Algunas personas pueden sorprenderse al vemos calificar al rosario como método
de oración. Sin embargo, creo que, gracias a él (¡sin saberlo!), muchas almas han llegado a la oración contemplativa y accedido incluso a la oración continua.
El rosario es también una oración sencilla, pobre, para los pobres (¿no lo es?) y
que tiene la ven taja de servir para todo: puede ser una oración comunitaria, familiar, una plegaria de intercesión (¿algo más natural que rezar una decena por alguien?). Pero, al menos para los que reciben esa gracia, puede ser también una plegaria del corazón que hace entrar en oración, de un modo análogo a la «oración de Jesús». ¿Acaso el «Ave María» no contiene además el nombre de Jesús?
En el rosario, María nos impulsa a la oración, nos da acceso a la humanidad de
Jesús y nos introduce en los misterios de su Hijo; En cierto modo, nos hace participar de su oración, la más profunda que haya habido jamás.
El rosario, recitado lentamente, con recogimiento, suele tener el poder de unirnos
con Dios en la comunión del corazón. ¿No nos da acceso al corazón de Jesús el corazón de María? El autor de estas líneas ha experimentado frecuentemente que, cuando le resulta difícil hacer oración, cuando le cuesta re cogerse en la presencia de Dios, le basta comenzar a rezar el rosario (sin llegar a terminarlo la mayoría de las veces…) para encontrarse enseguida en un estado de paz interior y de comunión con el Señor. Es patente que hoy, tras un período de abandono, el rosario «vuelve con fuerza» como un valioso medio de entrar en la gracia de la oración amorosa y profunda. No se trata de una moda o de un retorno a una devoción anticuada, sino de un signo de la presencia maternal de María —tan fuerte en nuestros días— que, gracias a la oración, desea conducir el corazón de todos sus hijos hacia el Padre.
CÓMO REACCIONAR ANTE DETERMINADAS DIFICULTADES
Aridez, desgana, tentaciones qualesquiera que sean los métodos empleados, la vida de oración se enfrenta, evidentemente, a ciertas dificultades a las que ya hemos aludido: aridez, desgana, experiencia de nuestra miseria, sensación de inutilidad, etc.
Estas dificultades son inevitables; lo primero que tenemos que hacer es no
extrañarnos, no alterarnos o inquietarnos cuando se presentan. No sólo son inevitables, sino que son buenas: purifican nuestro amor a Dios, nos fortalecen en la fe, etc. Hemos de recibir las como una gracia, pues forman parte de la pedagogía de Dios con respecto a nosotros, para santificarnos y acercarnos a El. El Señor no permite nunca un tiempo de prueba que no vaya dirigido a concedernos a continuación una gracia más abundante.
Lo importante, como ya hemos dicho, es no desalentarse y perseverar. El Señor, que ve nuestra buena voluntad, hará que todo redunde en beneficio nuestro. Las distintas indicaciones que hemos ofrecido a lo largo de estas páginas nos parecen suficientes para comprender el sentido de esas dificultades y poder afrontarlas adecuadamente.
En el caso de grandes dificultades persistentes que nos hacen perder la paz —una
incapacidad duradera y total para rezar, lo que puede ocurrir—, es deseable recurrir a un director espiritual que nos tranquilizará y nos dará los consejos apropiados.
Las distracciones
Solamente diremos algunas palabras sobre una de las dificultades más comunes:
las distracciones.
Son absolutamente normales y sobre todo no deben extrañarnos ni entristecemos.
Cuando nos sorprendemos distraídos, cuando nuestra mente se mar cha a vagabundear no sabemos por dónde, no hemos de desanimarnos ni aborrecernos a nosotros mismos, sino simplemente, tranquilamente y con dulzura reconducir nuestra alma hacia Dios. Y si nuestra hora de oración no consistiera más que en esto, en divagar incesantemente e incesantemente volver a Dios, tampoco es tan grave. Si cada vez que hemos advertido nuestra distracción hemos tratado de regresar junto al Señor, esta oración, por pobre que sea, habrá resultado sin duda muy grata a Dios… Dios es Padre, sabe de qué estamos hechos y no nos pide éxitos sino buena voluntad. En ocasiones es más beneficioso saber aceptar nuestra pobreza sin descorazonar- nos ni entristecernos, que hacer todo perfectamente.
Añadiremos también que —salvo ciertos estados excepcionales que provoca el
mismo Señor— es absolutamente imposible controlar y fijar de un modo completo la actividad del espíritu humano, estar totalmente recogidos y atentos sin ninguna
distracción ni dispersión. La oración supone recogimiento, ciertamente, pero no es una técnica de concentración mental. Tratar de conseguir un recogimiento absoluto sería un error y crearía más una tensión nerviosa que otra cosa.
Incluso en los estados de oración más pasivos de los que ya hemos hablado, se
produce cierta actividad del espíritu, surgen pensamientos, la imaginación continúa
trabajando… El corazón se mantiene en una actitud de recogimiento tranquilo, de
profunda orientación hacia Dios, pero las ideas siguen vagabundeando más o menos.
A veces puede resultar un poco penoso, pero no es grave y no impide la unión del corazón con Dios. Esos pensamientos se parecen a las moscas que van y vienen pero, en realidad, no perturban el recogimiento del corazón.
Cuando nuestra oración es aún muy «cerebral», cuando se basa sobre todo en la
actividad propia de nuestra mente, las distracciones son molestas —pues si estamos distraídos no rezamos—, pero si, por la gracia de Dios, hemos entrado en una oración más profunda, una oración que ha pasado a ser más del corazón, no lo son tanto: el espíritu puede estar un poco distraído —y, de hecho, generalmente estará marcado por un vaivén de pensamientos—, pero eso no impedirá orar al corazón. La verdadera respuesta al problema de las distracciones no es, pues, que el
espíritu se concentre más, sino que el corazón ame más intensamente.
***
Hemos dicho muchas cosas y muy pocas… De seamos solamente que este libro
pueda ayudar a alguien a emprender el camino de la oración o a encontrar ánimo para perseverar en ella. Ha sido el único objeto que nos ha movido a escribirlo. Que el lector ponga en práctica todo lo que hemos intentado decir, y el Espíritu Santo hará el resto.
Para quien desee profundizar en estos temas, aconsejamos leer los escritos de los
santos, especialmente los citados en páginas anteriores. Es mejor remitirse directamente a ellos y a sus obras, pues ahí encontraremos la enseñanza más profunda y menos susceptible de pasar de moda. En las bibliotecas duermen demasiados tesoros admirables que serían extraordinariamente útiles al pueblo fiel. Si conociéramos mejor a los maestros espirituales cristianos, habría menos jóvenes deseosos de buscar gurús en la India para su sed de lo espiritual.
(Tiempo para Dios, Jacque Phelippe)