20 MINUTOS. La agresión esta semana a una mujer trans en pleno centro de Madrid nos toca como si fuera a una de nosotras o a una de nuestras personas queridas. Pero además, para Nayra Marrero (@nayramar) -algo más que colaboradora del blog- le toca porque es su amiga sin eufemismos.
Aún siente que le tiemblan las piernas. Recuerda flashes y se le encharcan los ojos, aunque procura no llorar. Ella no fue educada para saber llorar, y aunque ha hecho un trabajo estupendo por deconstruir su educación machista, aún relaciona el llanto con la debilidad y se contiene.
El sábado por la noche no llegó a dormir a casa, donde la esperaban, porque acabó en el hospital. Por la mañana bien temprano saltaron las alarmas entre las amigas porque no había vuelto, porque en ella no es normal, porque se quedó en el bar a tomar la última mientras el resto se recogía y no se sabía más: su teléfono daba apagado y no había manera de encontrarla.
Así que empezaron las investigaciones, las llamadas primero a la policía y luego hospital a hospital, hasta que en unas urgencias reconocieron su ingreso y su alta. Hasta ahí podía contar.
Ella es grande, cálida, acogedora, inteligente y luchadora. Tiene más de 50 años y es transexual. Se hace la fuerte, y fuerza no le falta pero tampoco desconoce lo que es flaquear, porque razones no le han faltado.
La noche del sábado se sumó una razón más: al salir de un bar de Lavapiés, pasada la media noche, unos chicos le pidieron un cigarro y cuando echó las manos al bolso para buscar su cajetilla la llamaron maricón y desencaderon la avalancha. Tiene recuerdos dispersos de los golpes, de los insultos, de la sinrazón. Alguien llegó y ella terminó en una ambulancia sin bolso, sin móvil y sin dignidad. Le habían robado lo material, y por el momento (porque te ayudaremos a recuperarte, amiga) le habían robado la confianza.
Han pasado unos días y sigue magullada, amoratada, dolorida, pero lo que es más triste, sigue teniendo que enfrentarse a un sentimiento de culpabilidad que aunque sabe que no le corresponde es difícil de desprender de sus heridas. ¿Qué hace una mujer sola en Lavapiés de noche? ¿Por qué no se fue a casa acompañada? ¿Por qué no aceptar que ser transexual la convierte en objetivo de odio y debe tener más cuidado? Ella se pregunta y se contesta, se argumenta desde su yo más feminista, y se deja consolar por quienes le recordamos que no podemos cortar nuestras alas (con lo que te gusta a ti volar, amiga) sino luchar juntas contra el miedo y lo que lo motiva.
Debemos protegernos, tener cuidado, sí, pero la responsabilidad de acabar con ese odio y con quienes odian es principalmente de quienes conviven con esas personas sin ponerlas en su sitio, de quienes escriben las leyes, de quienes establecen las prioridades de seguridad y de quienes deciden sobre qué se educa en nuestras aulas y en nuestros medios de comunicación.
La lucha continúa, amiga, y ahora tenemos una razón más para enfrentarla. Date el tiempo que necesites y acógete en esos brazos que te tendemos en forma de abrazo, de esos que das tú tantas veces y haces que me sienta en casa.