2018-04-05: «Resucitó el Amado: mujeres en la mañana de Pascua»

«Resucitó el Amado: mujeres en la mañana de Pascua»
 
Canto.
“¡Cristo ha resucitado! (2).
¡Resucitemos con Él!
¡Cristo nuestra vida! ¡Aleluya! (2).
¡Cristo ha resucitado!  ¡Aleluya!”
 
Esta es la Buena Noticia:
-Que da sentido al sin sentido;
-Que ha puesto en marcha la nueva humanidad;
-Que ha inaugurado el Reino de Dios;
-Que demuestra que Dios está definitivamente a favor del ser humano;
-Que nada está perdido y todo será recobrado;
-Que el cielo, la utopía mas grande, está ya realizándose desde los dinamismos de la historia;
-Que Dios mismo se entrega para ser nuestra vida eterna.
 
¿Crees o no crees que Jesús de Nazaret, el que anduvo por Palestina a comienzos de nuestra era, el que murió bajo Poncio Pilato, vive?
 
No se trata de imaginar cómo vive, sino de abrir los ojos de tu corazón a su Presencia. Aunque te parezca que dudas, que tu fe es pobre, que no sientes nada especial, dile: ¡MI SEÑOR!
 
Cant 8, 6-7a: 
El primer día de la semana, al rayar el alba, las mujeres volvieron al sepulcro con los aromas que habían preparado, y encontraron la piedra del sepulcro corrida a un lado. Entraron, pero no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. (Lc 24, 1-2)
Grábame como sello en tu corazón, como sello en tu brazo; porque el amor es más fuerte que la muerte, la pasión más implacable que el Abismo. Sus llamas son flechas de fuego, llamarada divina. Los océanos no podrían anegar el amor, ni los ríos anegarlo. 
 
Entre los relatos de apariciones a mujeres en la mañana de Pascua y el Cantar de los Cantares hay semejanzas sorprendentes: ausencia, búsqueda, encuentros, apresuramiento, llamadas, nombres, imperativos, abrazos, temor, gozo, perfumes… En ellos subyace la misma proclamación gozosa: el amor ha sido más fuerte que la muerte, sus aguas torrenciales no han conseguido apagar su fuego.
 
Intentemos esta noche “aspirar” el aroma común que existe en ambos y captar cómo los atraviesa la misma dinámica de ese amor, siempre herido por el deseo de encuentro y siempre desbordado por la experiencia de su gratuidad.
Canto.
“De noche iremos, de noche; que para encontrar la Fuente sólo la sed nos alumbra”

Jn 20, 10-11.13.

Los discípulos regresaron a casa. María, en cambio, se quedó allí, junto al sepulcro, llorando. Sin dejar de llorar, volvió a asomarse al sepulcro. Unos ángeles le preguntaron: “Mujer, ¿por qué lloras?” Ella contestó: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”
 

Cant 3, 1-3.

En mi lecho, por la noche, busqué al amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré. Me levanté, recorrí la ciudad, las calles y las plazas, buscando al amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré. Me encontraron los centinelas que rondaban por la ciudad: “¿Habéis visto al amor de mi alma?” 
 
A través de sus sentimientos y de su mirada descubrimos lo que “habita” la interioridad profunda de estas mujeres: aquello que buscan, recuerdan y miran está absolutamente polarizado por Jesús. Su imagen, grabada en el cristalino de sus ojos, está para ellas presente en cualquier realidad. Estuvieron mirando de lejos al crucificado y han quedado fascinadas por él.
Su ausencia ha despertado en ellas el deseo y la búsqueda y ha integrado todos sus afectos: temor, desconcierto, gozo, llanto…; no tienen más centro de atracción que él. Si no hay en ellas esperanza de resurrección y van a ungir un cadáver, la intensidad de un amor fuerte como la muerte va a conducirlas a la fe.
 
Canto.
“De noche iremos, de noche; que para encontrar la Fuente sólo la sed nos alumbra”
 
Jn 20, 16-17b.18a.
Entonces Jesús la llamó por su nombre: “¡María!” Ella se acercó a él y exclamó en arameo “¡Rabboni!” (que quiere decir Maestro). Jesús le dijo: “Anda, vete y diles a mis hermanos que voy a mi Padre, que es vuestro Padre”.
María se fue corriendo adonde estaban los discípulos y les anuncio: “He visto al Señor”.
 
Cant 5, 2.4b.8.

Durmiendo yo, mi corazón velaba. Y en esto, la voz de mi amado que llama: “Ábreme, hermana mía, amada mía, paloma mía, hermosa mía, que tengo la cabeza cubierta de rocío, mis rizos del relente de la noche…” Al oírle, se estremecieron mis entrañas. Yo os conjuro, muchachas de Jerusalén, si encontráis a mi amado, ¿qué le diréis? Decidle que estoy enferma de amor.

 
Reflexión:
¿Qué oyeron las mujeres en aquella mañana del primer día de la semana?¿Qué voces, qué palabras, qué llamadas, qué imperativos…? ¿Cuál fue su respuesta?
 
Ellas anuncian lo que han visto y, sobre todo, lo que han escuchado. Acceden al conocimiento a través del oído, más receptivo y menos posesivo que la vista. María Magdalena ve a Jesús, pero su mirada resulta insuficiente, y sólo al escuchar su voz lo reconoce. Y es la fuerza de esa palabra acogida en la fe la que las empuja a contar, a comunicar, a hacer llegar a otros lo escuchado.
 
Canto.

“De noche iremos, de noche; que para encontrar la Fuente sólo la sed nos alumbra”

 
Lc 24, 21-23.
Nosotros esperábamos que él fuera el libertador de Israel. Y sin embargo, ya hace tres días que ocurrió esto. Bien es verdad que algunas de nuestras mujeres nos han sobresaltado, porque fueron temprano al sepulcro y no encontraron su cuerpo. Hablaban incluso de que se le habían aparecido unos ángeles que decían que está vivo. 
 
Cant 6, 1-3

¿Adónde se fue tu amado, tú, la más hermosa de las mujeres? ¿A dónde se fue tu amado, para ir a buscarlo contigo?

 
Mi amado ha bajado a su jardín, al plantel de balsameras, a apacentar los huertos, a recoger azucenas.
 
Yo soy para mi amado y mi amado es para mí, él pastorea su rebaño entre azucenas.
 
Reflexión:
Todos los discípulos, tanto hombres como mujeres, pensaron a lo largo de todo aquel sábado que sólo les quedaba un cadáver en un sepulcro. También nosotros podemos sentirnos como si siguiéramos aún en el anochecer del viernes, volviendo con ánimo abatido de enterrar en el sepulcro proyectos, ilusiones y promesas.
 
Nuestra tentación puede ser prolongar el sábado, refugiarnos en una espiritualidad evadida, permanecer en una parálisis inerte. O tomar caminos de vuelta a Emaús que alejen de los sepulcros y de los crucificados y tratar de escapar no sólo de su dolor, sino también de su memoria.
Pero hay en la mañana del primer día de la semana un camino alternativo: el de quienes, entonces y ahora, echan a andar todavía a oscuras y se acercan a los lugares de muerte para intentar arrebatarle algo de su victoria. Como intentaban borrar algo de su rastro aquellas mujeres a fuerza de perfumes.
 
Saben que no pueden mover la piedra, pero ello no las detiene. Son conscientes de la fragilidad y la desproporción de lo que llevan entre manos, pero esa lucidez no apaga el incendio de su compasión ni hace su amor menos obstinado.
 
Quizá no vivan todo eso desde la plenitud de la fe, ni le pongan el nombre de esperanza a sus pasos vacilantes en la noche. Pero hacen ese camino abiertas al asombro, apoyadas en el recuerdo de palabras que prometen vida, dispuestas a dejarse sorprender por una presencia oscuramente presentida.
 
Los evangelios de Pascua están de su parte. Se lo dicen, nos lo dicen a todos, esas mujeres que irrumpen de nuevo en nuestros cenáculos anunciando: “¡Hemos visto al Señor!”.
 
De ellas recibimos la buena noticia: el Viviente sale siempre al encuentro de los que le buscan, los inunda con su alegría, les envía a consolar a su pueblo, les invita a una nueva relación de hermanos y de hijos.
 
Él va siempre delante de nosotros, palabra de mujeres.
 
“Muerte y vida lucharon, ¡Cristo ha resucitado!
Y la muerte fue vencida, ¡Cristo nuestra vida! ¡Aleluya!…”
 
Meditación personal
 
Ecos, peticiones, acción de gracias…
 
Padre Nuestro
 
Oración comunitaria
Señor Jesucristo, imploramos tu protección e intercesión ante el Padre por toda la comunidad LGTBI, por todas aquellas personas que no se aceptan a sí mismas, que sufren en soledad, son perseguidas por su orientación sexual o su identidad de género y que no son aceptadas en su entorno más cercano. También te damos gracias y te pedimos por CRISMHOM, para que juntos construyamos tu Reino y seamos luz y faro en nuestra comunidad LGTBI de Madrid.
 
Bendición
El Señor nos bendiga y nos guarde, nos muestre su misericordia, vuelva su rostro a nosotros y nos conceda la paz. Amén

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