Este documento contiene la experiencia de encuentro con Dios de una persona a través de la integración y aceptación de su orientación sexual.
Is 50,4-9:
«Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañaname espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído: yo no me resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba;
El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; sabiendo que no quedaría defraudado. Tengo cerca a mi defensor, ¿quién pleiteará contra mí?. Compadezcamos juntos. Quién tiene algo contra mí?. Que se me acerque. Mirad, el Señor me ayuda, ¿quién me condenará?. Mirad, todos se consumen como ropa, los roe la polilla».
Hoy me dirijo a vosotros con una lengua de iniciado, no porque mi palabra sea especialmente iniciada o brillante o bien entrenada, sino porque es mi Señor quien la inspira. Porque es Él quien me enseña a acertar en cómo decir al abatido una palabra de aliento.
Fue mi Señor quien hace dos años me transmitió con este mismo texto una llamada a compartir una experiencia de encuentro con Él desde una perspectiva de la que se habla bastante poco: la de un homosexual. Siendo consciente de lo mucho que a mí en su día me ayudó el escuchar a gente como yo hablar sobre su proceso de salida del armario, ese Señor no se ha cansado de insistir en que esta experiencia no me la podía guardar para mí y que aunque fuera sólo por unos pocos tenía que compartirla. Durante estos dos años y con este mismo texto, el Señor me ha ido repitiendo recurrentemente este mismo mensaje. Me ha abierto el oído y tras bastante resistencia por mi parte ya no he podido resistirme más.
Cuando se tira de la manta, uno se expone a que le miren y señalen, a no ser aceptado o a no poder ser uno mismo. Hoy el Señor me ayuda para que al hacerme vulnerable sea Él también el que me ayude a poder estar expuesto a todo esto en ocasiones con alegría, en otras con un profundo dolor.
La historia que quiero compartir con vosotros comienza en tercero de BUP. Allí conocí al que sería mi mejor amigo aquel año. Aquella amistad superó todas las previsiones de lo que yo hasta entonces entendía por amistad. Se trató de alquien que me transformó y me hizo sentir una alegría y ardor en el corazón que jamás había experimentado anteriormente. También notaba mis altibajos cuando este chico no me prestaba toda la atención que a mí me hubiera gustado. Fue bastantes años más tarde cuando fui poco a poco cayendo en la cuenta de que aquella amistad, nunca fue una amistad. Se trataba de la primera vez en la que yo me enamoraba de alguien. En ese momento yo no estaba preparado para acoger que era homosexual.
En torno a los 25 años es cuando fui cayendo en la cuenta de cómo era y quién era. Fue entonces cuando me decidí decírselo a mis padres y a mi hermano. Fue bastante rápido. Les convoqué. Me acuerdo que mi hermano estaba de cachondeo ante tanto misterio y formalidad. Mis palabras fueron: «Os quería simplemente decir que soy homosexual». Después de un tiempo de silencio mi madre hizo algunas preguntas y la reunión se disolvió. Tras decírselo a mis padres decidí que no se lo iba a decir a nadie más y así fue. He tenido la inmensa suerte de que mis padres lo acogieron bien y siempre me mostraron su apoyo y aceptación.
Durante esos años de mi vida siempre me experimenté como distinto. Alguien que no seguía los procesos de todo el mundo. Que no hablaba de tías ni tenía novia. Durante esta época no tuve la suerte de conocer a alguien homosexual como yo con quien poder compartir. Podía haberlo buscado pero no lo hice, quizá porque no tuve una necesidad suficientemene imperiosa y porque en todo momento sentí la presencia de mi Señor que me hacía no caminar solo. Mi vida se llenó de actividades y personas que valieron mucho la pena (familia, amigos, parroquia, Círculo, trabajo) que me fueron acercando más y más hacia una intimidad cada vez más intensa con el que desde entonces siempre estaría y siempre había estado conmigo: mi Señor.
La segundo gran mensaje que deseo transmitir está recogido en este pasaje de Isaías.
Is 55, 6-9:
«Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras está cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad, a nuestro Dios, que es rico en perdón.
Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos (oráculo del Señor). Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes, que vuestros planes».
Es la experiencia que uno tiene tras el camino recorrido. De confiar y empezar a no considerar mis criterios, mis planes como lo mejor para mí y los demás. Se trata de empezar a abrirse a otros planes, a otros criterios que no son los míos y descubrir que es así precisamente como mi Señor se me revela. Y a posteriori confirmar la sabiduría y el acierto de esos planes que me desencajan y cuánto más feliz me hacen que los míos propios.
Años más tarde fui a estudiar a EEUU. Al graduarme busqué un trabajo en Oklahoma. Esta decisión no la tomé a la ligera. Realmente este trabajo encajaba perfectamente en lo que yo entonces entendía como el plan de mi Señor para mi vida profesional: formarme en un área interesante para poder regresar a la universidad de Madrid y desarrollar mi tarea profesional en la enseñanza y la investigación. Aquel trabajo nunca salió. Me rescindieron el contrato dos semanas antes de incorporarme, ya hecha la mudanza. Este hecho que en ese momento me dejó por completo descolocado sería un instrumento de encuentro muy profundo con mi Señor.
Es la percepción de que hay alguien que cuida de uno, que tiene un plan de felicidad hecho para uno con un cariño inmenso. Que los pasos de ese plan se van comunicando poco a poco, cada cosa a su tiempo. Es la experiencia de la mano delicada del Señor que hiere y sana simultaneamente. Es la mano que combina pasión y resurrección. Es la experiencia en las palabras de Santa Teresa de Jesús:
«Hirióme con una fecha
Enherbolada de amor
Y mi alma quedó hecha
Una con su Criador;
Yo ya no quiero otro amor,
Pues a mi Dios me he entregado.
Y mi Amado es para mí
Y yo soy para mi Amado».
Tras tener mi contrato rescindido, encontré otro trabajo en Nueva York. Fue allí donde salí del armario: encontré una parroquia gay, grupos de discusión, convivencias para gente como yo y un entorno donde podía empezar a vivir y expresarme tal y como era sin ninguna presión, ni juicio, sin tener que controlar quién sabe, quién no.
Hoy agradezco profundamente a mi Señor que me trajera a Nueva York a pesar de empeñarme yo en ir a Oklahoma para mayor gloria suya. Hoy voy confíando más en su criterio, porque supera tantísimo el mío, porque es tantísimo más acertado que el mío. Hoy agradezco profundamente a mi Señor que tenga planes para mí. Sé que me descolocan, que no coinciden con los míos, que hubiera querido otras cosas, en otros momentos. Sin embargo reconozco el inmenso amor que mi Señor puso en ellos y cuánto más feliz me han hecho que los míos.
El segundo año de estancia en Nueva York comencé a hacer en esta parroquia gay de los jesuitas los ejercicios en la vida diaria. Fue en parte cuando los estuve haciendo, cuando empecé a caer más y más en la cuenta del plan tan doloroso pero también tan delicado y amoroso que mi Señor trazaba para mí. El motivo por el que me embarqué en la experiencia de los ejercicios se remontaba a unos años antes, cuando mi Señor y yo escribimos un Principio y Fundamento. El año anterior a iniciar los ejercicios en la vida diaria, hice un retiro en silencio y mi tema de trabajo durante los cuatro días fue ese Principio y Fundamento y el «Tomad Señor y Recibid» de La contemplación para alcanzar Amor. El trozo central de este Principio y Fundamento es el siguiente:
«El fundamento de mi vida es un compendio de cosas sencillas y pequeñas. Cosas que ocurren en un día como otro cualquiera. Se van sucediendo en el tiempo y otro día cualquiera, piensa uno si la vida vale la pena. Al intentar responder una vez más sobre el fundamento de mi vida, aparecen de nuevo las cosas pequeñas. ¡Qué pequeño es el fundamento de mi vida! y lo cierto es que al juntar muchas cosas sencillas y pequeñas se va formando un gran motivo por el que dar gracias, un inmenso motivo por el que la vida vale la pena. Hay veces que cuando quiero responder grandes cosas, las palabras llenan mi boca; incluso hasta me atraganto a veces. Pero las palabras abandonan mi boca sin llevarse un pedacito de corazón. Por el contrario, las cosas sencillas y pequeñas no atragantan mi boca y es mi corazón quien sale y no mis palabras».
Fue la experiencia de comenzar a no ser impresionado tanto por los grandes acontecimientos, las grandes palabras, los grandes experiencias, los grandes compromisos, las faraónicos proyectos. Fue la experiencia de dejar de mirar tanto a la gente de primera línea: los famosos, los graciosos, los guapos, los listos, los fuera de serie, a los que todo el mundo presta atención. Fue la experiencia de mirar los pequeños detalles, los pequeños actos de amor, las pequeñas palabras o la ausencia de ellas, la presencia silenciosa, los saludos, los besos, los apretones de manos, los abrazos a gente conocida o no tan conocida. Fue la experiencia de empezar a mirar a la gente de segunda línea: los no famosos, los que hacen las cosas aunque nadie se entere, los que acompañan en silencio sin llamar mucho la atención, los que están disponibles para las tareas que nadie quiere hacer.
Cuando compartía en las reuniones, me dejaron de interesar los grandes discursos o comentarios intelectuales y me empezó a interesar más el llanto o la alegría o el grito por la paz de aquellos que transcriben de las lecturas de su corazón. No sobre sentimientos perfectos sino sobre los del propio corazón. Sin preocuparse de los pensamientos ajenos pero compartiento sinceramente los propios.
Los ejercicios espirituales en la vida diaria me trajeron ese contacto inicialmente menos intenso pero más permanente que con el tiempo se fue intensificando al hacerme consciente de cómo mi Señor actúa en mi vida.
Los momentos más intensos de encuentro con mi Señor quedan recogidos en estas sencillas anotaciones:
* El proceso de encuentro con el Señor es tantísimo NO sobre mí (lo que hago o dejo de hacer) pero tantísimo más sobre ÉL: lo que Él puede lograr en mí, lo que hace, lo que hizo y lo que con tantísimo entusiasmo está deseando hacer por mí.
* Gracias, mi Señor, gracias; gracias; muchas gracias; muchísimas gracias, porque elegiste esta forma de entregarte (muriendo en una cruz) para enseñarme a amar.
* Thank You, my dearest Lord, thank You; thank You very much; thank You so much, for you chose this very way of giving You (death on a cross) to teach me how to love.
* ¿Cómo podré devolver al Señor todo el bien que Él ha hecho en mí?.
* How shall I make a return to the Lord, for all the good He has done in me?.
Durante mi época en Nueva York tampoco estuve buscando activamente un novio. No frecuentaba mucho los lugares propiamente «gay» y me limité a conocer gente en el entorno de la parroquia de Nueva York. Encontré gente que me interesó con los que hice amistad y de hecho comencé a enamorarme de uno de ellos. Durante el segundo año de mi estancia en Nueva York no le dije lo que sentía por él porque se estaba planteando una vocación sacerdotal. Hubo un momento en el que dio el paso para entrar en el noviciado. Me lo dijo en un retiro y yo decidí quitarme de en medio y no interferir en su proceso.
Ese fin de semana me sentí bastante solo. Yo he vivido muchos años solo, fuera de España y estoy acostumbrado a esta situación. Sin embargo aquel fin de semana me sentí especialmente solo. Al final del fin de semana empecé a caer en la cuenta de que me sentía así en buena parte porque había decidido quitarme de en medio. Esa decisión era racional pero el corazón todavía se estaba resistiendo. Pensaba que de toda esta situación a mí no me quedaba nada (lo había entregado todo).
El día siguiente, cuando hacía los ejercicios en la vida diaria, leí la oración de la generosidad de S. Ignacio. La había leído antes en varias ocasiones pero no me había llamado especialmente la atención. Aquel lunes mi Señor quiso mostrarme quien es Él a través de la última frase de esta oración:
Señor eterno, hijo único de Dios,
enséñame verdadera generosidad.
Enséñame a servirte como mereces.
A dar sin llevar la cuenta del coste,
A luchar sin preocuparme mucho de las heridas,
A trabajar sin buscar descanso,
A sacrificarme sin buscar recompensa,
salvo el conocimiento de haber hecho tu voluntad.
Amen
Eternal Lord, only begotten son of God,
Teach me true generosity.
Teach me to serve you as you deserve.
To give without counting the cost,
To fight heedless of wounds,
To labor without seeking rest,
To sacrifice myself without thought of any reward
Save the knowledge that I have done your will.
Amen.
La última frase de esta oración marca el camino hacia no buscar recompensa en nuestras acciones salvo el conocimiento de haber hecho la voluntad de nuestro Señor. Quiso mi Señor conmover mi corazón al leer esta última frase. Lo que quedaba para mí era simplemente el conocimiento interno y verdadero de que estaba haciendo la voluntad de mi Señor. Y eso era más que suficiente. Realmente mucho másde lo que necesitaba. Tras ese encuentro ya no volví a sentirme solo y nunca dudé de que aquella decisión de quitarme de en medio hubiera sido incorrecta.
Finalmente, este chico de quien me enamoré no llegó a entrar en el noviciado y al finalizar mi segundo año en Nueva York, empecé a hacer planes parpa regresar a España. Mi intención original era regresar a España sin desvelar mis sentimientos hacia él. Por un lado por no molestar puesto que de poco sirve decir a alquien que uno le quiere y marcharse a las pocas semanas. Por otro lado porque no quería comprometerme hasta el punto de hacer una propuesta que contemplara la posibilidad de quedarme en Nueva York.
Unas semanas antes de regresar, coincidí en una misa con él y nos sentamos juntos (normalmente nunca lo hacíamos). En aquella misa, quiso mi Señor conmover fuertemente mi corazón para que no regresara a España sin decir lo que sentía. Hasta el punto de que al terminar la misa se lo dije en aproximadamente tres minutos porque tenía que irse y no había más tiempo. No se trataba únicamente de decir «te quiero» sino un «me quedo» un año y medio más en Nueva York si él deseaba iniciar una relación. Lo cierto es que él no estaba al corriente de cómo me sentía ni tampoco estaba en situación como para iniciar un relación conmigo. Sin embargo quedó en llamarme para decirme algo.
Me resulta muy difícil poder expresar con palabras el paso del Señor en esta misa o en otros momentos. Momentos en los que uno entiende quién es Dios mismo, porque es Él mismo quien nos expresa con pequeñas cosas quién es Él. Se trata de un entendimiento que en mi caso se realiza mucho más a través de la afectividad que de la razón. Para intentar expresar este encuentro, le pido prestadas unas palabras a San Juan de la Cruz.
«Entréme donde no supe,
y quedéme no sabiendo,
toda sciencia trascendiendo.
Yo no supe dónde entraba,
pero, cuando allí me vi,
grandes cosas entendí;
no diré lo que sentí
que me quedé no sabiendo,
toda sciencia trascendiendo.
El que allí llega de vero,
de sí mismo desfallece;
cuanto sabía primero
mucho bajo le paresce;
y su sciencia tanto cresce,
que se quede no sabiendo,
toda sciencia trascendiendo.
Y si lo queréis oír,
consiste esta suma sciencia
en un subido sentir
de la divina Esencia:
es obra de su clemencia
hacer quedar no entendiendo,
toda sciencia trascendiendo».
Es la expresión de dejarse conducir hacia terreno desconocido, a salir de uno, a exponerse a la inseguridad, a dejar de controlar todo para empezar a no controlar nada. Y en esa situación, uno descubre que entiende sin saber. Yo no sabía lo que el Señor quería de mí. Sabía lo que quería yo: no decir nada. Pero quiso mi Señor conducirme hacia terreno desconocido y cuando allí me vi, entendí el mensaje. Todas mis razones quedaron en segundo plano.
Cuando uno llega a esta situación «de vero» (en verdad) uno desfallece de sí mismo. Uno ya no se aguanta con tantas razones que buscan el propio interés. Lo importante ya no es lo que uno quiere. Y todas las razones «mucho bajo le parecen». Es la expresión de San Pablo de que «todo lo tengo por pérdida en comparación con el Mesías».
Finalmente, y «si lo queréis oír», consiste esa suma ciencia en un subido sentir de la divina Esencia. Porque siempre que se produce un encuentro con el Señor (al menos en mi caso), no surgen grandes ideas, ni palabras, ni pensamientos, ni razonamientos. Surgen cosas sencillas y pequeñas que provocan un subido sentir de quién es el Señor, de cómo se entrega, de cómo nos ama. Un sentirque conmueve el corazón cuando uno piensa en esas pequeñas cosas. En este caso decir dos palabras: «te quiero». En otros casos, escribir un correo, o hacer una llamada, o contemplar una persona en una situación difícil, o formular una sencilla oración por alguien y enviársela. Todo esto «es obra de su clemencia» porque aunque sea por un momento uno no puede por más que reconocer que se trata de un regalo de Dios y dar gracias por él.
Una persona del grupo de Acogida ha pasado un mes en Calcuta trabajando con las Misioneras de la Caridad. Esta persona también recibió su llamada en una misa. No porque el sacerdote dijera grandes palabras, sino porque quiso el Señor enviar su mensaje en esa misa. Y esta persona fue muy generosa y escuchó.
Tras decir lo que sentía, me apropié del regalo de mi Señor a través de un espíritu triunfalista que vanagloriaba mi gran paso. Pero quiso mi Señor enseñarme a ser humilde cuando ese espíritu triunfalista del domingo fue descendiendo hasta tocar fondo el viernes siguiente cuando la persona a la que me declaré no llamaba ni decía lo más mínimo. El Señor me hizo sentirme pequeño, menudo,minúsculo y hoy se lo agradezco. Fui yo entonces quien escribí y quedamos el sábado por la tarde.
El sábado por la mañana, a pesar de estar como estaba, decidí acompañar a un amigo al funeral de su padre. De sus amigos estaba yo sólo. Antes de llegar a la iglesia, recogimos a su abuela, un amigo de la familia y su madre. No hacían más que discutir. Al contemplarlos se me cayó bastante el alma a los pies. Al llegar a la iglesia me encontré rodeado de extraños y mi amigo tampoco se pudo ocupar mucho de mí (tenía que atender a su familia). Me situé en un rinconcillo pidiendo por quien apenas conocía. Fue entonces cuando la hermana de mi amigo, cargada de humanidad comenzó a hablar sobre su padre. Sus palabras conmovieron mi corazón y los desconocidos comenzaron a ser familiares. Aquella situación al principio sin sentido, empezó a cobrarlo. Cuando regresaba a Manhattan, me encontraba mucho mejor que cuando salía para el funeral.
Al llegar a Manhattan quedé con la persona a la que me había declarado una semana antes y allí me confirmó que no podía ofrecerme lo que yo necesitaba. Lo que más daño me hacía no era la negativa a mi ofrecimiento sino su profundo cambio de planes respecto a su propia vida. Abandonaba la mayoría de lo que había estado trabajando durante el último año.
Llegué a mi casa y allí estaba una buena amiga que pasaba unos pocos días en mi casa. Le conté lo que había pasado y cómo estaba. Sólo Dios sabe cuánto agradecí su presencia. En la madrugada del día siguiente escribíun correo al que no pudo ofrecerme su amor. Ese mensaje lo inspiró mi Señor. Le decía que no podía abandonar todo el proceso de búsqueda del último año. Tras coincidir la pasión propia con la de los ejercicios, aquel correo me curó o al menos comenzó a hacerlo. A partir de ese momento ya sólo evolucioné hacia arriba dando comienzo a la cuarta semana de los ejercicios: la resurrección.
Como dice San Juan de la Cruz en su «Llama de amor viva»:
«¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva,
acaba ya si quieres,
rompe la tela deste dulce encuentro».
Recuerdo el comentario de mi director de los ejercicios en la vida diaria: Has contemplado la pasión de Cristo y has experimentado tu propia pasión. Me pidió que hiciera el ejercicio de contemplar cómo mi Señor se afectaba al contemplar mi propia pasión. Cuando hice ese ejercicio, quiso mi Señor conmover mi corazón con esta acción de gracias que pronunciaba mi Señor:
«Gracias xxxx, gracias, muchas gracias, muchísimas gracias, porque elegiste esta forma de entregarte, para mostrarme cómo es tu amor».
En Semana Santa me tomé una semana de vacaciones para hacer entrevistas de trabajo en España, previendo mi regreso tras el verano. En una empresa me hicieron entrevistas a través de un conocido que trabajaba allí. Finalmente no me quisieron en el departamento para el que me entrevisté. Pude comprobar que esta persona no me ayudó a entrar en este departamento. Él pensó probablemente que yo no encajaba allí. Hoy le agradezco profundamente su decisión . Sin embargo, en aquel momento me encontraba desencajado y enfadado.
Este amigo mío había trabajado en una gran empresa en Londres y decidió dejar su supertrabajo y volver a España porque su padre tenía cáncer y se estaba muriendo. Me dijo en la última entrevista de «trabajo» que a su regreso pudo estar con él durante unos seis meses antes de que muriera. Aquellas palabras conmovieron entonces mi corazón, aunque no le dije nada, quizá porque aquella situación era demasiado «laboral» y porque tampoco nos conocíamos tanto.
Cuando me dijeron que no me ofrecían trabajo, hubo desconcierto y enfado. También vino a mi memoria esta persona con cierto enfado. No obstante pensé que yo en su lugar podría haber hecho lo mismo. Esa misma noche le escribí un correo en el que mi Señor tomó la palabra y convirtió mi enfado en algo muy distinto:
«Querido xxxx:
Aunque al final del proceso de selección no hayan surgido oportunidades, yo no puedo por menos que agradecerte tu interés y ayuda. Tú has sido el enlace que me ha dado al menos la oportunidad de conocer vuestro grupo y líneas de trabajo (inicialmente, esas eran mis únicas expectativas).
Antes de aceptar mi trabajo en Nueva York, encontré otro que creía que era mejor para mí en Oklahoma. Resultó que una semana antes de comenzar ese trabajo y con la mudanza ya hecha, rescindieron mi contrato (la compañía donde iba a trabajar en Energy Trading cayó tras Enron). Dos años más tarde, creo firmemente que me hicieron un gran favor y hoy me permito pensar en la posibilidad de que quizá la empresa xxxx me esté también haciendo otro gran favor. Tengo buenos motivos para creer que las cosas vienen como vienen por alguna razón y que la providencia irá explicando el porqué.
En nuestra última entrevista, no me sentí con la confianza necesaria, quizás porque no nos conocemos demasiado, o quizás porque estabas al otro lado del «paredón». Ahora que ya hay resolución en el proceso de selección, simplemente quería comentarte que estoy muy de acuerdo en tus motivos de regreso a España. Despiertan en mí un profundo respeto y admiración. Creo que nunca te entrarán dudas de por qué regresaste. En los últimos años voy educando mi criterio para elegir también con ese tipo de prioridades.
Finalmente (y quizá fue esto lo que con más ganas me quedé de decirte tras la entrevista), siento mucho la muerte de tu padre.
Un abrazo,
xxxx».
Con este correo simplemente quiero expresar de forma sencilla lo que el Señor puede lograr en un corazón enfadado y descolocado cuando se hace presente. Tras escribir este correo, no volví a sentir enfado hacia este conocido. Más aún, comencé a sentir un profundo agradecimiento.
Cuando regresé a Madrid, mi intención inicial era plantear la posibilidad de formar un grupo gay dentro del Círculo. Quedé con Jxxx para ver lo que le parecía esta propuesta y también le propuse el poder contar mi experiencia en un acto. Fijé una entrevista con Jxxx a finales de noviembre. A principios de octubre Vxxx me habló de que se necesitaba una persona que llevara el grupo de acogida. Yo pensé que podía estar llamado a ofrecerme para llevarlo. Sin embargo, inicialmente prefería decicarme a formar un grupo gay. Pensé en hacer la consulta primero y después ofrecerme al grupo de acogida si no se consideraba apropiada en este momento.
Fui a un retiro de inicio de curso con la Plataforma Acoger y Compartir y allí quiso mi Señor nuevamente cambiar mis planes. Mi corazón se conmovía por el hecho de pensar que no podía hacer esperar un mes y medio al grupo de acogida para ver si salía adelante mi propuesta de formar un grupo gay. Fue entonces cuando antes de hablar con Jxxx y de hacer ninguna propuesta, me ofrecí para conducir el grupo de acogida.
Es nuevamente la expresión de cómo el Señor cambia mis planes. De cómo sus planes van por encima de los míos y cuánto más feliz me hacen sus planes que los míos. De cómo ese Señor tiene un plan para mí trazado con un cariño inmenso. Posteriormente encontré un grupo gay dentro de COGAM que ahora empieza a caminar como comunidad cristiana.
Por daros una idea de en qué consiste esta sucesión de cosas sencillas y pequeñas de las que hablaba al principio de esta charla, hace unas semanas leía el salmo del domingo:
Sal 130
«Guarda mi alma en paz junto a ti, Oh Señor.
Oh Señor, mi corazón no es orgulloso,
ni mis ojos arrogantes.
No me he ido detrás de cosas demasiado importantes,
ni maravillas por encima de mí.
En verdad he dejado mi alma en silencio y paz.
Como un niño privado de la leche materna en los pechos de su madre,
así se encuentra mi alma.
Oh Israel, espera en el Señor
ahora y siempre».
Este texto cobró su luz en un contexto en el que en el ámbito laboral uno se siente un poco impotente y limitado. Un contexto en el que uno no avanza al ritmo que uno espera. Y el mensaje recibido es una honda acción de gracias porque en esta situación mi corazón no es orgulloso ni mis ojos arrogantes. Porque no tengo ganas de irme detrás de cosas demasiado importantes, ni maravillas por encima de mis posibilidades.
En cuanto a mi relación con la iglesia, lo único que puedo decir es que sé de quién me he fiado y ese es Dios mismo. Mi criterio de actuación viene dado por lo que en conciencia y en verdad percibo y discierno junto a miembros de dentro o fuera de la iglesia como la voluntad de mi Señor. Este es quizás el motivo por el que me he ahorrado abundantes conflictos con la iglesia jerárquica. Siento que desde el amor y el discernimiento en verdad, las condenas de la iglesia hacia el colectivo gay no me han afectado demasiado. Conozco a bastante gente que vive la relación con la iglesia jerárquica de forma muy conflictiva y beligerante. Con grandes sentimientos de culpabilidad y exclusión. Pienso (y aquí me puedo equivocar), que esta situación surge porque esta gente no ha recibido el don inmenso de haber conocido o de haberse encontrado con Dios mismo. Esto se puede atribuir en buena parte porque algunos sectores de la iglesia no han acertado a mostrar ese rostro. Yo he tenido la inmensa suerte de haber dado con una iglesia que me ha desvelado el rostro de Cristo y a ella le estoy muy agradecido.
Para terminar, desearía aclarar que como homosexual no siento que mi condición se deba a una disfunción, fallo o enfermedad que haya que evitar o corregir. Ciertamente, no he sido yo quien ha elegido ser homosexual. Sin embargo, creo que fue mi Señor quien decidió crearme como soy y pienso firmemente que no cometió ninguna equivocación. Creo que eligió hacerme como soy con un propósito, una vocación. Él tenía ya pensada una forma y un proyecto para expresarse al mundo a través de mí, tal y como soy. Creo que el Señor se vale del colectivo gay como de otros muchos colectivos aún más excluidos, pobres y humillados, para darnos a conocer su rostro y expresarnos su amor por el mundo.