Tomás no lo tenía muy claro. A él le gustaba tener certeza de las cosas y después de haber convivido con Jesús durante mucho tiempo le costaba creer que ante sí tenía al Cristo resucitado.
“Tomás, no seas incrédulo, sino creyente”. Así se dirigió Jesús al apóstol, según nos cuenta el evangelista Juan, el día en el que se presentó resucitado ante todos ellos.
Hace unos años, yo me enzarzaba en discusiones infructuosas para tratar de explicar a amigos no creyentes, que dieron la espalda o que andaban buscando a Dios, los motivos de mi fe. Ellos querían razones, pruebas, datos…y yo solo tenía esperanza, fe humilde y ningún otro argumento más allá de una búsqueda de Dios a través de un camino dibujado por mi propia necesidad de encontrarle. Y a ver cómo les traducía esto a su lenguaje…Hoy, reciclando mis errores en lecciones de vida y mis momentos de desasosiego en apoyo de tiempos mejores, puedo afirmar que a Dios no se le encuentra mediante argumentos, a Dios se le busca a tientas.
La fe en Dios es muy difícil que pueda brotar en un corazón desconfiado.
En la búsqueda de razones para creer en Dios muchos no atinan a conocer que el motivo de su fracaso no es otro que vivir cerrados a Dios. Y cuando una persona no se abre a Dios, o no se atreve a confiar totalmente en Él, Dios no puede entrar en su vida.
A personas mayores, de las que ya presumen del número de nietos y que a lo largo de su vida han tenido idas y venidas hacia el Señor según los acontecimientos iban transitando desde el drama a la felicidad, la perspectiva les permite afirmar con contundencia expresiones como esta: “…y después de todo lo que he vivido, ¿de quién me voy a fiar si no es en Dios? ¿Quién me puede ayudar a mí a vivir sino Él?”
Pues hay que elegir entre ser un incrédulo o un creyente. Jesucristo se lo dejó bien claro al apóstol Tomás.
Ser un incrédulo es navegar entre las dudas que todos tenemos, en no aceptar ciertas doctrinas de la Iglesia que te cuesta asumir, en perderse en el laberinto del razonamiento cuando se trata de agarrarse a lo que sale del corazón con la certeza de que lo que brota de ahí es difícil que sea para mal.
Ser un incrédulo es querer resolver por uno mismo los interrogantes que la vida nos plantea sin dejar que la respuesta la de Dios.
Ser un creyente es confiar, no cerrar ninguna puerta, no desanimarse, encontrar en la duda dolorosa la fe más sincera. Aunque parezca que Dios te esté pidiendo caminar hacia Él avanzando sobre el agua, hacerlo con la seguridad que pese a que nos parezca tener los ojos vendados, confiar en que vamos a acabar encontrándolo.
Ser un creyente es abrirte a Dios con honestidad, con un corazón abierto, sin miedo a que compartir con Él las dudas que te hacen sufrir y que ya conoce porque ve en lo escondido.
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Me encanta cuando encuentro oraciones con un texto muy clarito que me ayudan a hacer de la oración una conversación con Dios como si se tratasen de palabras mías las que estoy rezando. Esta oración de Agustín de Hipona, hoy me lo ha puesto fácil:
Señor, que no deje jamás de buscarte,
que busque ardientemente tu rostro.
Dame fuerza para buscarte.
Tú, que me has hecho ya encontrarte
y que me has dado la esperanza
de encontrarte siempre un poco más,
Señor, Dios mío, concédeme
que me acuerde siempre de ti,
que te conozca y te ame.
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Ánimo, sigue buscando a Dios, que los tropiezos no confundan tu entusiasmo por encontrarle.
Lázaro Hades