Religión Digital. Hans Weisheit, 31 de julio de 2013 a las 19:10h. «Si una persona gay busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarle?» (papa Francisco). Si a los medios les ha llamado la atención la declaración del Papa sobre los gays, es porque han captado muy rápidamente que el mensaje que les llega es diferente. Nada ha cambiado en el contenido, todo ha cambiado en el acento y la forma. Nada más … y nada menos. Así resumiría yo lo que el Papa Francisco ha dicho de los homosexuales. Lo que dice el Catecismo permanece como antes. Pero en lugar de insistir reiteradamente en la parte de la condena y no remarcar la acogida, se pasa a dar lo primero por sabido e insistir en lo segundo. Y no hablemos del contexto, quitándole hierro y tomándose con humor lo del lobby. Y eso es mucho, porque los cambios de acentos pueden fomentar cambios de actitudes. El artículo sobre las declaraciones del Papa en el vuelo de regreso de la JMJ de Brasil a Roma está disponible aquí. Las reacciones del Área de Asuntos Religiosos de la FELGTB sobre estas declaraciones están disponibles aquí.
Se ha acusado a los medios de desconocer la doctrina de la Iglesia al fijarse tanto en las palabras de Francisco. Se les ha acusado de sorprenderse por algo que ya está en los documentos. Pues bien, quien diga esto no se da cuenta de lo que significa la atención de los medios. Si les ha llamado la atención esta declaración, es porque han captado muy rápidamente que el mensaje que les llega es diferente. El cambio de acento, los ecos novedosos que llegan, los han captado al vuelo. Si han puesto en titulares está declaración, es porque después de oír condenas y condenas, oyen otra cosa. Y poco importa que ya estuviera en un párrafo del Catecismo. Les llegaba un mensaje y ahora les llega otro. Quien vea en la reacción de los medios solo el fruto de la ignorancia de la doctrina no capta el acontecimiento que Francisco está suponiendo.
Algunos, a derecha y a izquierda, han dicho que nada cambia porque en realidad se acoge a los gays siempre y cuando respeten el mandato de abstinencia. Pero creo que el tema es algo diferente. En realidad, creo que el Papa está siguiendo una práctica que puede llamarse «suspensión del juicio». Y consiste, precisamente, en no aplicar juicio sobre la persona y en no hacer valer «consecuencias». No se cambia la doctrina, pero sí hay abstención de decir nada concreto sobre la persona y sus actos, a la vista de que va con buena voluntad y de que está en búsqueda sincera, se respeta su proceso. La razón de fondo es que se entiende que la conciencia de una persona (y un creyente añade, de la persona honestamente ante Dios) es un santuario que se debe respetar. En otras palabras, se nos está reconociendo como personas con una conciencia que debe ser respetada como algo sagrado, con un camino personal de búsqueda de Dios, aunque igual no cumplamos toda la doctrina ¿Suficiente? Yo pienso que claramente no, como no lo es la situación de los divorciados. Pero es un paso, que, con el tiempo y discernimiento, puede ir seguido de otros.
En realidad, esta suspensión del juicio no es nada nuevo. Es bastante común. Sin embargo, a homosexuales, bisexuales y transexuales nos ha tocado en los últimos años el «honor» de que muchos lo tuvieran por exento de este principio pastoral y muchos lo tomasen como test de ortodoxia, de manera que un catequista era fiel a la Iglesia si era inflexible en este punto. En otras épocas fue el divorcio o la convivencia extramarital y ahora nos había tocado. Y en este sentido, Francisco ha hablado de la homosexualidad como otros hablan de una pareja que no se casa. Le ha quitado, creo, el «estatus» de tema intocable y sin concesiones. Y eso también es un cambio.
Además, mucho puede dar de sí este cambio de acentos a nivel pastoral. Si se insiste en la parte de la acogida, se puede estimular otra actitud. Tomemos tal cual una de las frases de Francisco, «si un gay busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarle?». Pensemos ahora qué pasaría, por ejemplo, si una pareja homosexual viene a una parroquia y no tienen intención de dejar de estar juntos ¿Se les dice que no pueden participar mientras no abandonen la vida en pareja? Pensemos en un grupo de cristianos homosexuales que quiere presentarse en una parroquia para explicar quiénes son ¿Se les niega la posibilidad de hacerlo porque no asumen el mandato de la abstinencia? Imaginemos a este mismo grupo pidiendo un espacio para un retiro o una celebración en un centro católico, ¿se les debe decir que no, porque no cumplen al cien por cien la doctrina? Hasta ahora, muchos tenían claro que la respuesta tenía que ser un sonoro portazo. Pero ahora puede que haya más que se animen a decir que no son quién para entrar en lo que estas personas están viviendo ante Dios, en lo que Dios puede estar haciendo en sus vidas. Y todo esto sin cambiar una coma del Catecismo o del documento de 1986. Pero a partir de ahí, la pastoral puede aconsejar que no se juzgue a quienes por lo que sea no ven que puedan o deban seguir ese camino. Si buscan a Dios y tienen buena voluntad, ¿quién está legitimado para juzgar?
Y esta actitud puede dar de sí mucho a nivel de contacto y cariño. Si se empieza a estar en compañía de gays y lesbianas en las parroquias (y bisexuales y transexuales…), se empezarán a generar lazos de confianza. El roce creará el cariño. Cambia mucho el panorama cuando los homosexuales dejan de ser ésos de fuera que veo por la tele, que son un tanto raros y que están en mi contra. Cambia mucho cuando pasan a ser hermanos de comunidad y amigos. El teólogo Stanley Hauerwas dijo una vez que el desarrollo de la amistad con gays y lesbianas podía ser la clave para resolver el tema en la Iglesia Católica. Y que no se equivoque nadie pensando que esto es cosa ñoña y fácil. La amistad es una virtud exigente, pues reclama mantener el afecto pese a las diferencias y no permitir que los desacuerdos estén por encima de la relación personal. La amistad requerirá de quien tiene reparos que los deje a un lado para escuchar a su hermano gay, aceptando por ejemplo que no siga lo de la abstinencia… Y requerirá de gays y lesbianas cristianos estar dispuestos a ver como hermano, y amiga, a quien no vea claro su camino de vida. Cosa exigente, como admite Hauerwas, y que nadie tiene propiamente la obligación de hacer. Pero sólo así cree él (y creo yo) que se podrá desbloquear la situación.
Y por el momento, aceptando que no ha cambiado el contenido de la doctrina, sí que hay algo más que me atrevo a pedirle al Papa. Y es que quiero tomarle la palabra en lo que dice de que «prefiero que me digan no estoy de acuerdo» y que se siga siendo hermanos en el desacuerdo. Pues bien, Santidad, haga usted valer ese principio en toda la Iglesia. Levante usted todas las prohibiciones y censuras. Abra usted el paso a la discusión en los centros teológicos. Haga usted que un profesor de moral no deba callar si opinión sobre la homosexualidad. Deje libertad para que hablen, por ejemplo, Marciano Vidal o Margaret Farley. Que el libro de Marciano Vidal sobre homosexualidad se pueda publicar sin miedo. Que una editorial católica pueda traducir Just Love, de Farley, sin temor a represalias. Que se acabe el medir palabras, el vigilar quién te está escuchando. Que todo esto se acabe, Santidad. Que de verdad podamos decir, «Santidad, querida Iglesia, en esto no estamos de acuerdo», y que podamos seguir siendo hermanos. Que nunca más los de costumbre nos digan que nos marchemos, comparando la Iglesia con un club con normas que debes acatar. Usted sabe bien que la Iglesia no es un club. Usted sabe que ese símil es falso, casi una herejía. La Iglesia no es un club, es comunidad y es Pueblo de Dios, y en una comunidad se puede disentir y seguir siendo hermanos.
Usted tiene la autoridad para hacerlo. Y sin duda ha demostrado que tiene el valor de hacer esto y más. Haga Santidad que de verdad en toda la Iglesia podamos decir, «discrepo de ti, hermano».