¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios del consuelo! Él nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier lucha, repartiendo con ellos el ánimo que nosotros recibimos de Dios. Si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, gracias a Cristo rebosa en proporción nuestro ánimo (1 Corintios 1, 3-5).
Yo, humilde esclava, no he hecho otra cosa que ofrecer sacrificios al Dios vivo; como ya no me queda nada, me ofrezco a mí misma.