Comencé a sentarme a meditar en silencio y quietud por mi cuenta y riesgo, sin nadie que me diera algunas nociones básicas o que me acompañara en el proceso. La simplicidad del método (sentarse, respirar, acallar los pensamientos) y sobre todo la simplicidad de su pretensión (reconciliar a la persona con lo que es) me sedujeron desde el principio. Como soy de temperamento tenaz, me he mantenido fiel durante varios años en esta disciplina […] Enseguida comprendí que se trataba de aceptar con buen talante lo que viniera, fuera lo que fuese (1, “Biografía del Silencio”, Pablo d’Ors).