentir la resonancia interior de las cosas sencillas y pequeñas; los suaves impulsos con los que el Espíritu Santo nos llama poco a poco, configurando nuestra propia vocación: la llamada de Dios a proclamar su amor con nuestra vida.