Estatus

Diagnóstico de algo que nos pasa, para que lo tengamos en cuenta. Esta imagen me obsesiona.

 

Tenía yo vistas otras por La Red, pero estáticas. Los personajes aparecen fijados en su disfraz.

 

 

 

 

 

Pero la imagen animada se parece más a la realidad. Contra un cuerpo que se nos envejece y un entorno que se nos desmorona debemos luchar continuamente para mantenernos a flote. Y a veces lo hacemos mal, pisando cuellos. Ten cuidado con quien pisas al subir, porque seguro que te lo encontrarás al caer.

 

 

Tal vez, quizá, pueda ser…, que…, entre nosotros, los LGBT, lesbianas, gais, bisexuales y transexuales ―y me quedo con ganas de añadir «asexuales»― funcionásemos igual. A lo peor nos pisamos las espaldas mutuamente para figurar en esas cumbres. Miramos hacia lo que tomamos por «arriba» y despreciamos lo que consideramos «abajos».  Hay quien juzga que ser LGBT ya es un marcador de clase; que si lo muestra le van a despeñar, y si lo oculta le van a permitir una subida. Esto a mí también me pasa o me ha pasado.

 

Os desvelo un truco secreto: el ascensor de clase.

 

 

No trepar pisando cuellos sino por atajos ladinos. Titulaciones, loterías, casamientos, músculos, herencias.  Algunos ascensores resultan dignos, otros parecen más astutos e indignos. Las escaleras serían lo más correcto y ecológico para quien pretenda «subir».

 

La buena noticia que os doy es que no debemos indignarnos mucho por esto porque lo podemos encajar en una explicación. Los animales en general y nuestros antepasados evolutivos, los primates, llevan cientos de miles de años dando importancia al estatus en su manada.  Fijáos que ellos no usan dinero, no lo necesitan. Pero su posición en el grupo sí es importante y se la marcan. Rascarnos y limpiarnos ese legado animal nos cuesta mucho a los humanos.

 

La ambición suele llevar a las personas a ejecutar los menesteres más viles. Por eso, para trepar, se adopta la misma postura que para arrastrarse. Jonathan Swift.

 

Castos besos en vuestra pantalla, desde mi agujero de un piso bajo.

 

Si uno quiere ser primero, ha de ser último de todos y servidor de todos. Marcos nueve treinta treinta y siete.

 


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