Durante los primeros meses meditaba mal, muy mal. Tener la espalda recta y las rodillas dobladas no me resultaba nada fácil […] respiraba con cierta agitación […] Sin embargo, había algo muy poderoso que tiraba de mí, la intuición de que el camino de la meditación silenciosa me conduciría al encuentro conmigo mismo […]. Durante el primer año, pronto me di cuenta de que prácticamente no había un instante en que no me doliera alguna parte del cuerpo. Mientras me preguntaba ¿qué me duele? ¿cómo me duele? e intentaba responderme, el dolor desaparecía o sencillamente cambiaba de lugar. No tardé en extraer de esto una conclusión: la pura observación es transformadora […] no hay arma más eficaz que la atención. (2, “Biografía del Silencio”, Pablo d’Ors).