Carta del presidente de CRISMHOM frente a la celebración del Triduo Pascual y la Semana Santa 2013.
Queridos todos:
Nos disponemos a vivir en estos días la memoria de la entrega final de Jesús. Su vida que fue una acogida de los últimos, de los rechazados, de todos aquellos que en la sociedad de su momento no daban la talla, le llevó a convertirse en uno más de ellos, y como ellos rechazado por los sumos sacerdotes y las autoridades.
Muchos de vosotros aprovechareis estos días para descansar y para recobrar las fuerzas que la vida diaria nos va desgastando. Pero ojalá que allí donde nos encontremos vivamos con espíritu de comunidad y de familia el profundo significado que las últimas horas de Jesús, su muerte y su Resurrección tienen para nosotros como comunidad. ¿Qué significan para nosotros como comunidad estos días santos? ¿Qué exigencias concretas se nos revelan para nosotros comunidad cristiana LGTB al hacer memoria de la entrega del Señor Jesús?
A veces entre nosotros surgen discusiones, pareceres diferentes, que en la mayoría de los casos no son sino intentos de ser el más grande, el más importante en la comunidad. Quizá fuera la misma circunstancia la que inspirara a Jesús el gesto del lavatorio de los pies. Mientras los discípulos están enfrascados en una animada discusión, él se levanta silenciosamente de la mesa, busca una jofaina de agua y una toalla, vuelve y se arrodilla delante de cada uno dejándolos sumidos en la mayor confusión. En el lavatorio de los pies Jesús ha querido resumir todo el sentido de su vida, para que quedara bien grabado en la memoria de los discípulos. Este gesto expresa toda la vida de Jesús, que desde el principio hasta el final, fue un lavatorio de pies, esto es, un servir a los hombres.
Por eso, estos días deberíamos revisar nuestra vida como comunidad. Pero hacer una revisión valiente y sincera para ver si realmente vivimos en Crismhom nuestra vida cristiana como servicio a los hermanos, o, si por el contrario, nos servimos de ellos. ¿Nos mueve el servicio, o es por el contrario el ansia de dominio, la costumbre de imponer a los demás la propia voluntad y el propio modo de ver y hacer las cosas? No se puede servir seriamente a los demás quien se dedica de lleno a contentarse a sí mismo, quien hace un ídolo del propio descanso, del propio tiempo libre, del propio horario. Si cada uno es la medida de sí mismo, si cada uno puede reclamar siempre y sólo su propio derecho, sin preocuparse al mismo tiempo del bien de los demás nunca seremos comunidad de seguidores y seguidoras de Jesús al servicio de nuestro colectivo LGTB.
Pero ha llegado el momento de abordar el punto más importante a propósito de la entrega de la propia vida, siguiendo el ejemplo de Jesús. San Juan nos dice “Él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos. Si alguno que posee bienes de la tierra, ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿Cómo puede permanecer en él el amor de Dios? hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad” (1Jn 3, 16-18)
¿Sabemos cuántos hermanos de nuestra comunidad sienten la soledad, la necesidad económica, la necesidad de cariño, de ternura? ¿Somos capaces de abrazos prolongados, sonrisas amplias, y tiempo compartido? Aquel que dijo sobre el pan:”Esto es mi cuerpo”, pronunció estas mismas palabras también sobre los que padecían cualquier necesidad. Lo hizo cuando hablando sobre lo que se ha hecho por el hambriento, por el sediento, por el prisionero, declaró solemnemente: “Amí me lo hicisteis”. Lo hizo cuando identificándose con el hermano necesitado declaró: Yo tuve hambre, yo tuve necesidad de cariño, de ternura, de compañía, de que compartieras tu tiempo contigo, yo era forastero… Cada vez que estamos frente a una persona que sufre, deberíamos oír dentro de nosotros, con los oídos de la fe, la voz de Cristo que repite: “Esto es mi cuerpo”
Pero la entrega de Jesús no fue sólo por sus discípulos, por “los suyos” sino por todos los hombres. Así también nuestra comunidad no debe permanecer cerrada en sí misma. Hay situaciones de terrible injusticia a la que nos terminamos acostumbrando de tanto verlas. Y el gran riesgo de acostumbrarnos es la indiferencia: ya nada nos causa asombro, nos estremece, nos golpea. Algo así puede pasarnos con el paisaje que asoma cada vez en más en nuestras calles con motivo de la crisis económica. Nos acostumbramos a ver hombres y mujeres de toda edad pidiendo o revolviendo en la basura, durmiendo en los portales o cajeros buscando un poco de calor. Y al acostumbrarnos viene la indiferencia: no nos interesan sus vidas, sus historias, sus necesidades, ni su futuro…
Ojalá que estos días santos nos lleven a empezar como comunidad, una reflexión sobre como estamos viviendo el amor. Primero entre nosotros mismos, entre nuestros hermanos y hermanas de comunidad. A cómo estamos atentos los unos a las necesidades de los otros. Y después qué respuesta podemos dar, también como comunidad a los efectos terribles de la crisis económica en la medida de nuestras posibilidades.
Sólo así podremos comprender y vivir la entrega de Jesús: “ habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1) Jesús hoy también nos dice a nosotros: “Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís” (Jn 13, 17)
Con todo mi cariño
Gonzalo
Presidencia CRISMHOM