El ojo tiene un punto ciego, cada ojo a un lado simétrico. El ojo es la lámpara del cuerpo, Mateo seis veintidós, San Lucas once treinta y cuatro. El punto ciego es por donde sale el «cableado» del nervio óptico, y ahí no puede haber células detectoras de luz. Acércate a la pantalla, guiña un ojo.
Claro, ya me veis venir…. Tenemos otro punto ciego de La Razón.
Lo curioso del punto ciego del ojo es que por ahí no se ve, pero no se nota nada. No es que ahí «veamos» un punto negro. No se ve, pero tampoco se ve que no se vea. Ceguera autorreferencial. Ceguera fractal. Lo mismo que en el intelecto, que no te das cuenta de que no te estás dando cuenta. Venga, acércate otra vez a la pantalla.
[Mal escrito y dispuesto: tápate el ojo izquierdo, y mira a la mujer para dejar de ver al hombre]
Esto en el tráfico tiene consecuencias. Objets are closer than they appear, avisan letreros en algunos retrovisores. Los objetos podrían estar más cerca de lo que le parece al conductor. ¡O ni verse si quiera! Cuando yo como palmeras de chocolate por la calle luego busco retrovisores para mirar si me he manchado. Ay, el chocolate, qué adictivo es…
Como la Vida, que es adictiva.
DiosaDios nuestro, líbranos de los puntos ciegos, de las áreas de riesgo en nuestro radar de las pasiones, de las argumentaciones. Puntos ciegos de la actividad mental.
Los gais somos visuales, muy visuales. Demasiada retina. Hay un detalle que se nos escapa. Si miráis atentamente a una persona con no del todo buenos ojos le veréis una etiqueta colgando. Dicen que pone «precio de mercado».
Dicen que determina tu precio un algoritmo de cesta de atributos: piel, juventud, cachas, dentadura, cociente intelectual, ropa, desempeño social —a qué te dedicas— estatus, iris, orígenes…, porcentuados.
No. No te dejes poner precio. No. En el crudo merkado de la karne. No. Y si te lo ponen pregúntales a cuánto asciende. Con ese número ya tienes para reírte un rato.
DiosaDios nuestra, líbranos de las trampas visuales. Puntos ciegos de la seducción.
Chiringuito
…que en español de Madrid es un puesto de bebidas. Pero también un espacio organizado alrededor cómodo, encuentro lo que busco o necesito pronto, todo a la mano. Inquieta ver en los colmados orientales cómo se adaptan para vender y cobrar ahí, en su chiringuito durante horas y horas; ven su tele, amamantan y todo. Me entero últimamente de que en el siglo XVII había este arreglo en las casas de alguna clase social: el estrado. Un sitio donde pasar muchas horas y recibir.
Ahora es moda decir zona de confort a nuestros chiringuitos personales mentales. Yo prefiero llamarlo zona no hostil, con algún cinismo de ese con el que a veces peco. El poder tiene tendencia a convertirse en chiringuito propio desde el Neolítico, seguramente desde antes. Otros llaman xiringito a nuestra barca eterna, la Iglesia. Cuando quieran subir por nuestra borda ahogándose por supuesto que les echaremos unos brazos y flotadores.
Cuesta,
cuesta hacerse un buen chiringuito y que no se te desmande ni descoloque.
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Aquí, el mando. Debajo del cojín el otro mando. Lado derecho, periódico, volante, móvil; lado izquierdo, lata cerveza, botellín de agua y llaves, en un pie me pongo el otro cojín, el pedal y lo antedicho. En el bolsillo del sobaco va el tercer mando, clínes y chisme de controlar […] y aquello. Tarjetas en la riñonera, que otros llaman […] La merendera y termo aquí detrás pero cerca. El micrófono por el pinganillo abatible. Gafas de sol entre medias.
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A הוֹשֻׁע se lo cargaron porque había un chiringuito montado y Él no colaboró demasiado con ese montaje, vamos…, más bien tuvieron la impresión de que se lo venía a desmontar. También הוֹשֻׁע a ti, lector, te lo va a desmontar, a liberarte de tu placenta ataúd asfixiante.
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Tal vez alguien llame chiringuito a esta nuestra asociación. El Tiempo, aunque tarda un poco, lo pone todo en su lugar.
Si a alguien le molesta un pequeño Ångström lo aquí escrito que me lo diga que lo borro a toda velocidad. Abrazos [ ¡sin sobos! ] ¡Alegría y bendiciones!