“Procurad luego, hija, pues estáis sola, tener compañía. Pues ¿qué mejor que la del mismo Maestro, que enseñó la oración que vais a rezar? Representad al mismo Señor junto con vos, y mirar con qué amor y humildad os está enseñando. Y creedme, mientras pudieres, no estéis sin tan buen amigo. Si os acostumbráis a traerle junto a vos, y Él ve lo que hacéis con amor y que andáis procurando contentarle, no le podréis – como dicen – echar de vos, no os faltará para siempre, habrá de ayudaros en todos vuestros trabajos, habréis de tenerle en todas partes” ( CP. V 26,1)