Jer 20, 7-9 Sal, 62 Rom, 12, 1-2 Mt, 16, 21-27
Las lecturas de hoy son bellísimas. Cualquiera de ellas, incluido el salmo, son para saborear y contemplar.
La relación del profeta con Dios es increíble: me sedujiste, y me dejé seducir. Ante las dificultades, te quería olvidar…y no podía. Eres un fuego ardiendo desde lo más hondo mi ser, desde mis huesos…
¿Qué sería Dios para este hombre? ¿Qué es Dios para mí?
El Evangelio va por aquí,: dejar que Dios sea tan principal y especial en mí, que mi vida sea Él, porque es el Único capaz de llenar todo mi ser. La familia, y todos aquellos a quienes tanto quiero, son un don suyo, un don reflejo suyo, unidos a ellos por el amor que es Él. No es que les «cambiemos» por Él, sino que con ellos, tan importantes para mi, llegamos a Él, Él está en ellos, en toda nuestra vida, en toda la creación. Vivir el Amor que brota de Él me lleva a la entrega total, a dejar que Él sea el centro de mi vida, de mi ser. La cruz cristiana no es la búsqueda del dolor, sino la búsqueda del Amor, de la entrega a los que me rodean por amor. Hacer de Dios el centro de mi vida, es hacer del Amor mi centro fundamental. Y así, ofrecemos nuestro cuerpo, nuestra vida a Aquel que nos puede llenar de Amor, de Él mismo.
Por ello, «mi alma está sedienta de Ti, Señor Dios mío».
Contemplemos hoy estás lecturas en silencio, en paz, y vivamos unidos a Él.