Hace más de 40 años un grupo numeroso de personas LGTB en los llamados “disturbios de Stonewall” se rebelaron contra el miedo, las leyes y la persecución solapada o abierta contra el colectivo LGTB. Fueron personas valientes que pusieron en riesgo su prestigio, su posición social e incluso sus vidas. Después de siglos de sufrimiento, negación y ocultamiento, muchas personas de nuestro colectivo fueron tomando conciencia de que ninguna persona debe avergonzarse de lo que es, cualquiera que sea su sexo, orientación o identidad sexual. Estas personas, conscientes de su dignidad, salieron a la calle, a proclamar que su orientación sexual no los hacía menos dignos que las personas heterosexuales, y que por lo tanto había llegado la hora de salir a la luz y recobrar los derechos negados.
Han sido muchos los avances sociales en estas décadas: la visibilidad cada vez mayor, la despenalización, el reconocimiento social, y sobretodo la aprobación en diversos países del matrimonio igualitario.
Tristemente uno de los focos de resistencia más fuertes a nuestros derechos procede de las religiones y en concreto de las Iglesias cristianas. Por eso ha llegado también la hora de vivir en el seno de las religiones la misma experiencia de valentía y de liberación que vivieron las personas que participaron en los disturbios de Stonewall. La experiencia bíblica nos habla precisamente de que los hombres y mujeres creyentes experimentaron a Dios precisamente en la liberación de la esclavitud de Egipto. Por eso, la Sagrada Escritura, tantas veces usada para condenarnos, se convierte para las personas creyentes en una invitación a salir fuera, recuperar nuestra dignidad, nuestro orgullo de ser personas LGTB cristianas, creyentes y enfrentarnos a la hostilidad de aquellos que desde las diferentes Iglesias nos oprimen en la esclavitud del rechazo y del desamor. Por eso las personas creyentes tenemos que desafiar a las Iglesias a experimentar el Evangelio, Buena Noticia de Jesús, sin añadidos homofóbicos.
Los cristianos y cristianas LGTB no sólo defendemos el matrimonio igualitario como legal, sino que también defendemos la sacramentalidad del matrimonio igualitario. Dos personas que se aman, en una relación de amor preferencia, son sacramento, signo del amor de Dios, independientemente que sean heterosexuales o no.
Iguales en la dignidad, iguales ante la ley, iguales en todo, como Dios manda. También en el matrimonio. El matrimonio es una vocación, una llamada de Dios. Por eso cuando dos personas LGTB deciden formar una familia, lo primero que están haciendo, más que unos planes comunes es responder a una vocación, una vocación que es llamada a un pleno desarrollo personal, la mutua santificación, en definitiva a la glorificación de Dios. No reconocer la familia cristiana LGTB, es negar a Dios la libertad para llamar a estas dos personas a una vida plena humana y cristiana en un proyecto común.
La familia cristiana LGTB, expresa de una manera igual de nítida la gratuidad del amor. Pues el amor entre dos personas LGTB no tiene otra fin primario que crear una comunidad de amor. Esto no quiere decir que el amor homosexual no sea fecundo. En primer lugar, la familia LGTB es fecunda para los propios contrayentes, que encuentran la posibilidad de liberarse de la soledad y de vivir en diálogo íntimo y personal con el otro. Este dialogo conyugal ofrece la posibilidad de abrir este diálogo al diálogo con Dios. Superando el propio egoísmo, abriéndose cada vez con más hondura al otro cónyuge, compartiendo los gozos, temores y alegrías pueden avanzar los esposos cristianos en el diálogo con Dios, la escucha de Dios, el encuentro con ÉL.
El matrimonio LGTB cristiano es fecundo porque en él encuentran la complementación mutua, y el enriquecimiento al encontrarse con el otro, descubriendo en el otro que es “hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Gn 2,23). La fecundidad se manifiesta también en el encuentro sexual, como fiesta del amor, de intimidad, de placer, de descubrir, compartir y disfrutar la intimidad sexual, y el valor del cuerpo como medio de expresión y comunicación del amor. Viviendo así el sexo, hacen de este el signo y presencia del amor de Dios. En la familia LGTB la unión de los cuerpos expresa la unión de los corazones. El matrimonio LGTB es una auténtica comunidad de amor, un amor que se manifiesta fecundo también en el don de los hijos naturales o en la adopción manifestando así la gratuidad y fecundidad de un amor que no queda encerrado, sino que crece y se expande en la educación y crecimiento de los hijos.
Por eso, como cristianos LGTB defendemos el reconocimiento legal del matrimonio igualitario, porque un amor secreto, oculto a la sociedad, y no reconocido socialmente, difícilmente conducirá a las personas que lo viven a su realización y expansión plenas. Por eso, una convivencia sexual estable, basada en el amor y la ayuda mutua, pide una integración en el marco social con todos los derechos y deberes de cualquier familia heterosexual. Por eso, este 30 de Junio invitamos a todas las personas creyentes a defender en la manifestación del “día del orgullo” nuestro derecho civil y cristiano a formar una familia, a ser iguales en todo, como Dios manda y quiere.