…que cuando yo era pequeño se llamaba Amor propio. Las palabras de conceptos muy usados, de cosas sometidos a desgaste, se cambian a menudo, como esos mismos objetos desgastados. Por defecto, los gais tenemos la autoestima siempre en guardia contra la hostilidad de alrededor. Y por nuestra propia homofobia, siempre lo insisto: la peor homofobia es la que nos gastamos entre nosotros mismos.
Hoy jueves me estoy acordando de algunas citas y lecturas, disculpadme que las ponga aquí en torrente, descolocadas. La más divertida, Madrid, 1990. Carmen, cuarentona, espera de noche en casa la llegada de Antonio, cónyuge. Tarda mucho, y cae en el remolino de la preocupación. Se pone a llorar a la una menos cuarto,
Voy al baño a por kleenex. Me miro en el espejo. La verdad es que no estoy tan mal llorando. Las caras de las mujeres cuando lloran de verdad se vuelven intensas y contienen una belleza aterradora como las esculturas de Gaudí. […] Lloramos de tristeza, de soledad, de miedo, pero también de rabia, de impotencia, de indignación. Y lo hacemos, asimismo, en un uno por ciento porque nos damos lástima, nos contemplamos desde fuera y nos damos lástima. Somos tan estúpidas, tan gilip***, tan inservibles, tan feas, tan anormales y tan acomplejadas que nos damos lástima. Los psiquiatras dicen que eso es fatal, que la autocompasión es nefasta. Pues mire usted, señor psiquiatra, yo me tengo lástima a mí misma porque me sale del c*** y usted y su sabiduría y pretenciosidad me tocan mucho los coj****.
Carmen Rico Godoy, Cómo ser mujer y no morir en el intento. II, El Otoño. 1990. Autocompasión nefasta, ¡autocompasión nefasta! Habrá quien diga que cualquier gay urbano nacido después de Stonewall suda autoestima. No sé si estar del todo de acuerdo. ¿Sabéis cuáles son las estadísticas de suicidio en adolescentes? No, porque son casi secretas. Y… ¿sabéis por qué?
¿Me atreveré a escribirlo? ¿Cuál será la reacción de quien lea estas líneas? ¿Asco? ¿Burla?
Me siento tan plenamente consciente de la ignominia de mi vicio, que jamás tendré el valor para transcribir su nombre sobre el papel.
La letra escrita sólo podrá soportar mi desventura con una condición: la de evitar constantemente toda precisión, todo detalle, para que lo trágico no se convierta inmediatamente en innoble o burlesco.
Lo peor de nuestra historia —me decía uno de mis compañeros de servidumbre— es lo que tiene de callejón sin salida, que a ninguna parte puede conducir ni sirve para nada. Para nosotros no cabe explicación posible. No hay una metafísica que nos apoye. No hay más remedio que aceptar que en la vida hay “fallos”, golpes fallidos, errores. Hay hermanos siameses, hay seres acéfalos… y nosotros.
Son cosas que deben ocultarse. Son bochornosas; y no parecen concordar con la idea de Dios. ¿Dónde está la sabiduría de Dios en un feto sin cabeza? En tales casos… se pasa de largo, se echa un velo… No se insiste en el asunto… Nosotros somos algo así también. Seres crudos, mal cocidos, como se dice en las fábricas de ladrillos. Somos seres fallidos. Es preferible que nadie hable de nosotros. Somos desconcertantes. Nuestra historia no tiene ningún sentido. No tenemos remedio ni salida alguna. Nuestra existencia contradice la libertad y la perfectibilidad. Es desagradable y turbador que existan seres como nosotros, cuyas vidas no tienen ningún sentido, excepto para corromper cuanto los rodea, y a quienes ni siquiera cabe acusar y decirles que son responsables. Por consiguiente, no digas nada, amigo. Haz el menor ruido posible. A los seres como nosotros, la humanidad sólo puede exigirnos una cosa: que nos hagamos olvidar de todos. Que apestemos lo menos posible. Que acabemos de pudrirnos con discreción.
La máscara de carne, 1958.
Estos párrafos sobre gaísmo son de Maxence Van der Meersch, escritor católico famoso en sus días. Si bien le pasaba, como a mí, como a tantos, que no le abundaba su amor como para desparramárselo a todo el mundo.
La tristeza mató a muchos, Eclesiastés, treinta veintipico.
Lloro por que me da la gana.
Federico, nuestro Federico, decía tal cosa. Contaba su amigo Francisco Ayala: «…Era un hombre muy triste, pero con esa tristeza que se procura superar tapándola con explosiones de falsa alegría. […]… sabía que esa felicidad era falsa. Porque él, básicamente, era infeliz.» El País semanal, 6-IV-2003, p. 16 ¿Decir esto, vivir así, y para luego acabar ante un pelotón?
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Un tema que enfatiza Juan Antonio Herrero Brasas: cómo la adolescencia heterosexual es cuidada por los adultos de alrededor. La seducción y el emparejamiento se facilitan, los piropean. Justo lo contrario de lo otro. Nosotros, ahí, huérfanos.
Debido a la situación en la que vive, el homosexual pierde en su adolescencia la oportunidad de desarrollar sus habilidades naturales para “cortejar” a las personas que le atraen, algo que es tan natural entre los adolescentes heterosexuales. Y ello tendrá efectos negativos en su vida posterior.
Juan Antonio Herrero Brasas, La sociedad gay, una invisible minoría. p. 173. Madrid, Foca, 2001.
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En Los Juncos Salvajes o En la boca, no, películas de André Téchiné, pasa que el protagonista, solitario, se mira en un espejo y empieza a decirse cosas horribles. La escena en que Gaël Morel repite ante un espejo «Je suis un pédé» Soy un ma** ‘ n,
Ya sabéis por qué os pongo todo esto aquí: porque es nuestro trabajo para extirpar. Lo que hay que sajar. Pilláis unas pinzas, y os lo extraéis. De eso de arriba no debemos cargar con nada: lo exorcizamos, mejor.
Autoestima o Felicidad no aparecen mucho en la Biblia, pero sí alegría. Viene a ser lo mismo, porque si el martes estás alegre, y el miércoles estás alegre, y te sientes alegre el jueves por la tarde, entonces estás entres los felices, y a pesar de las tsunamis de dolor que mojen al mundo. Os pongo ahora una selección de la corriente de alegrías que orean el evangelio, ΕΥΑΓΓΕΛΙΟΝ euanguelión, ευαγγελιον: buena noticia. Justo lo contrario del telediario,
Estad alegres. Imperativo Pablo a los Filipenses, cuatro cuatro. Alégrate, dice el ángel a María, Lucas uno veintiocho. Y los Magos que buscaban al niño, al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Mateo, dos diez: ἰδόντες δὲ τὸν ἀστέρα ἐχάρησαν χαρὰν μεγάλην σφόδρα, Idontes de ton astera ejaresan jaran megalen sfodra, esto lo remarca Eduardo Arens,
Nuevamente, la conjunción de dos verbos para denotar intensidad: ejárêsan jaran ―«se alegraron con alegría»― y, para resaltarlo, el evangelista añadió el calificativo «grande» (megalên). Es la alegría en grado superlativo.
Magnífico libro, Eduardo Arens, El humor de Jesús y la alegría de los discípulos. Madrid, PPC, 2005, p. 103.
«Es necesario que hoy me quede en tu casa». Y el médico Lucas dice que Zaqueo «lo recibió muy contento» Lucas diecinueve, cinco seis. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Juan quince, nueve once. ….corrieron a anunciar la feliz noticia a los discípulos. Jesús salió a su encuentro y dijo: «Alegráos» Mateo veintiocho, ocho nueve. Estad siempre alegres. Primera a los Tesalonicenses, cinco dieciséis. ¿Está triste alguno entre vosotros? Que haga oración. ¿Está alegre? Que cante alabanzas. Santiago cinco trece.
Jeremías, el de las jeremiadas, escribe: «Si encontraba tus palabras, las devoraba: tus palabras me servían de gozo, eran la alegría de mi corazón». Quince dieciséis.
Y cuando estás alegre, ¡flop! Salta la autoestima.
Perdonad mis errores y omisiones. El Reino llega. Besos por vuestra pantalla.