Domingo XVII del Tiempo Ordinario

Mt 13, 44-52.

Me encantan estas parábolas. 

Me identifico mucho con la parábola de la perla. Tal vez por mi alma de coleccionista.

Creo que el encuentro con Dios es esa gran perla preciosa.

Durante el confinamiento creo que eso fue lo que me salvó, a nivel humano y a nivel espiritual. Pero conforme se va abriendo la vida, y caminamos hacia la normalidad, donde la actividad y el encuentro pastoral va tomando más cuerpo en mi vida, voy teniendo más obstáculos y la dimensión de encuentro con el Señor va disminuyendo. Como si esa perla fuera disminuyendo de valor. Y, sin embargo, creo que es el gran valor de nuestra vida, de la vida. 

Efectivamente, hay otras perlas, pero creo que todas ellas dependen de la grande, la importante, el encuentro con el Señor. Y, por supuesto, muchos encuentros no llevan a ese Encuentro. Y muchos encuentros son un don, un regalo de ese gran Encuentro, para que por ellos, nos podamos. encontrar con Él.

 

Vivir hoy está parábola es descubrir esa gran perla, y poner todas las demás junto a ella: descubrir ese gran amor de Dios para orientar todo el sentido de nuestra vida desde ese gran amor. Vivir unidos a esa gran perla.


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