El tiempo que se dedica a Dios no es un tiempo que se roba a los demás Para perseverar en la oración, hay que estar firmemente convencido (desenmascarando algunas acusaciones de culpabilidad basadas en un equivocado sentido de la caridad) de que el tiempo que se da a Dios nunca es un tiempo robado a los otros, robado a los que necesitan de nuestro amor y nuestra presencia. Al contrario, como hemos dicho antes, la fidelidad a estar presentes ante Dios garantiza nuestra capacidad de estar presentes ante los demás y de amarlos realmente. La experiencia nos lo demuestra: junto a las almas de oración encontramos el amor más atento, más delicado, más desinteresado, más sensible al dolor de los otros, más capaz de consolar y de reconfortar. ¡La oración nos hará mejores y los que nos rodean no se quejarán de ello!
En este ámbito de las relaciones entre la vida de oración y la caridad hacia el
prójimo aparecen numerosas inexactitudes que han apartado a muchos cristianos de la contemplación con las consiguientes consecuencias dramáticas. Habría mucho que decir sobre esto. Veamos simplemente un texto de san Juan de la Cruz con objeto de poner en orden las ideas sobre este tema y librar de culpa a los cristianos que, como es absolutamente lícito, desean consagrar largo tiempo a la oración.
«Adviertan, pues, aquí los que son muy activos, que piensan ceñir al mundo con
sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho ha rían a la Iglesia y
mucho más agradarían a Dios, dejado aparte el buen ejemplo que de sí darían, si
gastasen siquiera la mitad de ese tiempo en estarse con Dios en oración, aunque no
hubiesen llegado a tan alta como ésta. Cierto, entonces harían más y con menos trabajo con una obra que con mil, mereciéndolo su oración, y habiendo cobrado fuerzas espirituales en ella; porque, de otra manera, todo es martillar y hacer poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño.
Porque Dios os libre que se comience a envanecer la sal (Mt 5, 13; Mc 9, 50; Lc 14,
34-35) que, aunque más parezca que hace algo por de fuera, en sustancia no será nada, cuando está cierto que las buenas obras no se pueden hacer sino en virtud de Dios.
¡Oh, cuánto se pudiera escribir aquí de esto! Mas no es de este lugar» (Cántico
espiritual, B, estrofa 29).
¿Es suficiente orar trabajando?
Algunas personas os dirán: «yo no tengo tiempo de hacer oración; pero en medio
de mis actividades, en mi tarea, etc., intento pensar todo lo posible en el Señor, le
ofrezco mi trabajo, y creo que eso basta como oración».
Y no están completamente equivocadas. Un hombre, una mujer, pueden permanecer en íntima unión con Dios en medio de sus actividades, de modo que esa sea su vida de oración sin necesidad de otra cosa. El Señor puede conceder esa gracia a quien carece de otra posibilidad. Por otra parte es muy deseable, evidentemente, volver a Dios con la mayor frecuencia posible en medio de nuestras ocupaciones. Es cierto, en fin, que un trabajo ofrecido y realizado para Dios se convierte en un modo de oración.
Una vez dicho esto, hay que ser realista: no es tan fácil permanecer unido a Dios
mientras estamos inmersos en nuestras tareas. Por el contrario, nuestra tendencia
natural es la de dejamos absorber completamente por lo que hacemos. Si no sabemos detener nos de vez en cuando, tomamos unos momentos para no hacer otra cosa que no sea ocupamos de El, nos resultará difícil mantener la presencia de Dios mientras trabajamos. Nos hace falta una reeducación previa del corazón, y el medio más seguro es la fidelidad a la oración.
(Tiempo para Dios, Jacque Phelippe)