Monición introductoria
Nos reunimos en esta noche para orar en comunidad y pedir el don del Espíritu Santo. Traemos a este encuentro los gozos y las esperanzas, los dolores y las búsquedas de los hombres y mujeres que viven en nuestro mundo. Nos ponemos en camino hacia el Manantial que nos indica Jesús:“El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba. De sus entrañas manarán torrentes de agua viva” (Jn 7, 37). Nos abrirnos a la Presencia amorosa del Padre que quiere inundarnos de su Amor.
Canto.
Ven, Espíritu Santo
Ven, Espíritu Santo. Sin Ti nuestra lucha por la vida termina sembrando muerte, nuestros esfuerzos por encontrar felicidad acaban en egoísmo amargo e insatisfecho.
Ven, Espíritu Santo. Sin Ti nuestro «progreso» no nos conduce hacia una vida más digna, noble y gozosa. Sin Ti no habrá nunca un «pueblo unido», sino un pueblo constantemente vencido por divisiones, rupturas y enfrentamientos.
Ven, Espíritu Santo. Enséñanos a entendernos aunque hablemos lenguajes diferentes. Si tu Ley interior de Amor no nos habita, seguiremos la escalada de la violencia absurda y sin salida.
Ven, Espíritu Santo, y enséñanos a creer. Sin tu aliento, nuestra fe se convierte en ideología, nuestra religión en triste «seguro de vida eterna». Recuérdanos todo lo que nos ha dicho Jesús. Condúcenos al evangelio.
Ven, Espíritu Santo, y enséñanos a orar. Sin tu calor y tu fuerza, nuestra liturgia se pierde en rutina, nuestro culto en rito legalista, nuestra plegaria en palabrería. Ven a mantener dentro de la Iglesia el esfuerzo de conversión. Sin tu impulso, toda renovación termina en anarquía, involución, cansancio o desilusión.
Ven, Espíritu Santo, y enséñanos a alegrar nuestro mundo tan sombrío. Ayúdanos a imaginarlo mejor y más humano. Ábrenos a un futuro más fraterno, limpio y solidario. Llévanos a pensar lo todavía no pensado y construir lo todavía no trabajado.
Ven, Espíritu Santo, entra hasta el fondo de nuestras almas. Mira el vacío del hombre si Tú le faltas por dentro. Mira el poder del pecado cuando Tú no envías tu aliento. Ven, Señor y dador de vida. Pon en los hombres gozo, fuerza y consuelo, en sus grandes y pequeñas decisiones, en sus miedos, luchas, esperanzas y temores.
Ven, Espíritu Santo, y enséñanos a creer en Ti como ternura y proximidad personal de Dios a los hombres, como fuerza y poder de gracia que puede conquistar nuestro interior y dar vida a nuestra vida.
Lectura de la carta a los Romanos (8, 8. 16-17)
“Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar. ¡Abba! ¡Padre!. Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados”
Canto.
Catequesis de Papa Francisco sobre el Espíritu Santo
[…] El Espíritu Santo es la fuente inagotable de la vida de Dios en nosotros. El hombre de todos los tiempos y de todos los lugares desea una vida plena y bella, justa y buena, una vida que no esté amenazada por la muerte, sino que pueda madurar y crecer hasta su plenitud. El hombre es como un caminante que, atravesando los desiertos de la vida, tiene sed de un agua viva, fluyente y fresca, capaz de refrescar en profundidad su deseo profundo de luz, de amor, de belleza y de paz. ¡Todos sentimos este deseo! Y Jesús nos da esta agua viva: ella es el Espíritu Santo, que procede del Padre y que Jesús vierte en nuestros corazones. «Yo he venido para que tengan Vida, y la tengan en abundancia», nos dice Jesús (Jn 10,10). Jesús promete a la Samaritana donar un “agua viva”, con abundancia y para siempre, a todos aquellos que lo reconocen como el Hijo enviado por el Padre para salvarnos (cfr Jn 4, 5-26; 3,17). Jesús ha venido a donarnos esta “agua viva” que es el espíritu Santo, para que nuestra vida sea guiada por Dios, sea animada por Dios, sea nutrida por Dios. Cuando decimos que el cristiano es un hombre espiritual nos referimos justamente a esto: el cristiano es una persona que piensa y actúa según Dios, según el Espíritu Santo. Y nosotros, ¿pensamos según Dios? ¿Actuamos según Dios? O ¿nos dejamos guiar por tantas otras cosas que no son Dios? A este punto podemos preguntarnos: ¿por qué esta agua puede saciarnos hasta el fondo? Sabemos que el agua es esencial para la vida; sin agua se muere; ella refresca, lava, hace fecunda la tierra. En la Carta a los Romanos encontramos esta expresión: «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (5,5). El “agua viva”, el Espíritu Santo, Don del Resucitado que toma morada en nosotros, nos purifica, nos ilumina, nos renueva, nos transforma porque nos hace partícipes de la vida misma de Dios que es Amor. Por esto, el Apóstol Pablo afirma que la vida del cristiano está animada por el Espíritu y de sus frutos, que son «amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia» (Gal 5,22-23). El Espíritu Santo nos introduce en la vida divina como “hijos en el Hijo Unigénito”. En otro pasaje de la Carta a los Romanos, que hemos recordado varias veces, San Pablo lo sintetiza con estas palabras: «Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ‘Padre’. El mismo espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo, porque sufrimos con él para ser glorificados con él» (8,14-17). Este es el don precioso que el Espíritu Santo trae a nuestros corazones: la vida misma de Dios, vida de verdaderos hijos, una relación de confidencia, de libertad y de confianza en el amor y en la misericordia de Dios, que tiene también como efecto una mirada nueva hacia los demás, cercanos y lejanos, vistos siempre como hermanos y hermanas en Jesús a los cuales hay que respetar y amar. El Espíritu Santo nos enseña a mirar con los ojos de Cristo, a vivir la vida como la ha vivido Cristo, a comprender la vida como la ha comprendido Cristo.He aquí por qué el agua viva que es el Espíritu Santo sacia nuestra vida, porque nos dice que somos amados por Dios como hijos, que podemos amar a Dios como sus hijos y que con su gracia podemos vivir como hijos de Dios, como Jesús. Y nosotros, escuchamos al Espíritu Santo que nos dice: Dios te ama, te quiere. ¿Amamos verdaderamente a Dios y a los demás, como Jesús? Y nosotros, ¿escuchamos al Espíritu Santo? ¿Qué cosa nos dice el Espíritu Santo? Dios te ama: ¡nos dice esto! Dios Te ama, te quiere. Y nosotros ¿amamos verdaderamente a Dios y a los demás, como Jesús? Dejémonos guiar, dejémonos guiar por el Espíritu Santo. Dejemos que Él nos hable al corazón y nos diga esto: que Dios es amor, que Él nos espera siempre, que Él es el Padre y nos ama como verdadero papá; nos ama verdaderamente. Y esto solo lo dice el Espíritu Santo al corazón. Sintamos al Espíritu Santo, escuchemos al Espíritu Santo y vayamos adelante por este camino del amor, de la misericordia, del perdón.
[…] El Espíritu Santo es la fuente inagotable de la vida de Dios en nosotros. El hombre de todos los tiempos y de todos los lugares desea una vida plena y bella, justa y buena, una vida que no esté amenazada por la muerte, sino que pueda madurar y crecer hasta su plenitud. El hombre es como un caminante que, atravesando los desiertos de la vida, tiene sed de un agua viva, fluyente y fresca, capaz de refrescar en profundidad su deseo profundo de luz, de amor, de belleza y de paz. ¡Todos sentimos este deseo! Y Jesús nos da esta agua viva: ella es el Espíritu Santo, que procede del Padre y que Jesús vierte en nuestros corazones. «Yo he venido para que tengan Vida, y la tengan en abundancia», nos dice Jesús (Jn 10,10). Jesús promete a la Samaritana donar un “agua viva”, con abundancia y para siempre, a todos aquellos que lo reconocen como el Hijo enviado por el Padre para salvarnos (cfr Jn 4, 5-26; 3,17). Jesús ha venido a donarnos esta “agua viva” que es el espíritu Santo, para que nuestra vida sea guiada por Dios, sea animada por Dios, sea nutrida por Dios. Cuando decimos que el cristiano es un hombre espiritual nos referimos justamente a esto: el cristiano es una persona que piensa y actúa según Dios, según el Espíritu Santo. Y nosotros, ¿pensamos según Dios? ¿Actuamos según Dios? O ¿nos dejamos guiar por tantas otras cosas que no son Dios? A este punto podemos preguntarnos: ¿por qué esta agua puede saciarnos hasta el fondo? Sabemos que el agua es esencial para la vida; sin agua se muere; ella refresca, lava, hace fecunda la tierra. En la Carta a los Romanos encontramos esta expresión: «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (5,5). El “agua viva”, el Espíritu Santo, Don del Resucitado que toma morada en nosotros, nos purifica, nos ilumina, nos renueva, nos transforma porque nos hace partícipes de la vida misma de Dios que es Amor. Por esto, el Apóstol Pablo afirma que la vida del cristiano está animada por el Espíritu y de sus frutos, que son «amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia» (Gal 5,22-23). El Espíritu Santo nos introduce en la vida divina como “hijos en el Hijo Unigénito”. En otro pasaje de la Carta a los Romanos, que hemos recordado varias veces, San Pablo lo sintetiza con estas palabras: «Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ‘Padre’. El mismo espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo, porque sufrimos con él para ser glorificados con él» (8,14-17). Este es el don precioso que el Espíritu Santo trae a nuestros corazones: la vida misma de Dios, vida de verdaderos hijos, una relación de confidencia, de libertad y de confianza en el amor y en la misericordia de Dios, que tiene también como efecto una mirada nueva hacia los demás, cercanos y lejanos, vistos siempre como hermanos y hermanas en Jesús a los cuales hay que respetar y amar. El Espíritu Santo nos enseña a mirar con los ojos de Cristo, a vivir la vida como la ha vivido Cristo, a comprender la vida como la ha comprendido Cristo.He aquí por qué el agua viva que es el Espíritu Santo sacia nuestra vida, porque nos dice que somos amados por Dios como hijos, que podemos amar a Dios como sus hijos y que con su gracia podemos vivir como hijos de Dios, como Jesús. Y nosotros, escuchamos al Espíritu Santo que nos dice: Dios te ama, te quiere. ¿Amamos verdaderamente a Dios y a los demás, como Jesús? Y nosotros, ¿escuchamos al Espíritu Santo? ¿Qué cosa nos dice el Espíritu Santo? Dios te ama: ¡nos dice esto! Dios Te ama, te quiere. Y nosotros ¿amamos verdaderamente a Dios y a los demás, como Jesús? Dejémonos guiar, dejémonos guiar por el Espíritu Santo. Dejemos que Él nos hable al corazón y nos diga esto: que Dios es amor, que Él nos espera siempre, que Él es el Padre y nos ama como verdadero papá; nos ama verdaderamente. Y esto solo lo dice el Espíritu Santo al corazón. Sintamos al Espíritu Santo, escuchemos al Espíritu Santo y vayamos adelante por este camino del amor, de la misericordia, del perdón.
Canto.
BREVE ESPACIO PARA COMPARTIR
(Reflexiones, peticiones y acción de gracias)
INTENCIONES JUNIO 2018
1. Por los niños inocentes víctimas de agresión:
Señor, te pedimos por tantos niños que son víctimas de maltratos físicos, mentales y emocionales. Que su dolor no les impida desarrollarse como personas y que nos empeñemos en construir sociedades donde la violencia y el ejercicio arbitrario del poder no tengan ya cabida.
Señor, te pedimos por tantos niños que son víctimas de maltratos físicos, mentales y emocionales. Que su dolor no les impida desarrollarse como personas y que nos empeñemos en construir sociedades donde la violencia y el ejercicio arbitrario del poder no tengan ya cabida.
2. Por los refugiados:
Señor, haznos beligerantes contra los muros de rechazo e indiferencia que estamos levantando ante tantas personas refugiadas que deben escapar de sus hogares y ponerse en camino sin saber cuál será su futuro ni el de sus hijos. Que no pierdan la esperanza y que encuentren acogida en nuestra sociedad.
3. Por el Orgullo LGTBI:
Señor, que el Orgullo mantenga con fuerza su espíritu de reivindicación del derecho a la diversidad, al libre desarrollo de la propia identidad y de exigencia del respeto a los derechos humanos para todas las personas LGTBI en cualquier rincón del planeta.
PADRE NUESTRO
ORACIÓN COMUNITARIA:
Señor Jesucristo, imploramos tu protección e intercesión ante el Padre por toda la comunidad LGTBI, por todas aquellas personas que no se aceptan a sí mismas, que sufren en soledad, son perseguidas por su orientación sexual o su identidad de género y que no son comprendidas, ni aceptadas en su entorno más cercano. También te damos gracias y te pedimos por CRISMHOM, para que juntos construyamos tu Reino y seamos luz y faro en nuestra comunidad LGTBI de Madrid. Amén.
BENDICIÓN.
El Señor nos bendiga y nos guarde, nos muestre su rostro y tenga misericordia de nosotros, vuelva su rostro a nosotros y nos conceda la paz. El Señor nos bendiga, hermanas y hermanos. Amén.
El Señor nos bendiga y nos guarde, nos muestre su rostro y tenga misericordia de nosotros, vuelva su rostro a nosotros y nos conceda la paz. El Señor nos bendiga, hermanas y hermanos. Amén.